domingo, 20 de diciembre de 2009

Íncipit y Éxplicit

Fernando Terreno (*)


Cuando El perro publicó los primeros comienzos de cuentos quedé deslumbrado por partida doble. Nunca había reparado en la importancia de esas pocas líneas para invitarnos a entrar a lo desconocido y para seducirnos casi de inmediato. La primera entrega lo decía claramente: “es el momento inicial del relato donde el narrador convence al lector para que siga leyendo". Por otro lado, la sola palabra que los nombraba -íncipit- ejercía sobre mí una atracción irresistible, sonaba clara y misteriosa a la vez.
La afición a revisar los huesos seleccionados se me fue haciendo costumbre. Con el tiempo, empecé a olisquear por mi cuenta y a clasificarlos según mi propio parecer. Fue durante la lectura de algunos de ellos que comencé a fijarme en el modo en que el autor había resuelto como iba a ser la salida o el cierre de la historia que había (mos) tejido. La cuestión era importante porque, en cierto modo, definía la posibilidad de nuevos encuentros. Una sorpresa vino a agregarse: ya había una palabra para ellos -éxplicit-, tan atildada como la otra y al mismo tiempo severa como toda conclusión.
No se trata de contar el final de un cuento, novela o película, lo que lograría que todos los lectores nos odiaran con justa razón. Tampoco de revelar tramas que eviten el suspenso ni de contar por ejemplo que “el asesino es el mucamo”. Se trata de elegir aquellos remates que dejan al lector después de haber cerrado la puerta, con el picaporte en la mano y la sensación de que algo se ha quedado en él para siempre.
Me parece que la selección de las frases con las que rematan sus historias es tan apasionante como la de los inicios, porque allí los autores dejan el sello y la rúbrica de su estilo.
Para comenzar he elegido estos:

“Al salir, Paula cerró la puerta con llave; después, antes de atar el sulky, la tiró al aljibe.”
(Patrón, Abelardo Castillo)

“Suárez, casi con desdén, hace fuego."
(El muerto, Jorge Luis Borges)

"Y, como aquellas no eran -lo sé- sino palabras, las habituales palabras engañosas y desesperadas que sólo un verdadero beso habría podido impedirle proferir, sean ellas, precisamente, y no otras, las que sellen aquí lo poco que el corazón ha sabido recordar."
(El jardín de los Finzi-Contini, Giorgio Bassani)

Pero ponga su esperanza
En el Dios que lo formó;
y aquí me despido yo,
que he relatado a mi modo
males que conocen todos,
pero que naides contó".
(Martín Fierro, 1ª parte, José Hernández)


Mas nadie se crea ofendido,
pues a ninguno incomodo;
y si canto de este modo
por encontrarlo oportuno,
noes para mal de ninguno,
sinó para bien de todos.
(Martín Fierro, 2ª parte, José Hernández)

"Dahlmann empuña con firmeza el cuchillo, que acaso no sabrá manejar, y sale a la llanura."
(El sur, Jorge Luis Borges)


“De todos modos, ya no juego al ajedrez. A veces, por la noche, me distraigo un poco analizando las consecuencias de la retirada de la dama a tres caballo, que me parece lo mejor para las negras.”
(La cuestión de la dama en el Max Lange, Abelardo Castillo)


Para finalizar, una curiosidad. Éxplicit viene del latín, donde significaba: desenrollado, que refiere al final de los libros en rollos, como eran antiguamente.

(*) Fernando Terreno es una apasionado por la literatura. De profesión es Ingeniero electromecánico. Podemos leer sus notas, habitualmente, en su blog www.lapulpera.blogspot.com

sábado, 12 de diciembre de 2009

El pan compartido

Daniel Goñi (*)
Corría el invierno de 1973 cuando, camino a mi casa de entonces, en Longchamps, escuché por primera vez “Poseído del alba” a través del pequeño audífono que me conectaba a una bonita portátil Sony con funda de cuero que me había encontrado, para mi sorpresa y mi bien, en el asiento de un tren semivacío junto a un libro de poemas de Pablo Neruda, Odas elementales.
Yo venía entonces con “Hey baby” (Nuevo sol naciente) de Jimi Hendrix, del álbum “Rainbow Bridge”, y con “She´s so heavy” de Los Beatles, de “Abbey Road”, como verdaderas bandas de sonido íntimas de mi vida de escape por esos días. Habían funcionado como certeros hachazos en mi corteza cerebral adolescente, músicas osadas que avisaban que algo estaba sucediendo en el mundo y que aquello venía a la captura de uno, así de corta, para sacarlo de la gris rutina que comenzaba a arrastrarnos al consabido rincón de la mediocridad disciplinada. Creo que lo que experimenté allí fue un impacto que condensaba sorpresa, despertaba la curiosidad, inflamaba la psiquis y arrastraba el cuerpo a ese río sonoro lleno de arrogancia, sensualidad, audacia, desafío y belleza.
La instantánea sensación de despegar del piso se hizo presente allí y creo que esas alas que descubrí entonces son las que, con interregnos en la vida, me han permitido conectarme con lo mejor de mí y de los demás.
La indómita y envolvente cadencia de “Poseído…” me puso en sintonía, creo, con ese firmamento, bajo ese helado y azabache cielo de mayo, fusilado de estrellas.
El mullido y embriagante colchón sonoro del Hammond de Carlos Cutaia; la guitarra, la voz y la increíble poesía de Luis Alberto más la base de David y el “Negro” Black en bajo y batería me hicieron levitar con la insondable dulzura y atrevimiento de un polvo adolescente.
Si tengo que trasmitir lo que sentí, debería decir: que la vida podía ser otra cosa. Inmediatamente busqué esa pista y supe que aquello era un adelanto del álbum que Pescado Rabioso estaba grabando por aquellas convulsionados jornadas políticas y sociales en que “la ventana tiene un aspecto muy normal / pero cada día sentimos que se agita mas”.
Spinetta se había lanzado a darle una vuelta de tuerca muy jugada a lo que había yo conocido con Almendra. Ese desafío de lo nuevo era lo que seducía. Hay momentos en los que la sensibilidad te permite ligar con ese cable invisible que fluye en el aire como un tren vivencial y que invita a subirse.
A veces miro hacia adentro y vuelven aquellos destellos que viajan del cerebro hasta el diafragma formando grumitos de dulce efervescencia celestial en el cuore y uno quisiera que eso se quedase allí.
El viernes 4 de diciembre en Liniers el tren pasó otra vez.
(*) El amigo Daniel Goñi es periodista de espectáculos. La presente nota es un correo electrónico personal destinado a sus amigos. Por supuesto, autorizó su publicación al elocuente Perro.

martes, 1 de diciembre de 2009

Descatalogados V

Jorge Aloy

El vagabundo de las estrellas

Jack London

Título original: The wanderer of the Stars

Traducción: Jacinto León Ignacio

Editorial Ediciones 29
Año: 1998. 280 páginas

“Con frecuencia, a lo largo de mi vida, he experimentado la extraña sensación de que mi ser se desdobla, de que otros seres vivían o habían vivido en él, en otros tiempos y en otros lugares”. Así se presenta Darrell Standing, el narrador y protagonista de esta extrañísima descatalogada novela de Jack London. Inmediatamente utiliza el vocativo para involucrar al lector en la historia: “No protestes, tú, mi futuro lector. Por el contrario, explora tu propia conciencia”.
La novela une puntos que pueden considerarse lugares comunes en la literatura: un preso que espera su ejecución y un hombre que descubre haber tenido otras vidas. Por supuesto, todo en una sola persona. Pero London sabe muy bien borrar las marcas de la obviedad y construir una historia sólida. Seguramente confiaba en que la solidez de la literatura se sustenta en el lenguaje. Y precisamente aquí, en esta obra de 1915, a tan sólo un año de la inminencia de su muerte, se trasluce la madurez del escritor: no deja rastros de que lo incriminen, como era habitual, por autobiográfico.
El condenado sabe que su muerte será injusta, está aislado y necesita encontrarse con lo que alguna vez fue. En esa búsqueda, a instancias de un preso vecino, realiza una prueba donde consigue liberar su espíritu matando al cuerpo. Inmediatamente se despega de la tierra y vaga entre las estrellas. La búsqueda es “el supremo misterio de la Vida”.
El narrador sabe que puede parecer ridículo, pero no se detiene. Opone su realidad oprobiosa de la prisión a una libertad idílica entre los astros del cielo. Standing, como todos aquellos que buscan algo más de la existencia, encuentra que puede proyectar no sólo su vida presente, sino también aquellas que fueron en otros tiempos. Y aquí, con historias dentro de la propia historia marco, London desarrolla con maestría un despliegue técnico y emocional como pocos.
Jack London camina por el límite de su propia creación: el protagonista surge a la aventura por necesidad. Necesidad que se transforma en necesidad espiritual, única que puede mitigar todo dolor.
Darrell Standing comprende que la vida es apenas un instante y se resigna a un destino unívoco. Pero antes aprende que no tiene sentido enfrentarlo. Siempre será su víctima.
Es conocido que alguna vez London dijo “Nunca tuve una infancia, y me parece que ando en busca de esa infancia perdida”. En El vagabundo de la estrellas, London se regodea con esa búsqueda y por suerte la comparte con nosotros.

(Hay una edición con el nombre El peregrino de las estrellas, con otra traducción. Pero consideramos más meritoria la que aquí comentamos).

domingo, 15 de noviembre de 2009

Lo que Epícteto jamás imaginó

Irene Farias (*)



En Hierápolis, en el año 55 de nuestra era, nació un hombre que vivió la mayor parte de su vida como esclavo en la grandiosa Roma. Su pensamiento, arraigado en el estoicismo, aportó enseñanzas muy valiosas que lo situaron entre los representantes que perduran de la filosofía de Grecia. Debido a ello, uno de sus discípulos, Flavio Arriano, decidió recoger toda la riqueza de sabiduría de su maestro en un manual de discursos, Enchyridion.
Nunca se conoció el nombre de ese esclavo; debido a ello, su obra nos llega como perteneciente a Epícteto de Frigia, palabra que remite a su situación de hombre esclavo puesto que, en lengua griega, la palabra epiktetos significa “adquirido, comprado, no libre”.
A los 43 años, ya en condición de liberto, fue exiliado, al igual que todos los filósofos residentes en Roma y se dirigió hacia el noroeste griego, a la ciudad de Nicópolis. Allí abrió su propia escuela, y, a pesar de que sus enseñanzas se aplicaron a varias disciplinas, los textos que se conservan tratan casi en su totalidad de ética.
Más que un filósofo, muchos lo han tildado de moralista. Sus frases son recordadas y circulan en la actualidad. Es más, en una de ellas, “El infortunio pone a prueba a los amigos y descubre a los enemigos”, me parece ver en germen el tópico reconocido como el de los dos amigos que tan a menudo se ha encontrado en las ficciones literarias y que generalmente atribuyen a Pedro Alfonso (1062 - 1140) en su Disciplina Clericalis.
Así me vienen a la memoria personajes literarios como Hamlet y Horacio; el Conde Lucanor y Patronio; Don Quijote y Sancho Panza; Juan Moreira y Julián Andrade; Sherlock Holmes y Watson; Edmundo Dantés y el Abate Faria; Robinson Crusoe y Viernes; Peter Pan y Campanita.
Desde el cine, Batman y Robin; el Gordo y el Flaco; Abbot y Costello; Martin Riggs y Roger Murtaugh (“Arma Mortal”).
En el formato televisivo a partir de la década del ’50: el Llanero solitario y el Indio Toro; el Zorro y
Bernardo; Cisco Kid y Pancho; Morky y Mindy; Starsky y Hutch; en nuestro país, Fresco y Batata; el Capitán Piluso y Coquito; Firulete y Cañito; Carozo y Narizota.
En dibujos animados, el coyote y el correcaminos; Tweety y Sylvester; Chip y Dale; Tom y Jerry; Anteojito y Antifaz.
También desde el comic: Pelopincho y Cachirula; Diógenes y el Linyera; Inodoro Pereyra y Mendieta, etc.
La frase de Epícteto impuso una impronta, la literatura y sus posteriores manifestaciones culturales la han ido reformulando. Las cosmovisiones de cada nueva sociedad también.

(*) Irene Farias es Licenciada en Letras por la UNLZ y fotógrafa profesional. En exclusiva para El perro escribió este artículo.

domingo, 1 de noviembre de 2009

Descatalogados (IV)

¿Quién se olvidó de la poesía?

Jorge Aloy


La Margarita

Mauricio Rosencof

Ed. Colihue

1994

80 Páginas




En La margarita veinticinco sonetos encadenan una historia simple y fascinante donde el yo lírico va construyendo, con paciencia de araña, el amor ideal. Sin necesidad de recurrir a metáforas gastadas o imágenes sublimes, Mauricio Rosencof (Uruguay 1933), nos sitúa en el lugar donde todo es posible: el barrio. En este caso es un barrio que sólo podemos encontrar hoy en los recuerdos. De este modo, la evocación se transforma en un recurso creador que va desde el nacimiento de los poemas hasta la mismísima lectura.
Rosencof, dramaturgo, poeta y novelista, compuso esta obra en un calabozo situado bajo tierra. La dictadura uruguaya lo mantuvo detenido entre 1972 y 1985 en condiciones ilegales e infrahumanas. Así y todo, no lo pudieron destruir ni psicológica ni físicamente.
Rosencof estaba incomunicado. El contacto con el mundo era a través del guardia cárcel, un hombre que no sabía leer y escribir. Ese simple hecho generó un pacto. El guardia necesitaba escribirle unas cartas de amor a una mujer y no encontró mejor opción que pedirle a Mauricio Rosencof que lo haga. Por supuesto que no se negó, pero a cambio le pidió que le dejara prestada la lapicera.
Rosencof ya había urdido en su mente a La Margarita. En setenta y dos horas escribió los sonetos en papel para cigarrillos que luego envolvió en pedazos de nylon y colocó en los dobladill
os de la ropa. Dice Rosencof: “Cada treinta días se la podía mandar a la vieja para que me la lavara. Así salió La Margarita, que con el tiempo musicalizó Jaime Ross”.
En los sonetos no hay odio, no hay rencor. Es sólo una idea unitaria que se desarrolla progresivamente mientras recorre los versos. El amor, el barrio, la amistad, la visión inocente de los jóvenes son los tópicos frecuentes en estas evocaciones.
Como si fuera poco, la musicalización de Jaime Ross, altamente recomendable, le da amplitud a la estética de Mauricio Rosencof. En una palabra, aquí hay todo para leer, todo para escuchar.

jueves, 15 de octubre de 2009

Incipit XII (Cuentos)

He hecho unas pocas cosas y ganado un poco de dinero. Quizás incluso haya tenido tiempo para empezar a pensar que soy mejor de lo que podrían sugerir los beneficios que recibo, pero cuando estimo el alcance de mi pequeña carrera (un hábito apresurado, pues de ninguna manera ha terminado) sitúo mi verdadero punto de partida en la noche en que George Corvick, sin aliento y afligido, vino a pedirme un favor. El había hecho más cosas que yo, y ganado más dinero, aunque había oportunidades para la inteligencia que, según mi opinión, a veces desaprovechaba.
(La figura en el tapiz. Henry James)

Los mercaderes procedentes de Europa estaban sentados en el puente, de cara a la mar azul, en la sombra color índigo de las velas remendadas de retazos grises. El sol cambiaba constantemente de lugar entre los cordajes y, con el balanceo del barco, parecía estar saltando como una pelota que rebotara por encima de una red de mallas muy abiertas. El navío tenía que virar continuamente para evitar los escollos; el piloto, atento a la maniobra, se acariciaba el mentón azulado.
(Cuento azul. Marguerite Yourcenar)

De lo que era yo entonces no queda nada: apenas hombre, era aún un crío. Lo sabía hacía tiempo, pero todo ocurrió a finales del invierno, una tarde y una mañana. Vivíamos juntos, casi escondidos, en una habitación que daba a una avenida. Silvia me dijo esa noche que tenía que irme, o irse ella: ya no teníamos nada que hacer juntos. Le supliqué que dejara que probásemos de nuevo; estaba acostado a su lado y la abrazaba. Ella me dijo:
-¿Con qué finalidad? -Hablábamos en voz baja, a oscuras.
(Años. Cesare Pavese)


-Es preciso estar loca para salir al campo a estas horas con un calor insufrible. De dos meses a esta parte, se te ocurren ideas muy extrañas. A la fuerza me haces venir a la orilla del mar, cuando en cuarenta y cinco años que llevamos de matrimonio jamás tuviste semejante fantasía. Sin pedirme parecer, eliges como residencia de verano esta población triste, Fècamp, y te invade un deseo furioso de hacer ejercicio (¡eso tú, que nunca dabas dos pasos!), al extremo de querer salir al campo a estas horas en el día más caluroso del año. Dile a nuestro amigo Apreval que te acompañe, puesto que se presta amablemente a todos tus caprichos. Yo, por mi parte, me quedo a dormir la siesta.
(Abandonado. Guy de Maupassant)

Debo a la conjunción de un espejo y de una enciclopedia el descubrimiento de Uqbar. El espejo inquietaba el fondo de un corredor en una quinta de la calle Gaona, en Ramos Mejía; la enciclopedia falazmente se llama The Anglo-American Cyclopaedía (New York, 1917) y es una reimpresión literal, pero también morosa, de la Encyclopaedia Britannica de 1902. El hecho se produjo hará unos cinco años. Bioy Casares había cenado conmigo esa noche y nos demoró una vasta polémica sobre la ejecución de una novela en primera persona, cuyo narrador omitiera o desfigurara los hechos e incurriera en diversas contradicciones, que permitieran a unos pocos lectores -a muy pocos lectores- la adivinación de una realidad atroz o banal. Desde el fondo remoto del corredor, el espejo nos acechaba. Descubrimos (en la alta noche ese descubrimiento es inevitable) que los espejos tienen algo monstruoso.
(Tlön, Uqbar, Orbis Tertius. Jorge Luis Borges)

Apéndice XIV del Diccionario del diablo de Ambrose Bierce

Saquear, v.t. Tomar la propiedad de otro sin observar las reticencias decentes y acostumbradas del robo. Efectuar un cambio de propiedad con la cándida concomitancia de una banda militar. Apoderarse de los bienes de A y B, mientras C lamenta la oportunidad perdida.

Sarcófago, s. Entre los griegos, ataúd, que, estando hecho de cierta clase de piedra carnívora, tenía la singular propiedad de devorar el cadáver colocado en su interior. El sarcófago conocido por los modernos exequiógrafos es, generalmente, un producto del arte del carpintero.

Satanás, s. Uno de los lamentables errores del Creador. Habiendo recibido la categoría de arcángel, Satanás se volvió muy desagradable y fue finalmente expulsado del Paraíso. A mitad de camino en su caída, se detuvo, reflexionó un instante y volvió.
--Quiero pedir un favor --dijo.
--¿Cuál?
--Tengo entendido que el hombre está por ser creado. Necesitará leyes.
--¡Qué dices miserable! Tú, su enemigo señalado, destinado a odiar su alma desde el alba de la eternidad, ¿tú pretendes hacer sus leyes?
--Perdón; lo único que pido, es que las haga él mismo.
Y así se ordenó.

Sátira, s. Especie de composición literaria en que los vicios y locuras de los enemigos del autor son expuestos sin demasiada ternura. En los Estados Unidos, la sátira ha tenido siempre una existencia enfermiza e incierta, porque su esencia es el ingenio del que estamos penosamente desprovistos; el humor que tomamos por sátira es, como todo humor, tolerante y simpático. Además, aunque los norteamericanos han sido dotados por su Creador de abundantes vicios y locuras, suelen ignorar que se trata de cualidades reprochables. De ahí que el autor satírico sea considerado un villano amargado y que los gritos de cualquiera de sus víctimas, pidiendo defensores, obtengan el apoyo nacional.

Senado, s. Cuerpo de ancianos que cumple altas funciones y fechorías.

Sepulcro, s. Lugar en que se coloca a los muertos hasta que llegue el estudiante de medicina.

Slang, s. Jerga norteamericana. Gruñido del cerdo humano (Pignoramus intolerabilis). Lenguaje del que pronuncia con la lengua lo que piensa con el oído y siente el orgullo de un creador al realizar la proeza de un loro.

Sobre, s. Ataúd de un documento; vaina de una factura; cáscara de un giro; camisón de una carta de amor.

Sofisma, s. Método de discusión de un adversario, que se distingue del nuestro por una hipocresía y necedad claramente superiores. Lo usaron los últimos sofistas, secta griega de filósofos que comenzaron por enseñar la sabiduría, la prudencia, la ciencia, el arte, y en suma todo lo que deben saber los hombres, pero se extraviaron en un laberinto de retruécanos y en una bruma de palabras.

jueves, 1 de octubre de 2009

Descatalogados (III)

Jorge Aloy


Título original: The Doctor is Sick (Publicada en 1960)


Editorial Sudamericana. 1975


Traducción: Floreal Mazía

283 Páginas



A la edad de 42 años a Anthony Burgess le diagnosticaron un tumor cerebral. La inminencia de la muerte, muy lejos de aplacarlo, le aportó un incentivo descomunal a su producción literaria.
Burgess se propuso escribir y publicar industrialmente. Necesitaba dejarle el dinero por los derechos de autor a su mujer, Lynne, para que pudiera vivir.
La producción urgente de estos tiempos (1959/60) fue abundante, pero la muerte no cumplió con su palabra. Por suerte. El diagnóstico médico había sido erróneo, no había ningún tumor. Pero a la inercia de escribir no hubo modo de detenerla. En 1962 publica La naranja mecánica, y una década después ya es un autor reconocido en todo el mundo.
De la cantidad profusa que Anthony Burgess nos dejó, El doctor está enfermo es la novela más desopilante. Un hecho insólito sucede detrás de otro. Edwin, el protagonista y (como suele decir el que piensa en las autobiografías) alter ego de Burgess, es un doctor…en filología que cae enfermo. Aparentemente sufre una enfermedad cerebral y su mujer lo interna en una clínica. Sheila, así es el nombre de ella, desaparece pero no deja nunca de enviar, en su representación, algunos amigos muy extraños a visitarlo.
Edwin se opone a una operación de cerebro que planean realizarle y opta por escapar de la clínica. Decide ponerse en busca de Sheila. Aquí entra en juego el verdadero leit-motiv de la historia, si es que lo tiene. Edwin debe enfrentarse, sin dinero, a Londres, una ciudad inhóspita atestada de seres marginales. Como buen filólogo, el héroe sabe leer los signos que se le presentan en esta circunstancia nueva. Se vincula con gente de oficios dudosos y termina siendo uno de ellos.
El recorrido de Edwin es digno de una tragedia. Incluso, entre situaciones disparatadas, la catarsis se produce de modo inevitable. El héroe se transforma y se sitúa en las antípodas de la aplicada vida burguesa.
Burgess, en definitiva, transforma la risa en una mueca. Y hoy nos obliga a revisar las mesas de libros usados en busca de esta burla a la muerte.

jueves, 17 de septiembre de 2009

Joseph Conrad: navegante de las letras

Jorge Aloy

La literatura mundial registra una cantidad considerable de escritores extraterritoriales. Nos referimos a aquellos que adoptan y utilizan una lengua que no es la materna a la hora de la producción literaria. Los casos más conocidos son los de Nabokov (nació en Rusia, escribió inicialmente en ruso pero logró reconocimiento con sus obras en inglés), Gombrowicz (polaco que vivió en Argentina y escribió en castellano) y Samuel Beckett (irlandés, escribió en inglés y francés).
Hay opiniones divididas respecto a Borges, ya que muchos consideran que su lengua materna fue el inglés. En cambio, el caso que podríamos considerar emblemático en América es el del peruano José María Arguedas con la lengua quechua.
Tampoco podemos olvidar a los que escribieron en lengua menor, nada menos que Joyce, Wilde y Kafka (ellos, como minorías, adoptaron y enriquecieron la lengua dominante que utilizaron).
George Steiner, precisamente en su libro Extraterritorial: ensayos sobre la literatura y la revolución lingüística, considera que la multiplicidad de lenguas aporta mayor amplitud para la creación. Steiner se crió en una casa donde se hablaba indistintamente inglés, francés y alemán. Este curioso hecho lo llevó a declarar lo siguiente: "Yo no tengo lengua materna". Steiner, eterno peregrino, eligió vivir en diversas partes del mundo, lo que por fuerza lo transforma en alguien sin lugar.
El c
aso más llamativo de extraterritorialidad es el de Joseph Conrad: su lengua literaria fue, en realidad, su cuarta lengua. Nació en 1857 en Ucrania. Sus padres eran de la nobleza polaca y él tuvo acceso a los idiomas ruso, polaco y francés. En 1878 Conrad se embarcó en un navío inglés con un desconocimiento casi absoluto de la lengua que luego dominaría ampliamente. Utilizó la posibilidad de embarcarse para, además de concretar fines comerciales, conseguir un contacto fluido con el idioma.
No será hasta finales de 1883 que escriba algunos textos en inglés. La publicación de su primera novela, La locura de Almayer, va a llegar en 1895, cuando Conrad estaba a punto de cumplir los 38 años.
Lo último: el escritor, en aquellos momentos, dejó de ser el héroe de la lengua nacional. Este hecho se propagó y se difundió aún más de lo que creemos en el siglo XX, y no piensa detenerse en este incipiente XXI.

Apéndice XIII del Diccionario del diablo de Ambrose Bierce

Ron, s. Bebida ardiente que produce locura en los abstemios

Ruido, s. Olor nauseabundo en el oído. Música no domesticada. Principal producto y testimonio probatorio de la civilización.

Rumor, s. Arma favorita de los asesinos de reputaciones.

Sabbath, s. Sábado para los judíos, domingo para los cristianos. Fiesta semanal que tiene su origen en el hecho de que Dios hizo el mundo en seis días y fue detenido el séptimo. Entre los judíos, la observancia de la festividad estaba ordenada por un Mandamiento cuya versión cristiana es: "Recuerda, al séptimo día, hacer que tu prójimo lo respete plenamente". Al Creador le pareció apropiado que el Sabbath fuera el último día de la semana, pero los primitivos Padres de la Iglesia opinaban de otro modo.

Sabiduría, s. Tipo de ignorancia que distingue al estudioso.

Saciedad, s. Ese sentimiento, señora, que uno experimentaba por el plato después de tragar su contenido.

Sacramento, s. Solemne ceremonia religiosa a la que se atribuyen diversos grados de eficacia y significación. Roma tiene siete sacramentos, pero las iglesias protestantes, menos prósperas, sólo pueden permitirse dos, y de inferior santidad. Algunas sectas menores no tienen sacramentos en absoluto: ahorro vil que indudablemente las llevará a la perdición.

Salacidad, s. Cualidad literaria de frecuente observación en las novelas populares, especialmente las escritas por mujeres y muchachas, que le dan otro nombre y piensan que están ocupando un campo descuidado de las letras y recolectando una cosecha desdeñada. Si tienen la desgracia de vivir el tiempo suficiente, las atormenta el deseo de quemar sus gavillas.

Salamandra, s. Originariamente, reptil que habitaba el fuego; después, inmortal antropomorfo, igualmente pirófilo. Se cree que las salamandras se han extinguido; la última de que tenemos noticias fue vista en Carcasonne por el padre de Belloc, quien la exorcisó con un balde de agua bendita.

Salsa, s. Unico signo infalible de civilización y progreso. Pueblo sin salsas, tiene mil vicios; pueblo de una sola salsa, tiene novecientos noventa y nueve. A salsa inventada y aceptada, corresponde vicio renunciado y perdonado.

Santo, s. Pecador fallecido, revisado y editado. La Duquesa de Orléans refiere que aquel viejo e irreverente calumniador, el mariscal de Villeroi, que en su juventud había conocido a San Francisco de Sales, dijo al oír que lo consideraban un santo: "Estoy encantado de enterarme de que Monsieur de Sales era un Santo. Le gustaba decir groserías y solía trampear a los naipes. Por lo demás, era un perfecto caballero, aunque un tonto".

domingo, 16 de agosto de 2009

Incipit XI (Cuentos)


Una vez tuve dieciséis años. A esa edad todavía tenía aspecto de niña. Era al volver de Saigón, después del amante chino, en un tren nocturno, el tren de Burdeos, hacia 1930. Yo estaba allí con mi familia, mis dos hermanos y mi madre. Creo que había dos o tres personas más en el vagón de tercera clase con ocho asientos, y también había un hombre joven enfrente mío que me miraba. Debía de tener treinta años. Debía de ser verano. Yo siempre llevaba estos vestidos claros de las colonias y los pies desnudos en unas sandalias. No tenía sueño.
(El tren a Burdeos. Marguerite Duras)

Hemos tenido ocasión de entablar relaciones bastantes íntimas con estos interesantes borrachos perdidos del acuatismo. Según nuestras observaciones, un ahogado no es un hombre fallecido por sumersión, contra lo que tiende a acreditar la opinión común. Es un ser aparte, de hábitos especiales y que se adaptaría a las mil maravillas a su medio si se
lo dejase residir un tiempo razonable.
(Costumbre de los ahogados. Alfred Jarry)

Un otoño -muchos años atrás- cuando más olían las rosas y mayor sombra daban las acacias, un microbio muy conocido atacó, rudo y voraz, a Ramón Camomila: la furia matrimoni
al.
-¡Hay un matrimonio próximo, pollos! -advirtió como saludo a su amigo Manolo Romagoso cuando subían juntos al Casino y toparon con los camaradas más íntimos.
-¿Un matrimonio?
-Un matrimonio, sí -corroboró Ramón.
-¿Tuyo?
-Mío.
-¿Con una muchacha?
-¡Claro! ¿Iba a anunciar mi boda con un cazador furtivo?
- ¿Y cuándo ocurrirá la cosa?
-Lo ignoro.
(Un marido sin vocación. –cuento escrito sin la letra “e”- Enrique Jardiel Poncela)

Hoy me detuve a contemplar este curioso espectáculo: en una plaza de las afueras, un saltimbanqui polvoriento exhibía una mujer amaestrada. Aunque la función se daba a r
as del suelo y en plena calle, el hombre concedía la mayor importancia al círculo de tiza previamente trazado, según él, con permiso de las autoridades. Una y otra vez hizo retroceder a los espectadores que rebasaban los límites de esa pista improvisada. La cadena que iba de su mano izquierda al cuello de la mujer, no pasaba de ser un símbolo, ya que el menor esfuerzo habría bastado para romperla.
(Una mujer amaestrada. Juan José Arreola)

Dos viejos se encontraban sentados una mañana en la banca de un parque, gozando del sol de Tampa, Florida: uno, tratando tenazmente de leer un libro que era obvio disfrutaba, mientras que el otro, un tal Harold K. Bullard, le contaba la historia de su vida en el tono redondo y lleno de un orador ante un equipo de sonido. Echado a sus pies se encontraba el perro de caza labrador de Bullard, que atormentaba aún más al oyente sobándole los tobillos con su gran nariz húmeda.
Bullard, quien antes de su retiro había conocido el éxito en numerosos campos, gozaba revisando su pasado. Pero se enfrentaba al problema que complica la vida de los caníbales, esto es, que no es posible utilizar a la misma víctima una y otra vez.
(El Perro Lanudo de Tom Edison. Kurt Vonnegut)

viernes, 14 de agosto de 2009

Apéndice XII del Diccionario del diablo de Ambrose Bierce

Rematador, s. Hombre que reafirma con un martillo que acaba de despojar una cartera con la lengua.

Renombre, s. Grado de distinción intermedio entre la notoriedad y la fama, algo más soportable que la primera, y un poco menos intolerable que la segunda. A veces es conferido por una mano inamistosa y desconsiderada.

Renunciar, v. t. Ceder un honor a cambio de una ventaja. Ceder una ventaja a cambio de otra ventaja mayor.

Reparación, s. Satisfacción que se da por un mal cometido, y que se deduce de la satisfacción experimentada al cometerlo.

Réplica, s. Insulto prudente al contestar. Practicada por señores que tienen una repugnancia innata por la violencia, junto con una fuerte tendencia a ofender. En una guerra de palabras, táctica del indio norteamericano.

Réplica (artística), s. Reproducción de una obra de arte por el artista original. Se la llama así para distinguirla de la "copia", que está hecha por otro artista. Cuando ambas están ejecutadas con la misma habilidad, la réplica es más valiosa, pues se supone que es más bella de lo que parece.

Reportero, s. Periodista que a fuerza de suposiciones se abre un camino hasta la verdad, y la dispersa en una tempestad de palabras.

Representante, s. Miembro de la Cámara Baja en este mundo, sin esperanza visible de ascenso en el próximo.

Reverencia, s. Actitud espiritual de un hombre frente a un dios, y de un perro frente a un hombre.

Revolución, s. En política, abrupto cambio en la forma de desgobierno. Específicamente, en historia norteamericana, reemplazo de un Ministerio por una Administración, que permitió que el bienestar y la felicidad del pueblo progresara media pulgada por lo menos. Las revoluciones vienen generalmente acompañadas de una considerable efusión de sangre, pero se estima que valen la pena, sobre todo para aquellos beneficiarios cuya sangre no corrió peligro de ser derramada. La revolución francesa es de indudable valor para el socialista de hoy: cuando tira los hilos que mueven su esqueleto, sus gestos infunden un terror indecible a los sangrientos tiranos sospechados de fomentar la ley y el orden.

Rico, adj. Dícese del que tiene en caución, con el compromiso de rendir cuentas, los bienes de indolentes, incapaces, pródigos, envidiosos y desafortunados. Este es el criterio que prevalece en el hampa, donde la Fraternidad del Hombre encuentra su desarrollo más lógico y su defensa más candorosa. Para los habitantes del mundo intermedio, la palabra significa bueno y sabio.

Ritualismo, s. Jardín de Dios donde Él puede caminar en rectilínea libertad, con tal de no pisar el pasto.

sábado, 1 de agosto de 2009

Literatura por correo electrónico

Jorge Aloy

En algún tiempo improbable, los medios masivos informaban apoyados en la veracidad de los hechos. Posteriormente la transmisión se transformó en diversas variantes de tergiversación de la noticia a través de la mentira o la omisión. Internet, sin embargo, nunca acunó tal vaivén, ya que de inmediato se colocó a la par de cualquier medio masivo conocido. Esta adaptación inmediata convino en que anónimamente se puedan escribir textos inverosímiles sobre la cría clandestina de lechuzas, la matanza de ballenas rojas, la anorexia en el Himalaya y demás consejos y peticiones insólitas que viajan a través del e-mail, en cadenas, con el “asunto” adjetivado con “Buenísimo”. Por no mencionar los más devotos “leelo hasta el final” o “reenvialo a todos tus contactos”.
Hoy vienen al caso unos archivos que circulan con estas características y que rozan tangencialmente la literatura. Involucran a Eduardo Galeano, García Márquez y Borges.
El archivo sobre Galeano afirma que el escritor reniega de los aparatos DVD, e incluso brinda las razones del escritor, que bien pueden parecer de otro siglo. Lo insólito no es la inventiva de un texto falso, sino que el propio Galeano tenga que explicar que él sí tiene DVD.
En el caso de Márquez circula un testamento insólito donde anuncia su retiro. Apócrifo hasta el hartazgo y que conmueve a todos aquellos que jamás leyeron, siquiera, una página de Cien años de soledad. El premio Nóbel confesó que cuando lee su testamento siente ganas de morirse de verdad.
El archivo de Borges es el que más vueltas al planeta dio. Se trata de un poema llamado “Instantes”. Alguien lo supuso autobiográfico porque el yo lírico muestra arrepentimiento por su postura ante la vida. Borges, el otro, el que nunca existió se lamenta, también, de no haber tomado más helados de los que tomó en su vida. Como todo el mundo sabe la filosofía a la crema es una especialidad borgeana.
Se cree que el texto pertenece a una escritora norteamericana, y está exenta de culpas por la difusión de un poema tan cursi: ella no lo pidió.
Eso si, le adjudicamos a Internet un logro: consiguió que muchas personas se floreen con un poema de Borges y se lamenten por el retiro de García Márquez, a pesar de no saber nada de su actividad literaria.
Lo último: Debemos reconocer que Borges, el escritor más hermético entre los tres mencionados, ingresó en un público insospechado. Eso sí, un Borges falso, tal vez como él hubiera escrito.

jueves, 16 de julio de 2009

Incipit IX (Cuentos)

Una vez más, el Perro incluye unos inicios de cuentos. Los saborea y los esconde, como huesos.

Se llamaba Charlie Mears; Era hijo único de madre viuda; vivía en el norte de Londres y venía al centro todos los días, a su empleo en un banco. Tenía veinte años y estaba lleno de aspiraciones. Lo encontré en una sala de billares, donde el marcador lo tuteaba. Charlie, un poco nervioso, me dijo que estaba allí como espectador; le insinué que volviera a su casa.
Fue el primer jalón de nuestra amistad. En vez de perder tiempo en las calles con los amigos, solía visitarme, de tarde; hablando de sí mismo, como corresponde a los jóvenes, no tardó en confiarme sus aspiraciones: eran literarias.
(El cuento más hermoso del mundo. Rudyard kipling)

Desde hacía cinco días Mimoso agonizaba. Mercedes con una cucharita le daba leche, jugo de frutas y té. Mercedes llamó por teléfono al embalsamador, dio la altura y el largo del perro y pidió los precios. Embalsamarlo iba a costar casi un mes de sueldo. Cortó la comunicación y pensó llevarlo inmediatamente para que no se estropeara demasiado. Al mirarse en el espejo vio que sus ojos estaban muy hinchados por el llanto y decidió esperar la muerte de Mimoso. Junto a la estufa de kerosene, colocó un platito y volvió a darle leche al perro, pero con la cucharita. Ya no abría la boca y la leche se derramó por el suelo. A las ocho llegó el marido, lloraron juntos y se consolaron pensando en el embalsamamiento. Imaginaron al perro en la entrada de la habitación, con sus ojos de vidrio, cuidando simbólicamente la casa.
(Mimoso. Silvina Ocampo)

El hombre miró la hora: tenía por delante veinticinco minutos antes de la salida del tren. Se levantó, pagó el café con leche y fue al baño. En el cubículo, la luz mortecina le alcanzó su cara en el espejo manchado. Maquinalmente se pasó la mano de dedos abiertos por el pelo. Entró al sanitario, allí la luz era mejor. Apretó el botón y el agua corrió. Cuando se dio vuelta para salir, detrás de la puerta, de canto contra la pared, descubrió el libro.
(El libro. Sylvia Iparraguirre)

Hace poco tiempo, Filiberto murió ahogado en Acapulco. Sucedió en Semana Santa. Aunque despedido de su empleo en la Secretaría, Filiberto no pudo resistir la tentación burocrática de ir, como todos los años, a la pensión alemana, comer el choucrout, endulzado por el sudor de la cocina tropical, bailar el sábado de gloria en La Quebrada, y sentirse "gente conocida" en el oscuro anonimato vespertino de la playa de Hornos. Claro, sabíamos que su juventud había nadado bien, pero ahora, a los cuarenta, y tan desmejorado como se le veía, ¡intentar salvar, y a medianoche, un trecho tan largo! Frau Müller no permitió que se velara --cliente tan antiguo-- en la pensión; por el contrario, esa noche organizó un baile en la terracita sofocada, mientras Filiberto esperaba, muy pálido en su caja, a que saliera el camión matutino de la terminal, y pasó acompañado de huacales y fardos la primera noche de nueva vida.
(Chac Mool. Carlos Fuentes)

Cuando murió Stefano Martella, director de una sociedad de seguros y que había pasado una temporada en la superficie de la tierra pecando, trabajando y viviendo su partitura por casi cincuenta años, se encontró en una ciudad maravillosa hecha de palacios suntuosos, calles amplias y regulares, jardines, prósperos negocios, lujosos automóviles, cines y teatros, gente bien alimentada y elegante, sol brillante, todo bellísimo. Caminaba plácidamente por una avenida al lado de un señor muy cortés que le daba explicaciones mostrándole la ciudad.
(Extraños nuevos amigos. Dino Buzzati)

No hay en el mundo fortuna mayor, creo, que la incapacidad de la mente humana para relacionar entre sí todo lo que hay en ella. Vivimos en una isla de plácida ignorancia, rodeados por los negros mares de lo infinito, y no es nuestro destino emprender largos viajes. Las ciencias, que siguen sus caminos propios, no han causado mucho daño hasta ahora; pero algún día la unión de esos disociados conocimientos nos abrirá a la realidad, y a la endeble posición que en ella ocupamos, perspectivas tan terribles que enloqueceremos ante la revelación, o huiremos de esa funesta luz, refugiándonos en la seguridad y la paz de una nueva edad de las tinieblas.
(La llamada de Cthulhu. H. P. Lovecraft)

Tengo un amigo todo lo dulce y tímido que puede pedirse. Su nombre es frágilmente anticuado —Lucas—, y su edad, recatadamente intermedia —cuarenta años—. Es de reducida estatura, es delgaducho, tiene un bigotito ralo y una calva aún más rala. Como su vista no es perfecta, usa anteojos: insignificantes y sin armazón.
Para no molestar a nadie, camina siempre de perfil. En vez de pedir permiso, prefiere deslizarse apenas por un costado; si la rendija es tan estrecha que ni siquiera permite su paso, Lucas prefiere esperar con paciencia que el obstáculo —sea animado o inanimado, racional o irracional— se aparte por su propia voluntad. Los perros y los gatos callejeros le infunden terror, y, para evitarlos, se cruza a cada instante de una vereda a la otra.
(Mi amigo Lucas. Fernando Sorrentino)

Apéndice XI del Diccionario del diablo de Ambrose Bierce


Ratón, s. Animal cuyo camino está sembrado de señoras desmayadas (…).

Razonable, adj. Accesible al contagio de nuestras opiniones. Receptivo a la persuasión, la disuasión, la evasiva.

Razonar, v.t. Pesar probabilidades en la balanza del deseo.

Realidad, s. El sueño de un filósofo loco. Lo que queda en el filtro cuando se filtra un fantasma. El núcleo de un vacío.

Rebelde, s. El que propone un nuevo desgobierno, sin conseguir implantarlo.

Receta, s. Adivinanza, realizada por el médico, de lo que prolongará mejor la situación con menor daño para el paciente.

Recluta, s. Persona que se distingue de un civil por su uniforme, y de un soldado, por su modo de caminar.

Recordar, v.t. Traer nuevamente a la memoria, con algunos agregados, algo que previamente se ignoraba.

Reconciliación, s. Suspensión de hostilidades. Tregua armada para desenterrar a los muertos.

Reconsiderar, v. t. Buscar una excusa para una decisión ya tomada.

Recuento de votos, s. En política norteamericana, nuevo tiro de dados que se acuerda al jugador contra quien están cargados.

Referéndum, s. Ley que se somete a voto popular para establecer el consenso de la insensatez pública.

Refrán, s. Dicho vulgar, proverbio. He aquí algunos ejemplos:

Cuida los centavos, que los pesos se despilfarran solos.
Mejor tarde que antes de ser invitado.
Predicar con el ejemplo es mejor que seguirlo.
No dejes para mañana lo que pueda hacer otro.
El que ríe menos ríe mejor.
Hablando del lobo, termina por enterarse.
De dos males, trata de ser el menor.
Querer es poder decir "No quiero".

Reina, s. Mujer que gobierna el reino cuando hay un rey, y por medio de quien el reino es gobernado cuando no lo hay.

Reloj, s. Máquina de gran valor moral para el hombre, que mitiga su preocupación por el futuro al recordarle cuánto tiempo le queda.

domingo, 5 de julio de 2009

Katja Lange-Müller: Los últimos

Jorge Aloy







Adriana Hidalgo Editora. Año 2007
Traducción: Nicolás Gelormini
113 Páginas






Katja Lange-Müller en el año 2000 presentó Los últimos, una novela íntimamente ligada a un mundo que ya no existe. La escritora, nacida en Berlín Oriental en 1951, reconstruye por unos instantes lo que la globalización arrasó tras la caída del muro.
Una cajista de una imprenta tipográfica en Alemania Oriental (ya no existe tal oficio ni empresas del ramo, y ni hablar del país), inmersa en un ambiente de personajes exóticos, es la narradora de la historia que comienza con simples descripciones y anécdotas de compañeros de trabajo. La construcción del mundo es inmediata y cuando creemos que la novela se estanca en el recuerdo de un lugar desconocido para nosotros, sucede un cambio de rumbo: Udo Posbich, el dueño de la imprenta, un día desaparece y la policía cierra el negocio. A partir de este momento parece que ya no hay nada por decir: “Lo que yo tenía por narrar del lejano y para mí breve tiempo en la imprenta de Udo Posbich ya está narrado”. Pero aquí comienza, en realidad, el leit motiv de Los últimos. La narración vira hacia el género epistolar donde se vislumbran antiguos secretos.
Katja Lange-Müller al igual que su alter ego fue enfermera y cajista. Y también debe compartir con ella el gusto por La montaña mágica de Thomas Mann, libro alabado e incorporado a la trama de la novela.
Los últimos es una novela anacrónica y actual a la vez, que nos llega con una traducción meritoria, directamente del alemán. Es oportuno, además, conocer qué sucede en la literatura de estos días en otras latitudes. Y como detalle sustancial agradecemos la brevedad, ya que de otro modo sería enojoso abordar a un autor desconocido.
Katja Lange-Müller, hace unos años, pregonó a favor de la síntesis: “¡Si sabes ser lo suficientemente preciso, ya te puedes ir olvidando de escribir novelas largas!”.

martes, 16 de junio de 2009

Descatalogados (II)

Jorge Aloy






Nombre original: Jailbird
Editorial Argos Vergara. 1980
Traducción: José M. Álvarez y Ángela Pérez
253 Páginas




No es una estupenda sátira del poder y del dinero como pregona la cubierta del libro. Eso es tan sólo una estrategia de ventas propuesta por la editorial. Lo cierto es que Vonnegut dejó en Pájaro de Celda una síntesis de su obra que consta de más de una docena de novelas, un libro de cuentos y dos obras de teatro.
En principio hay que decir que Vonnegut se revela como un gran escritor de prólogos. En este caso son 27 páginas (!) que cobran importancia por sí solas. En ellas surge no sólo la génesis de la novela, sino la de toda la obra del norteamericano.
Y es precisamente en el prólogo donde Vonnegut nos cuenta que un lector le envió un telegrama, diciéndole “que ya está en condiciones de exponer la única idea que subyace en el núcleo de (su) obra (…): 'Puede fallar el amor, pero prevalecerá la cortesía'”.
En Pájaro de Celda, Walter F. Starbuck —viudo reciente e ignorado por su hijo— es detenido en su despacho de "Asesor para Asuntos de la Juventud" del presidente Nixon. Era el watergate. No comienza, a partir de aquí, una penosa historia de un hombre débil acuciado por las circunstancias, comienza la historia de alguien que al ser detenido sólo pensó: “Por lo menos ya no fumo”.
Y como hasta el tiempo en prisión también puede llegar a su fin, Starbuck debe dejar de ser un pájaro de celda (terminología que designa a los presos de máxima peligrosidad). Pero no tiene apuro, no tiene dónde ir. Aquí es cuando Vonnegut, en la trama, desarrolla de modo implacable el hilo de la casualidad, cruzando personajes nimios en la inmensa ciudad de Nueva York, consiguiendo de esta arriesgada complejidad un resultado sorprendente. Es lo que Camus llamaba la exageración del arte.
Los remedos de la guerra, las luchas políticas, la atrofiada relación padre-hijo son los temas que se cruzan en Pájaro de celda, pero conducen a un único tema que preocupa en la estética Vonnegutiana en general: las relaciones humanas.
Narrada en primera persona, como es habitual en este autor, la construcción de la trama se hace ágil e inapelable: hay un único mundo posible, el mundo donde todo debe ser explicado, donde la naturalidad desapareció.
Como siempre, el humor en la tragedia es indisoluble. En la soledad de un brindis de nochebuena, Ruth, la mujer de Walter F. Starbuck, pronunció las siguientes palabras: “Por Dios Todopoderoso, el hombre más vago de la ciudad”.
La justificación de la novela y el modo de actuar del protagonista tienen pleno asidero en el sermón de la montaña. Si, en el sermón de la montaña. ¿Quién lo recuerda?
La guerra, la soledad, el dinero y las desavenencias se hallan en franco entredicho en Pájaro de Celda. Podremos reír hasta las lágrimas pero sin olvidar el sustento humanista que guía la obra de Kurt Vonnegut.
Por favor, consigamos esta novela, la más maravillosa del viejo zorro.

Incipit X (Cuentos)

El perro entrega hoy una nueva selección de inicios de cuentos. Entre ellos se encuentra uno de sus preferidos.

¡Es cierto! Siempre he sido nervioso, muy nervioso, terriblemente nervioso. ¿Pero por qué afirman ustedes que estoy loco? La enfermedad había agudizado mis sentidos, en vez de destruirlos o embotarlos. Y mi oído era el más agudo de todos. Oía todo lo que puede oírse en la tierra y en el cielo. Muchas cosas oí en el infierno. ¿Cómo puedo estar loco, entonces? Escuchen... y observen con cuánta cordura, con cuánta tranquilidad les cuento mi historia.
(El corazón delator. Edgar Allan Poe)

Hacía tres meses que había emprendido aquel floreciente negocio, cuando recibí la visita de un joven que me dijo:
—Quisiera hablar con usted sobre unos libros que mi padre le adquirió antes de morir.
Le hice pasar, y le ofrecí coñac y un cigarro puro. No bebía y tampoco fumaba. Sonreía constantemente, y la sonrisa contrastaba con el traje de luto.
—Verá usted —me dijo—. A los cuatro días de morir mi padre, recibí un paquete contra reembolso a su nombre. Pagué el importe y cuál no sería mi sorpresa al comprobar que el paquete contenía…libros.
(Desembarazarse de Crisantemo. Gonzalo Suárez)

La última de sus visitas había ocurrido quizá cuatro años atrás. Aunque para alguien como él, que había pasado largos años encerrado, el tiempo era distinto -pesado, lento, denso y distinto-, aun así recién ahora -que en verdad lo pensaba- sentía que había transcurrido, desde entonces, mucho más que la mera suma de meses y de años. En aquel momento le había vuelto a decir -lo quiso decir por última vez- que no volviera más; que nada valía la pena, que él ya era otro y que ella también era y sería distinta a medida que el tiempo pasaba.
(Nunca es posible regresar a nada. Héctor Tizón)

No había esperanza esta vez: era la tercera embolia. Noche tras noche pasaba yo por la casa (eran las vacaciones) y estudiaba el alumbrado cuadro de la ventana: y noche tras noche lo veía iluminado del mismo modo débil y parejo. Si hubiera muerto, pensaba yo, vería el reflejo de las velas en las oscuras persianas, ya que sabía que se deben colocar dos cirios a la cabecera del muerto. A menudo él me decía: "No me queda mucho en este mundo", y yo pensaba que hablaba por hablar. Ahora supe que decía la verdad. Cada noche al levantar la vista y contemplar la ventana me repetía a mí mismo en voz baja la palabra parálisis. Siempre me sonaba extraña en los oídos, como la palabra gnomo en Euclides y la palabra simonía en el catecismo. Pero ahora me sonó a cosa mala y llena de pecado. Me dio miedo y, sin embargo, ansiaba observar de cerca su trabajo maligno.
(Las hermanas. James Joyce)

Pues claro que se iba, qué otra cosa podía hacer, el tiempo se había agotado y se iba, se iba muy lejos. Tenía ya hecha la maleta, había sacado brillo a los zapatos; se había cepillado el pelo y se había lavado expresamente detrás de las orejas. Tan sólo faltaba bajar las escaleras, salir por la puerta y subir la calle hasta la estación del pueblo, donde el tren se detendría exclusivamente para recogerlo a él; entonces Fox Hill, Illinois, quedaría atrás, muy atrás en su pasado. Y él proseguiría su camino, quizá a Iowa, tal vez a Kansas, quién sabe si a California; un chiquillo de doce años, en cuya maleta un certificado de nacimiento acreditaba que lo había hecho hacía cuarenta y tres.
(Hola y adiós. Ray Bradbury)

Nadie supo jamás el verdadero nombre de aquel a quien todos llamaban el Caballero Enfermo. No ha quedado de él, después de su impensada desaparición, más que el recuerdo de sus sonrisas y un retrato de Sebastianbo del Piombo, que lo representa envuelto en una pelliza, con una mano enguantada que cae blandamente como la de un ser dormido. Alguno de los que más lo quisieron -yo estoy entre esos pocos- recuerda también su cutis de un pálido amarillo, transparente, la ligereza casi femenina de los pasos, la languidez habitual de los ojos.
(La última visita del caballero enfermo.
Giovanni Papini)

Ella era gorda, baja, pecosa y de pelo excesivamente crespo, medio amarillento. Tenía un busto enorme, mientras que todas nosotras todavía éramos chatas. Como si no fuese suficiente, por encima del pecho se llenaba de caramelos los dos bolsillos de la blusa. Pero poseía lo que a cualquier niña devoradora de historietas le habría gustado tener: un padre dueño de una librería.
(Felicidad clandestina. Clarice Lispector)

lunes, 1 de junio de 2009

Carlos María Domínguez: La casa de papel

Jorge Aloy







Punto de lectura. 2007
71 Páginas

“En la primavera de 1998 Bluma Lennon compró en una librería del Soho un viejo ejemplar de los Poemas, de Emily Dickinson, y al llegar al segundo poema, sobre la primera bocacalle, la atropelló un automóvil”. De este modo comienza La casa de papel (2004) de Carlos María Domínguez (Buenos Aires, 1955), una novela corta (nouvelle para los franceses) que nos advierte acerca de la peligrosidad de la literatura, no sólo porque pueda aparecer un auto en la esquina.
Bluma Lennon era profesora de Lenguas hispánicas en Cambridge. Tras su muerte, la universidad recibió un sobre a su nombre que contenía un ejemplar de La línea de sombra de Joseph Conrad. El remitente era un tal Carlos Brauer. Dos cosas llamaban la atención: por un lado, el libro tenía pegado trozos secos de cemento y, por otro, la dedicatoria era de Bluma para Carlos.
El reemplazante de Bluma, un profesor argentino, —a la sazón el narrador— guardó el libro y se propuso encontrar a Carlos Brauer. A partir de ese momento comienzan las peripecias en la búsqueda, donde se hará notoria en los personajes la impronta que a cada uno de ellos le deja la literatura. Búsqueda con ribetes hasta del policial clásico, con cruces de humor y tragedia, donde lo único que se puede esperar es que alguien cruce la tan mentada línea de sombra.
El juego que propone Carlos María Domínguez es sobre la literatura, el comportamiento humano, la soledad y, finalmente, la muerte, frente a la literatura como un opuesto que intenta hacer más llevadera la vida.
“A menudo es más difícil deshacerse de un libro que obtenerlo. Se adhieren con un pacto de necesidad y olvido, tal como si fueran testigos de un momento en nuestras vidas al que no regresaremos. Pero mientras permanezcan ahí, creemos sumarlos”.
La búsqueda parte desde Buenos Aires hacia el interior de Uruguay, cruzando caminos recorridos ya por Haroldo Conti en Mascaró, quizá un reivindicado homenaje.
Breve, intensa, traducida a 18 idiomas, La casa de papel es una novela impregnada de pasión que busca respuestas a las preguntas imposibles. Si las encuentra o no, lo determina cada lector cuando entra en consonancia con la historia y a través de ella mide su propia pasión por los libros y la literatura.

Apéndice X del Diccionario del diablo de Ambrose Bierce

Precio, s. Valor más una suma razonable por el desgaste que sufre la conciencia al exigirlo.

Predestinación, s. Doctrina de que todo ocurre según un programa. No debe confundirse con la doctrina de la predeterminación que dice que todas las cosas están programadas pero no afirma que ocurran, pues eso está apenas implicado en otras doctrinas de las que ésta deriva. La diferencia es lo bastante grande como para haber inundado a la Cristiandad de tinta y no hablemos de sangre. Si uno distingue perfectamente entre ambas doctrinas y cree con fervor en las dos puede llegar a salvarse, salvo que ocurra lo contrario.

Preferencia, s. Sentimiento o estado de ánimo inducido por la creencia errónea de que una cosa es mejor que otra.
Un filósofo antiguo estaba convencido de que la vida no es mejor que la muerte. Un discípulo le preguntó por qué, entonces, no se suicidaba.
--Porque la muerte no es mejor que la vida --respondió el filósofo-- Pero es más larga.

Prejuicio, s. Opinión vagabunda sin medios visibles de sostén.

Prelado, s. Dignatario eclesiástico dotado de un grado superior de santidad y de un gordo estipendio. Miembro de la aristocracia celestial. Caballero de Dios.

Prerrogativa, s. Derecho de un soberano a obrar mal.

Presagio, s. Señal de que algo ocurrirá si no ocurre nada.

Presente, s. Parte de la eternidad que separa el dominio del desengaño del reino de la esperanza.

Procaz, adj. Dícese del lenguaje que usan otros para criticarnos.

Profecía, s. Arte y práctica de vender nuestra credibilidad con entrega diferida.

Prójimo, s. Aquél a quien no está ordenado amar como a nosotros mismos, pero que hace todo lo posible para que desobedezcamos.

Propiedad, s. Cualquier cosa material, sin valor particular, que pueda ser defendida por A contra la avidez de B. Todo lo que satisface la fiebre de posesión en unos y la defrauda en los demás. Objeto de la breve rapacidad del hombre, y de su larga indiferencia.

Providencial, adj. Dícese de lo que es notoria e inesperadamente beneficioso para quien lo describe.

Puerto, s. Lugar donde los barcos que escapan a la ira de las tormentas quedan expuestos a la furia de los aduaneros.

Racional, adj. Desprovisto de ilusiones, salvo las que nacen de la observación, la experiencia y la reflexión.

miércoles, 20 de mayo de 2009

Daniel Moyano: El vuelo del tigre. Por Carlos Mamonde (*)

Daniel Moyano es un escritor argentino que debemos leer, si es posible ya mismo. Nació en Buenos Aires en 1930, vivió en Córdoba y La Rioja. En esta provincia fue detenido ilegalmente el día siguiente al golpe militar del ’76. Después de dos meses, una vez liberado se exilió en Madrid, donde murió en 1992. Escribió Artista de variedades (1960), La lombriz (1964) (Cuentos), El trino del diablo (1975), El vuelo del tigre (Novelas), entre otras publicaciones. Precisamente es El vuelo del tigre (adrede no está fechada, se publicó en 1981) quien nos convoca. Esta novela tiene una historia que El perro elocuente deseaba contar. Pero la nota vino desde España, contada por el escritor Carlos Mamonde, amigo de Daniel Moyano y compañero en la cárcel y en el exilio español.
El Perro agradece infinitamente a Carlos Mamonde por esta nota, creada exclusivamente para el blog, así como a Elena Vinelli, el nexo para que esto fuera posible.
Todo empieza con una anécdota narrada por Daniel Moyano en una entrevista a fines de los años ochenta, que reproducimos:

“Los primeros siete años de exilio no pude escribir nada. Había perdido toda capacidad expresiva. Lo que intentaba escribir era visceral, patológico, mezclado con pesadillas... que terminaban en un cuartel, no podía escribir porque todo lo que escribía estaba prendido a esta desesperación. Hasta que intenté la re-escritura de El vuelo del tigre, que yo había escrito en La Rioja. Cuando me detuvieron, Irma enterró el original en la huerta, porque si los militares leían además de saquear no me soltaban más. Un cura amigo le dijo a Irma: Hagan desaparecer ese manuscrito. No había copia. Hice una reconstrucción del manuscrito. Cuando volví a La Rioja, los que vivían en la casa habían volteado la higuera, pusieron césped, una pileta de natación... Andá a saber qué pasó con el original".
Viejos tiempos:Daniel Moyano, Carlos Mamonde, Juan Gelman

En la novela El vuelo del Tigre hay una poderosa intuición, un "foreshadowing" estremecedor, que refleja cómo la inteligencia poética de Daniel le permitía leer entretelas de la Historia que muchos analistas hegelianos no veían...y ahora parece "fácil" encomiarlo, pero debemos enfatizar que comienza a escribirla unos 20 meses antes del golpe de 1976. Y en la intrahistoria del utópico Hualacato -metáfora de la Argentina toda- está descripto, en un tono minimalista y aterrador en sus detalles, el efecto de la entrada de "los salvadores de la Patria" en el espacio político nacional y -más perversamente aún- adentro del espacio espiritual y moral del imaginario de todos; de toda esa generación argentina y de varias otras que han quedado afectadas, a un lado y otro de la tristes trincheras. Pero no quiero acotar demasiado la lectura de esta novela en su registro político, que es muy rico, y ha sido ya sobradamente releído por varios críticos. Me interesa enfatizar en cambio la capacidad de Moyano para una autoironía y humor negro muy propios del ser argentino y universal, hoy, en la posmodernidad. El espacio de Hualacato, como el del praguense Castillo kafkiano, es una tierra devastada donde no se avizora ninguna sorpresa ante el nuevo absurdo que destructura todo...y más aún no hay espacio, ni una miaja, para aquel "Principio Esperanza" del que nos habla Bloch (para no derivar hacia zonas religiosas, que no eran de la preferencia moyanesca; aunque si lo fuera la cuestión del debate teológico, muy matizado por esa mirada suya tan apta para valor la inestabilidad de lo real, la ambigüedad de lo real, la inhumanidad de lo real). No hay sitio en la iluminación del "Vuelo..." para la esperanza ni para ninguna especie de "salvación"...sólo resta el deterioro cotidiano y minucioso del ser en el campo experimental de la sevicia; su abismarse en los laberintos cotidianos de la materia (y no precisamente de un materialismo marxiano, sino de un materialismo grosero del dolor de los cuerpos y de la miseria de la interacción de hombres muy rebajados a bestias).
Este era el contenido de aquella primera escritura del Vuelo... enterrada en el jardín de su casa por la familia de Moyano cuando él estaba preso ("secuestrado" es el término correcto por la ilegalidad en que se producían aquellas detenciones dictatoriales) en la carcel riojana.Y no hay contradicción entre el valor de un espíritu que se atreve a ver cara a cara al terror y el miedo positivo por la seguridad de su mujer e hijos (y la suya propia) que Moyano siente. Los testimonios, la letra residual, de sus visiones tienen que ser soterrados.No hay poder en la sociedad civil para sostener aquellas palabras, qué sólo pueden atraer la malicie de los inquisidores criollos; aquellos que en su estolidez llegaron incluso a censurar al Principito de Saint Exupery.Y Moyano prefiere matar al texto. Un texto ilegible y -en su pequeña tumba- cegado por el humus y la arena, es un texto muerto. Se vuelve a cumplir la percepción de Walter Benjamín: sólo un cuerpo muerto es inaccesible al Poder.
Mucho tiempo después, en la luz de Castilla, Moyano se enfrenta a la necesaria tarea de resucitar aquel texto, que ya sólo pervive en su memoria. Y cómo es escritor y no taumaturgo , la resurrección resulta difícil y costosa. Porque también Moyano había entrado en el silencio de un largo duelo.Años de duelo hasta poder recuperar la capacidad de sostener la enunciación de una frase; mutilado como estaba incluso de los hipertextos del entorno histórico,material, de los niveles de su habla linguïstica rioplatense...que habían quedado no enterrados pero si ahogados por miles y miles de millas marítimas y miles de lágrimas.Y tengo para mi que, nuevo Pierre Menard, Moyano no "recuerda" mecánicamente esta novela sino que vuelve a escribirla sobre el 'pattern' que atesora en su alma. Y esa escritura le permite varias felices correcciones y addendas.He leído los dos textos, el perdido y el reconstruído, y en mi imaginación los veo como sosias...pero se (y es una alternativa mejor) que la escritura española es superadora, para suerte de sus lectores y la historia de la literatura argentina.
Como una vez dijo Romeo frente al cadáver imaginario de Julieta Capuleto, aquella única vez Daniel pudo decir: ¡Oh, Muerte...dónde están tus banderas!. Y reconfirmó la mirada nietzscheana que descubre que el lenguaje es la cadena de oro que nos permite, a través del ser de la literaturiedad, entrar y salir del no ser de la muerte. Miguitas en el malvado bosque de Hansel y Gretel...hilo del oro de las guedejas de Ariadna entre las piedras circulares de Minos
.

Horacio Salas , Nelson Marra, Carlos Mamonde, Daniel Moyano, Mario Trejo, Ricardo Carpani y Ariel Ferraro

(*) Carlos Mamonde es argentino, nació en Córdoba en 1950. Su vida osciló entre Córdoba, Buenos Aires y La Rioja. Actualmente reside en Madrid, es psicoanalista y profesor de Literatura en el Instituto Universitario FOG de Toledo. Publicó Gestos en los ojos de un perro, La vida como era, El Largo Viaje del Angel (Cuentos), Objetos, residuos y agonías, Una rosa tumbada por el polvo (Poesía), Borges:el castigo de la imaginación (Ensayo), José de San Martín y el plan continental (Ensayo histórico), entre otros. Fue traducido al sueco y al italiano.