sábado, 15 de octubre de 2011

Íncipi y éxplicit II

Fernando Terreno


He seleccionado estos comienzos por un par de razones. El primero, porque es la única novela que comienza con un explícito íncipit, en lugar de hacerlo con un prólogo o, directamente, por el capítulo 1.
El segundo, porque es uno de los que más me gustan y pertenece a un autor muy poco difundido.

1
Íncipit


¡Veciños, veciños, roubaron o Corpo Santo!

En la mañana de niebla, casi al alba, las voces estremecen el aire como trompetas. Toca odavía la campana, a la primer misa; pero su sonido es tenue, precavido, como para entrar de puntillas en las alcobas oscuras, un sonido al que se da la espalda, que se esquiva o acalla metiendo la cabeza bajo las sábanas. “Pepiño, levántate que ya son las seis y media.” Un sonido que sería impertinente si no fuera habitual; que sería íntimamente detestado si no actuara de despertador, a esa hora en que los que trabajan tienen que despertarse.

¡Veciños, veciños, roubaron o Corpo Santo!

Explicit



Coda

Se encogió de hombros y, riendo, derribó a Julia en el césped. Losdila maila Juliaca vestí duleia, ascolia mirteia tespedulentes, vim, hospodaslin, lailós; postaquasbam dilós, verocisten macles. Burujulalos loscita languovolsentes, astas, astas, vistigar, delinquoslaia. Cuando se levantaron, riendo todavía, pero ya un poco serios, Castroforte parecía una nube lejana, donde quizás el Rey Artús empezase a proponer al pueblo la proclamación inmediata, definitiva, del Cantón Independiente, hasta que en el Reloj del Universo sonara la hora del regreso.

Gonzalo Torrente Ballester, La saga/fuga de J.B., 1972, Ediciones Destino.

2
Íncipit


Capítulo I


El coime Jerónimo Ramos era hormiga vieja. Veintiuna las cajas que él debía transportar. Las últimas, bajo los filos del sol.
Fausto Vargas, sentado en una banca, espera. Hacia la décima caja venía el descanso del coime. Uno de los empleados de Vargas le abría entonces un refresco.
-Ramos –le decía Vargas- ¿por qué no pides que te compren una carretilla?
-¿Qué me compren quienes, Vargas?
Vargas veía los ojos del viejo nublados por el calor.
-Pues Leónidas Góngora. No tienes para qué sufrir.
El coime le daba un trago a su refresco. Y Vargas:
-La mandarina es un sabor que sólo los que tienen gusto aprecian.
-Yo no distingo los sabores, Vargas –contestaba el coime.
Vargas fruncía la boca. Y luego:
-¿Qué piensas tú, Ramos? ¿Querrá tu patrón?
El coime, con otra caja ya al hombro, contestaba:
-El sábado próximo pregúnteselo usted mismo, Vargas.

Éxplicit

-¿El coime Ramos? – repitió. Una semana en la c
árcel, derrumbándose por todas partes, como casa vieja. Lo pistolero le quitó el hambre. Se murió sin volver a comer. Tampoco a ese conocí, Carmelo.
El pariente se levantó.
-Me voy –dijo-. El frío ya está otra vez aquí.
-Espere -le pidió Carmelo.
-Dígamé.
-No reclamó usted el cuerpo de Gil.
El pariente hizo una mueca.
-Quien reclama –dijo- entierra. Yo, con qué dinero, Carmelo.


Jesús Gardea, La canción de las mulas muertas, 2000, Ediciones Conaculta, México.