jueves, 15 de diciembre de 2011

Lecturas para el metro

Por: C. Luisa Ugueto (*)
En la mayoría de las ciudades del mundo, el metro es uno de los medios de transporte más concurridos. Te empujan en el metro, te aplastan en el metro, a veces, con suerte vas cómodo, sentado, leyendo un buen libro si tu parada es lejana, pero también si solamente esperas llegar a tu destino en la próxima estación. Leer en el metro, incluso de pie, es una de las mejores decisiones que puedes tomar, te permite redituar tu tiempo, usarlo para “algo”. No digo que el silencio o la música no sean una posibilidad mientras avanza tu vagón, digo que leer suma puntos, vida y alegría. He aquí dos libros que te permitirán experimentar sensaciones si te unes a los lectores rodantes del mundo. Enjoy!

Cortos / Alberto Fuguet

El cine y la literatura tiene algo en común: las historias, la necesidad de contar historias, de mostrar a través de situaciones imaginarias el mundo que nos rodea. Los cuentos de Cortos de Alberto Fuguet iban a ser cine, pero todo el mundo sabe que antes de ser cine una película es guión, esta escrita en papel con todo su universo plasmado en letras antes que en imágenes. El cineasta y escritor chileno en estos cuentos de una extensión limitada, tal como lo devela el titulo del libro, nos narra la vida de personajes diversos.
“Si uno es capaz de conquistar la soledad, es capaz de conquistarlo todo. De eso es lo que uno huye, eso es lo que uno teme” dice Simón en "Road Story", uno de los cuentos mas logrados de estas ocho historias cotidianas que te aproximaran a una narración visual como si se trataran de cortometrajes.

Todos los fuegos, el fuego / Julio Cortázar

Los cuentos de Todos los fuegos, el fuego, son ocasionalmente tan reales que dan miedo. He estado en La autopista del sur muchas veces. Es imposible no haber estado en ella viviendo a una hora de la ciudad, en las afueras, en las que en Venezuela se llaman ciudades dormitorio, donde solo puedes vivir realmente, los fines de semana. De resto debes trasladarte a la gran ciudad, lo cual te hace permanecer paralizado en colas eternas, como esa del cuento de Cortázar.
"La salud de los enfermos", es un cuento sobre el amor, sobre como el amor puede valerse de la mentira para sobrevivir, "La señorita Cora", fue el primer cuento que leí de Cortázar, "Reunión", "Todos los fuegos el fuego" y el resto de los relatos del libro son un eco del mundo fantástico del escritor, ese donde decía vivir cotidianamente y en el cual nos permitió adentrarnos a través de sus libros, para darnos cuenta que la fantasía se vislumbra, a veces, mucho más con los ojos abiertos que en los sueños.

(*) C. Luisa Ugueto es Licenciada en Letras por la Unversidad Central de Venezuela. Vive en La Guaira, Estado de Vargas y escribió en exclusiva para El perro elocuente esta nota. Además es crítica de cine y podemos leerla habitualmente en http://elproyectordedonnie.blogspot.com/ (o clickear en nuestra lista de blogs amigos y afines).

jueves, 1 de diciembre de 2011

Ocho reglas para escribir ficción. Kurt Vonnegut

De Bagombo Snuff Box: Uncollected Short Fiction tomamos este breve "decálogo" que nos legara el viejo zorro.

Por si quedan dudas en el punto 1, en el original en inglés dice "Use the time of a total stranger in such a way that he or she will not feel the time was wasted". Por "el tiempo de un total extraño" suponemos que se refiere al "tiempo de otro". En el caso de la ficción, a un personaje.

Recordemos que Kurt Vonnegut (1922-2007) es norteamericano, publicó, entre otras novelas, Matadero cinco y Pájaro de celda, de las cuales ya hemos hablado.


1. Usa el tiempo de un total extraño de tal forma de que él o ella no sentirá que lo desperdició.


2. Dale al lector al menos un personaje con el que él o ella pueda identificarse.


3. Cada personaje debe desear algo, aunque sólo sea un vaso de agua.


4. Cada frase debe hacer una de estas dos cosas: revelar al personaje o avanzar en la acción.


5. Comienza tan cerca del final como sea posible.


6. Sé sádico. No importa cuán dulce e inocentes sean tu personajes, haz que les ocurran cosas atroces, para que el lector pueda ver de qué están hechos.


7. Escribe para satisfacer a una sola persona. Si abres una ventana y quieres agradarle a todo el mundo, a tu cuento le dará una neumonía.


8. Dale a tus lectores tanta información como sea posible, tan pronto como sea posible. Al diablo el suspenso. Los lectores deberían tener una comprensión tan completa de lo que está pasando, dónde y cuándo y por qué, que deberían poder terminar el cuento ellos mismos, y las polillas deberían comerse las últimas páginas.

martes, 15 de noviembre de 2011

Incipit XXVII (Cuentos)

Ursula era callada como una vaca. Ya había empezado el verano cuando yo la veía llevar su cuerpo grande por una calle estrecha. A cada paso sus pantorrillas se rozaban y las carnes le quedaban temblando. A mí me gustaba que se pareciera a una vaca. Una noche que el cielo estaba bajo y se esperaba la lluvia, un auto descargó sus focos sobre el cuerpo de Ursula. Ella dio vuelta la cabeza y enseguida corrió para un lado de la calle estrecha, parecía una vaca sacudiendo las ubres. El auto se detuvo y alguien, desde adentro, preguntó algo. Ursula contestó moviendo la cabeza, estaba rodeada del polvo que había levantado y se veía brillar las corneas de sus grandes ojos.
(Úrsula. Felisberto Hernàndez)

Al grito de «¡Cambio esposas viejas por nuevas!» el mercader recorrió las calles del pueblo arrastrando su convoy de pintados carromatos.
Las transacciones fueron muy rápidas, a base de
unos precios inexorablemente fijos. Los interesados recibieron pruebas de calidad y certificados de garantía, pero nadie pudo escoger. Las mujeres, según el comerciante, eran de veinticuatro quilates. Todas rubias y todas circasianas. Y más que rubias, doradas como candeleros.
(Parábola del trueque. Juan José Arreola)

Es mentira, dijo mi esposa. ¿Cómo puedes creer una cosa así? Ella está celosa, eso es todo. Giró la cabeza y me miró fijamente. Aún no se había quitado el sombrero ni el abrigo, y estaba ruborizada por la acusación. ¿
Me crees a mí, no? ¿Seguramente no creerás aquello?
Me encogí de hombros y le dije: ¿Por qué iba a mentir? ¿Con qué objeto? ¿Qué obtendría con ello? Me sentía incómodo, pero permanecí allí en pantuflas, abriendo y cerrando los puños, con la sensación de estar haciendo el ridículo, exhibiéndome, no obstante las circunstancias. No tengo madera para hacer el papel de inquisidor. En ese momento deseaba que nunca hubiese llegado a mis oídos, que todo pudiera ser como antes. Se supone que es amiga, amiga de los dos, comenté.
(La mentira. Raymond Carver)

Yo so
y un hombre formal y mi cerebro tiene inclinación a la filosofía. Mi profesión es la de financiero. Estoy estudiando la ciencia económica, y escribo una disertación bajo el título de El pasado y el porvenir del impuesto sobre los perros. Usted comprenderá que las mujeres, las novelas, la luna y otras tonterías por el estilo me tienen completamente sin cuidado.
(Un hombre irascible. Antón Chejov)

Era en el callejón Negro.
Esa tarde, Chaktur el hojalatero, que trabajaba en su taller en la reparación de una jarra de baño, dejó por un momento su tarea, para recogerse y pensar con calma en su vida miserable e infinita. Pero no llegó muy lejos en sus amargas reflexiones. Toda su vida estaba allí, junto a él, y podía tocarla con sus manos, de tan sombría y sucia que era, sin una pizca de sueños. Se sintió tan claramente asqueado que pensó en otra cosa.
(El peluquero que mató a su mujer. Albert Cossery)

sábado, 15 de octubre de 2011

Íncipi y éxplicit II

Fernando Terreno


He seleccionado estos comienzos por un par de razones. El primero, porque es la única novela que comienza con un explícito íncipit, en lugar de hacerlo con un prólogo o, directamente, por el capítulo 1.
El segundo, porque es uno de los que más me gustan y pertenece a un autor muy poco difundido.

1
Íncipit


¡Veciños, veciños, roubaron o Corpo Santo!

En la mañana de niebla, casi al alba, las voces estremecen el aire como trompetas. Toca odavía la campana, a la primer misa; pero su sonido es tenue, precavido, como para entrar de puntillas en las alcobas oscuras, un sonido al que se da la espalda, que se esquiva o acalla metiendo la cabeza bajo las sábanas. “Pepiño, levántate que ya son las seis y media.” Un sonido que sería impertinente si no fuera habitual; que sería íntimamente detestado si no actuara de despertador, a esa hora en que los que trabajan tienen que despertarse.

¡Veciños, veciños, roubaron o Corpo Santo!

Explicit



Coda

Se encogió de hombros y, riendo, derribó a Julia en el césped. Losdila maila Juliaca vestí duleia, ascolia mirteia tespedulentes, vim, hospodaslin, lailós; postaquasbam dilós, verocisten macles. Burujulalos loscita languovolsentes, astas, astas, vistigar, delinquoslaia. Cuando se levantaron, riendo todavía, pero ya un poco serios, Castroforte parecía una nube lejana, donde quizás el Rey Artús empezase a proponer al pueblo la proclamación inmediata, definitiva, del Cantón Independiente, hasta que en el Reloj del Universo sonara la hora del regreso.

Gonzalo Torrente Ballester, La saga/fuga de J.B., 1972, Ediciones Destino.

2
Íncipit


Capítulo I


El coime Jerónimo Ramos era hormiga vieja. Veintiuna las cajas que él debía transportar. Las últimas, bajo los filos del sol.
Fausto Vargas, sentado en una banca, espera. Hacia la décima caja venía el descanso del coime. Uno de los empleados de Vargas le abría entonces un refresco.
-Ramos –le decía Vargas- ¿por qué no pides que te compren una carretilla?
-¿Qué me compren quienes, Vargas?
Vargas veía los ojos del viejo nublados por el calor.
-Pues Leónidas Góngora. No tienes para qué sufrir.
El coime le daba un trago a su refresco. Y Vargas:
-La mandarina es un sabor que sólo los que tienen gusto aprecian.
-Yo no distingo los sabores, Vargas –contestaba el coime.
Vargas fruncía la boca. Y luego:
-¿Qué piensas tú, Ramos? ¿Querrá tu patrón?
El coime, con otra caja ya al hombro, contestaba:
-El sábado próximo pregúnteselo usted mismo, Vargas.

Éxplicit

-¿El coime Ramos? – repitió. Una semana en la c
árcel, derrumbándose por todas partes, como casa vieja. Lo pistolero le quitó el hambre. Se murió sin volver a comer. Tampoco a ese conocí, Carmelo.
El pariente se levantó.
-Me voy –dijo-. El frío ya está otra vez aquí.
-Espere -le pidió Carmelo.
-Dígamé.
-No reclamó usted el cuerpo de Gil.
El pariente hizo una mueca.
-Quien reclama –dijo- entierra. Yo, con qué dinero, Carmelo.


Jesús Gardea, La canción de las mulas muertas, 2000, Ediciones Conaculta, México.

jueves, 15 de septiembre de 2011

"Mi caso no es"

Carlos Mamonde


(El escritor argentino Carlos Mamonde, residente en España, tuvo la deferencia de acercarnos su texto más reciente para anunciarlo en El perro elocuente).


Mi caso no es el de Franz Kafka, despertado por Dios una mañana en el callejón de la Alquimia, a orillas del Moldava, convertido en un bicho, un gran insecto, dice él…o lo dice, lo grita, ya lo dice el propio bicho porque quien debía estar pensando en ese momento en que ya se había comenzado a escupir la historia no era otro sino el bicho…en ese instante posterior a la noche, aunque aún se moviera a la sombra de la mole de San Vito en el Castillo –los dedos de la sombra bajando desleídos hacia las rampas de la vertiginosa iglesia de San Nicolás y los pasadizos inhumanos, las casas mazmorras del pobrerío de ‘Malá Strana’- tenía que ser el bicho –no un hombre- quien nos estuviera hablando… y si así entendemos la voz y sentido de tal persona -o cosa que balbucea- es porque somos bichos como ello lo es ya, en ese instante.

Esta sospecha es lo que más me hiere de ese cuento, que no releo desde hace décadas, por ese dolor que me lijaba; y porque también hace ya muchos años que han naufragado mis ilusiones literarias y ya sólo me dedico a una práctica que parece haber quedado como la única verdad sin sombras de mi identidad: me dedico a sospechar de los hombres y a matarlos –¿“asesinarlos” podría decir (sin exagerar) alguien que me mirara desde fuera de mi alma?- si me dan una perentoria orden del poder que me dice “mátalo”; con razón o sin ella.

¡Sé cuán ridículo –y esnob- suena sugerirse un perfil de asesino aficionado a la literatura…alguien que especula con los reflejos, entre bellos y perversos, de un alma poética!

Pero yo también he despertado esta mañana. (Despertar para mi, en cierto modo es una bendición; por mis largos años del potro del insomnio infernal…aunque este despertar ha sido detestable…si es que ya no es él último, el deseado).


Para seguir leyendo podés clickear en el link El cocinero inconciente o aquí: http://carlosmamonde.blogspot.com/

lunes, 15 de agosto de 2011

Incipit XXVI (Cuentos)

Un día el constructor Trurl armó una máquina que podía crear cualquier cosa cuyo nombre empezara con n. Una vez que estuvo lista, la probó, ordenándole que hiciera navajas, y después nanquines y negligés, todo lo cual hizo; luego le dijo que nivelara el conjunto de narguiles llenos de nepentes y de numerosos narcóticos más. La máquina llevó a cabo las instrucciones al pie de la letra. Pero Trurl, aún no del todo seguro de la habilidad de la máquina, le ordenó producir, uno después del otro, nimbos, nudos, núcleos, neutrones; además, nafta, narices, ninfas, náyades, y natrium. La máquina no pudo hacer esto último y Trurl, considerablemente irritado, le exigió una explicación.
(Cómo se salvó el mundo. Stanislaw Lem)

Confieso que sólo soy un simple escritor de relatos fantásticos. Desde mi más temprana infancia me he sentido subyugado por la secreta fascinación de lo desconocido y lo insólito. Los temores innominables, los sueños grotescos, las fantasías más extrañas que obsesionan nuestra mente, han tenido siempre un poderoso e inexplicable atractivo para mí. En literatura, he caminado con Poe por senderos ocultos; me he arrastrado entre las sombras con Machen; he cruzado con Baudelaire las regiones de las hórridas estrellas, o me he sumergido en las profundidades de la tierra, guiado por los relatos de la antigua ciencia. Mi escaso talento para el dibujo me obligó a intentar describir con torpes palabras los seres fantásticos que moran en mis sueños tenebrosos.
(El vampiro estelar. Robert Bloch)

El hecho de que Henry Armstrong estuviera enterrado no era motivo suficientemente convincente como para demostrarle que estaba muerto: siempre había sido un hombre difícil de persuadir. El testimonio de sus sentidos le obligaba a admitir que estaba realmente enterrado. Su posición -tendido boca arriba con las manos cruzadas sobre su estómago y atadas, que rompió fácilmente sin que se alterase la situación-, el estricto confinamiento de toda su persona, la negra oscuridad y el profundo silencio, constituían una evidencia imposible de contradecir y Armstrong lo aceptó sin perderse en cavilaciones.
(Una noche de verano. Ambrose Bierce)

La nieve cae en grandes copos, el viento sopla, el frío hace estragos. Regreso a casa deprisa, preparo el fuego, la lámpara. Espero a mi amante. Cenaremos juntos en mi casa; he encargado la cena, he comprado una botella de vino de Borgoña, una hermosa tarta con frutas en almíbar (¡es tan golosa!). Son las seis, espero. La nieve cae en grandes copos, el viento sopla, el frío hace estragos; atizo el fuego, cierro las cortinas, cojo un libro, mi viejo Villon. ¡Qué inefable delicia! Cenar en casa los dos junto al fuego. Suenan en el reloj de pared las seis y media; presto atención para comprobar si sus pasos tocan levemente la escalera. Nada, ningún ruido.
(Cobardía. Joris-Karl Huysmans)

Vanessa Pennington tenía un marido que era pobre, con pocos atenuantes, y un enamorado que, si bien era holgadamente rico, tenía el inconveniente de ser escrupuloso. Su fortuna lo hacía aceptable a los ojos de Vanessa, pero su código de honor lo impulsaba a alejarse y olvidarla, o cuando más a recordarla al hacer una pausa entre las muchas otras ocupaciones que tenía. Y aunque Alaric Clyde amaba a Vanessa y creía que la amaría por siempre, sin darse cuenta se fue dejando cortejar y conquistar por una amante más seductora: se figuraba que su continua huida del trato de los hombres era un exilio que él mismo se había impuesto, pero su corazón estaba preso en el hechizo de la naturaleza, y la naturaleza se le mostraba amable y bella.
(Tendencias encontradas. Saki)

jueves, 14 de julio de 2011

Incipit XXV (Cuentos)

El hombre se parece en muchas cosas a la mosca: a veces molesta, a veces le gusta la nata, a veces se para donde no debe y a veces lo cazan.
Pero en otras cosas, no se parece. Por ejemplo: la mosca en invierno queda como azonzada, porque la velocidad de sus reacciones orgánicas está condicionada por la temperatura exterior. Quiere decir que la mosca tiene en su cuerpo el calor. A eso se le llama termogénesis.
(El hombre, la mosca y el sobretodo. Wimpi)

Sé que me acusan de soberbia, y tal vez de misantropía, y tal vez de locura. Tales acusaciones (que yo castigaré a su debido tiempo) son irrisorias. Es verdad que no salgo de mi casa, pero también es verdad que sus puertas (cuyo número es infinito) están abiertas día y noche a los hombres y también a los animales. Que entre el que quiera. No hallará pompas mujeriles aquí ni el bizarro aparato de los palacios, pero sí la quietud y la soledad. Asimismo hallará una casa como no hay otra en la faz de la tierra. (Mienten los que declaran que en Egipto hay una parecida.) Hasta mis detractores admiten que no hay un solo mueble en la casa. Otra especie ridícula es que yo, Asterión, soy un prisionero. ¿Repetiré que no hay una puerta cerrada, añadiré que no hay una cerradura?
(La casa de Asterión. Jorge Luis Borges)

–Ya le he dicho que no me toque la mesa –exclamó Nikolai Evrafych–. Cada vez que me la arregla usted no puedo encontrar nada. ¿Dónde está el telegrama? ¿Dónde lo ha echado usted? Haga el favor de buscarlo. Lo mandan desde Kazan y lleva fecha de ayer.
La doncella, pálida, muy flaca, de rostro impasible, encontró unos telegramas en la papelera debajo de la mesa y sin decir palabra se los entregó al doctor. Pero eran telegramas locales, de enfermos. Luego buscaron en la sala y en la habitación de Olga Dmitrievna.
Era ya la una de la madrugada. Nikolai Evrafych sabía que su mujer no volvería pronto a casa, en todo caso no antes de las cinco. No tenía confianza en ella. Cuando tardaba en regresar, él no dormía, se desesperaba y sentía desprecio por su mujer, por la cama de ella, el espejo, la bombonera y los lirios y jacintos que alguien le enviaba todos los días y que daban a la casa el olor empalagoso de una tienda de florista.
(La esposa. Antón Chejov)

Después que volví del islote y discutí el caso en sus distintos aspectos, empecé a preguntarme si aquel hombre no me habría tomado por tonto. Pero, en lo más profundo de mi conciencia, creo que no. Sin embargo, no puedo resistirme a la influencia de las risas que ha despertado mi relato. Aquí, en tierra firme, todo parece improbable, grotesco, estúpido. Pero en el islote la confesión de ese hombre resultaba absolutamente convincente. El escenario es todo, y quizá yo deba agradecer que las circunstancias que actualmente me rodean sean tan favorables a la normalidad. Nadie aprecia más que yo el misterio de la vida; pero cuando ese misterio implica dudar de uno mismo, me resulta más agradable olvidarlo. Naturalmente, no quiero creer en esa historia.
(El misántropo. John Davys Beresford)

Estaba leyendo en el quiosco chino cuando un campanilleo tan leve que habría podido creerse un engaño del viento me hizo dejar a un lado el libro y aguardar una confirmación. Y en efecto, luego se oyó un segundo llamado, aún más incierto y menos diverso de los ruidos del campo. Salí del pabellón echando pestes contra el intruso, algún vagabundo que acudía a mendigar pan antes del viernes, día en que se lo distribuye a los pobres, cuando vi una chiquilla de ocho a diez años que en puntas de pie trataba de alcanzar el cordón para llamar por tercera vez. Había dejado, junto a ella, una maletita como las que yo solía preparar de niño, para mis viajes imaginarios, pero envuelta en una funda que a mí no se me habría ocurrido y que daba visos de autenticidad a ese vagabundeo precoz.
(Alrededores de la ausencia. Noel Devaulx)

viernes, 1 de julio de 2011

Un profesor iniciático

El profesor del deseo
1977
Título original: The Professor of Desire
Autor: Philip Roth

253 Páginas
Traductor: Ramón Buenaventura
Editorial Sudamericana (Literatura Mondadori), 2007

En una entrevista del año 2005, Philip Roth dijo: “Hablar de ‘la muerte de la novela’ es un lugar común de cuarta y, además, es mentira. Los que están muriendo en los Estados Unidos son los lectores (…). Calculemos que cada año se mueren unos 72 buenos lectores y son reemplazados por dos, y no había más de 25 mil buenos lectores en total para empezar. Esto no es un chiste. Gente joven que lea seriamente ficción, y que luego piense, casi no existe. A muchos les encantaría, lo sé, pero no tienen tiempo. La mayor parte es seducida por la pantalla más que por la hoja impresa, o tienen otras cosas que hacer que les divierten más. En unos años, los buenos lectores van a ser tan pocos que van a ser como un culto, las 150 personas en los Estados Unidos que leen Anna Karenina, por ejemplo”.
Como un conjuro a sus vaticinios, por suerte, Philip Roth sigue escribiendo novelas y deja (tiene la posibilidad de hacerlo) en manos de la editorial el asunto de la venta del libro. Si bien El profesor del deseo es de 1977, desde el 2006 Roth viene publicando una novela por año.
Philip Roth, por esta vez, deja de lado las peripecias de Nathan Zuckerman, el proverbial protagonista de sus novelas (disculpen ustedes que no diga alter ego, pero tengo mis reticencias por esa denominación). En El profesor del deseo nos muestra la vida de David Kepesh: hijo de un hotelero de montaña, admirador del hombre orquesta empleado del hotel, estudiante universitario primero, profesor de un seminario sobre Kafka después… Éstas son tan sólo las marcas que van a acompañar en la vida a David en el proceso que va desde su infancia hasta la madurez de la juventud.
Diálogos corrosivos, ménage á trois, recurrencias hacia Antón Chejov y la búsqueda de rastros perdidos en la vida de Kafka forman una unidad ineludible que da paso a las sucesivas transformaciones de David, complejizando de este modo la figura típica del héroe de las novelas de educación. David no encuentra un crecimiento lineal sino que vive en una amplia red de sucesos que, por momentos, lo superan. El trasfondo psicológico que Roth imprime a sus personajes desnuda las falencias cotidianas con que podemos encontrarnos cada día, y produce, además, un acercamiento más humano en las decisiones que deben tomar. En una palabra, David Kepesh es un personaje absolutamente humanizado, con las mismas dudas y certezas que cualquiera.
Philip Roth en El profesor del deseo nos habla de amor, de sexo, de soledad, de literatura, y confluye en la única causa posible: la vida, señero lugar donde risas y llantos conforman la felicidad. El profesor del deseo es una novela que no permite la pausa, o por la carcajada o por la reflexión.
Larga vida a la novela. Salud a los nuevos lectores.

jueves, 16 de junio de 2011

Incipit XXIV (Cuentos)

Buenas tardes, señor -dijo el viejo-, ¿qué desea?
-Señor -dijo el hombre que buscaba la salvación-, ¿tiene algo que me salve?.
El viejo dejó el lápiz encima de la boleta, lo corrió justo hasta el borde del talonario, cerró las tapas, apoyó las manos sobre el mostrador, ladeó la cabeza, y se lo quedó mirando por encima de los lentes.
El hombre ya empezaba a ponerse nervioso.
(La salvación. Isidoro Blaisten)

En una modesta pensión de la Riviera, donde residía, diez años antes
de la guerra, estalló en la mesa una violenta discusión, que, exacerbando de pronto los ánimos, estuvo a punto de degenerar en reyerta furiosa.
La mayoría de los hombres tiene escasa imaginación. Todo lo que no los afecta de inmediato y directamente, no hiere sus sentidos, cual dura y afilada cuña, casi no logra excitarlos; mas si un día ante sus ojos acontece algo insignificante, inmediatamente estallan apasionados. Entonces la apatía se convierte en frenética vehemencia.
(Veinticuatro horas en la vida de una mujer". Stefan Zweig)
Han pasado ya quince siglos desde que Cristo dijo: “No tardaré en volver. El día y la hora, nadie, ni el propio Hijo, las sabe”. Tales fueron sus palabras al des
parecer, y la Humanidad le espera siempre con la misma fe, o acaso con fe más ardiente aún que hace quince siglos. Pero el Diablo no duerme; la duda comienza a corromper a la Humanidad, a deslizarse en la tradición de los milagros. En el Norte de Germania ha nacido una herejía terrible, que, precisamente, niega los milagros. Los fieles, sin embargo, creen con más fe en ellos. Se espera a Cristo, se quiere sufrir y morir como Él... Y he aquí que la Humanidad ha rogado tanto por espacio de tantos siglos, ha gritado tanto “¡Señor, dignáos, aparecérosnos!”, que Él ha querido, en su misericordia inagotable, bajar a la tierra.
(El Gran Inquisidor. Feodor Dostoievsky)
Estimable señor:
Como he pagado a usted tranquilamente el dinero que me cobró por reparar mis zap
atos, le va a extrañar sin duda la carta que me veo precisado a dirigirle.
En un principio no me di cuenta del desastre ocurrido. Recibí mis zapatos muy contento, augurándoles una larga vida, satisfecho por la economía que acababa de realizar: por unos cuantos pesos, un nuevo par de calzado. (Éstas fueron precisamente sus palabras y puedo repetirlas.)
Pero mi entusiasmo se acabó muy pronto. Llegado a casa examiné detenidamente mis zapatos. Los encontré un poco deformes, un tanto duros y resecos. No quise conceder mayor importancia a esta metamorfosis. Soy razonable. Unos zapatos remontados tienen algo de extraño, ofrecen una nueva fisonomía, casi siempre deprimente.
(Carta a un zapatero que compuso mal unos zapatos. Juan José Arreola)
Había empezado a leer la novela unos días antes. La abandonó por negocios urgentes, volvió a abrirla cuando regresaba en tren a la finca; se dejaba interesar lentamente por la trama, por el dibujo de los perso
najes. Esa tarde, después de escribir una carta a su apoderado y discutir con el mayordomo una cuestión de aparcerías volvió al libro en la tranquilidad del estudio que miraba hacia el parque de los robles. Arrellanado en su sillón favorito de espaldas a la puerta que lo hubiera molestado como una irritante posibilidad de intrusiones, dejó que su mano izquierda acariciara una y otra vez el terciopelo verde y se puso a leer los últimos capítulos. Su memoria retenía sin esfuerzo los nombres y las imágenes de los protagonistas; la ilusión novelesca lo ganó casi en seguida.
(Continuidad de los parques. Julio Cortázar).

miércoles, 1 de junio de 2011

Hay buenas noticias

Noticias del paraíso
Título original: Paradise News (1991)

David Lodge
Traductor: Esteban Riambau

Editorial Anagrama (1996)
338 Páginas


David Lodge (Londres, 1935) es conocido tanto por sus libros de teoría literaria como por los de ficción. Muchos críticos lo sitúan en la misma línea estética de Tom Sharpe, pero Lodge no acumula situaciones humorísticas alrededor de algún personaje, sino que el humor en sus novelas está vinculado con los temas que trata. La literatura de Lodge se entronca en la tradición de Chaucer y Laurence Sterne.
La trama de Noticias del paraíso es muy sencilla: Bernard Walsh, un cura secularizado y profesor de teología, junto a su padre viajará a Hawai en plan de visita a su tía Úrsula, la oveja negra de la familia. La tía Úrsula, vieja y enferma, les solicitó que viajen a verla como último deseo antes de morir. La familia, en oportunas charlas, deberá revolver viejas rencillas para poder hallar algunas explicaciones a conductas pasadas. El secreto a descubrir es quién fue realmente la hoy anciana tía Úrsula que vive, vaya a saber por qué, en un lugar tan lejano. Cuando el secreto se revela queda al descubierto quién fue cada quién en los años de ausencia.
Puede parecer imposible de creer, pero sobre esta estructura David Lodge construye la más insólita aventura de humor, con los ingredientes de las novelas de aprendizaje y de aventuras. Sobre la problemática de las relaciones familiares, Bernard, de cuarenta y cinco años y virgen, va a encontrar un mundo de placeres que jamás sospechó. Acomodarse en ese nuevo mundo será análogo a acomodarse a una nueva situación familiar con revelaciones descarnadas. Lo cierto es que, habitualmente, las ovejas negras son víctimas de la opinión cobarde de una mayoría anónima que ostenta el pretendido derecho a juzgar a los demás. Y la tía Úrsula, ni más ni menos, siempre fue juzgada dentro de los cánones de la hipocresía y el machismo de una sociedad con resabios de la era victoriana.
En la novela surgen también personajes estereotipados que dan forma a una fauna casi mística llamada “turista” y que oficiarán de contrapunto de la conducta de Bernard. Y si la novela se llama Noticias del paraíso es porque debemos redefinir al paraíso, ¿será aquél celestial o éste inundado de placeres carnales?
David Lodge en su libro sobre teoría literaria El arte de la ficción dice que “Un texto puede referirse a otro de muchas maneras: mediante la parodia, el pastiche, el eco, la alusión, la cita directa, el paralelismo estructural. (…) La intertextualidad, en una palabra, está entretejida en las raíces de la novela inglesa (…)”. Hacemos esta referencia porque David Lodge permanentemente en sus novelas deja entrever los textos a los que hace alusión intertextual. Los personajes protagonistas de Noticias del paraíso son Bernard y Úrsula, sobrino y tía, ovejas negras de un rebaño obediente al mandato social y familiar. Podemos afirmar que Lodge recordaba muy bien a Graham Greene en Viajes con mi tía, donde la anciana, con gran dolor, oculta un viejo secreto que desea revelar. Esa tía, al igual que la de Lodge, se llama Úrsula y ostenta la misma sabiduría: vivió escondida para no alterar el funcionamiento de las personas “normales”. En ambas novelas, también, los sobrinos son mayores y están recién saliendo del cascarón. Religión, viajes, primeros amores, dolores y humor son los puntos dominantes en Viajes con mi tía y Noticias del paraíso. La referencia que hace David Lodge no es inocente y por momentos revivimos aquella emocionante historia. Lo cierto es que una novela potencia a la otra y el hallazgo es gratificante. Por todo esto, Noticias del paraíso es una novela fundamental en estos tiempos.

domingo, 15 de mayo de 2011

Incipit XXIII (Cuentos)

Dentro de un rato sonará, a las cinco en punto de la matina, ese puto despertador que el día que gane el Prode o asalte un banco reventaré contra la pared de una patada, como reventaré a tantas otras cosas, y me levantaré en puntas de pie para no despertar a Margarita que duerme a mi lado a patas sueltas hace 18 años, me vestiré en el baño y saldré más o menos a las cinco y diez rumbo a la Primera de Saavedra chupando el primer cigarrillo de la mañana. La Primera de Saavedra es la fábrica de jaulas en la cual trabajo desde el día que mi padre decidió echarme a la calle de un puntapié.
(Devociones. Haroldo Conti)

No diré el nombre ni la situación geográfica de la ciudad donde viví esta aventura: diré solamente que había ido a ella por amor. Pero no se entienda que fue alguna vicisitud amorosa lo que me llevó hasta allí. No: yo había ido a aquella ciudad por amor a ella.
(En la ciudad de las grandes pruebas. Rosa Chacel)

Érase u
n gran edificio llamado Diccionario de la Lengua Castellana, de tamaño tan colosal y fuera de medida, que, al decir de los cronistas, ocupaba casi la cuarta parte de una mesa, de estas que, destinadas a varios usos, vemos en las casas de los hombres. Si hemos de creer a un viejo documento hallado en viejísimo pupitre, cuando ponían al tal edificio en el estante de su dueto, la tabla que lo sostenía amenazaba desplomarse, con detrimento de todo lo que había en ella. Formábanlo dos anchos murallones de cartón, forrados en piel de becerro jaspeado, y en la fachada, que era también de cuero, se veía, un ancho cartel con doradas letras, que decían al mundo y a la posteridad el nombre, y significación de aquel gran monumento.
(La conjuración de las palabras. Benito Pérez Galdós)

En p
rimer lugar le diría que de la nueva casa le gustaban sobre todo las vistas a Unter den Linden, porque eso le hacía sentirse aún como en casa. Es decir, era una casa que le hacía sentirse como en casa, como cuando su vida tenía sentido. Y que le gustaba haber escogido la Karl Liebknechtsrasse, porque ése también era un nombre que tenía sentido. O que lo había tenido. ¿Lo había tenido? Claro que lo había tenido, sobre todo la Gran Estructura. El tranvía se detuvo y abrió sus puertas. La gente entró. Esperó a que se cerraran. Vete, vete, prefiero ir andando, así me doy un sano paseo, hace un día demasiado bueno para desaprovechar la ocasión. El semáforo estaba en rojo. Se reflejó en el cristal de la puerta cerrada, aunque una tira de goma lo dividiera en dos. Estás bien así, partido en dos, querido mío, siempre partido en dos, una mitad aquí y otra allí, es la vida, así es la vida.
(Los muertos a la mesa. Antonio Tabucchi)

Érase una vez una ciudad. Sus habitantes eran simples muñecos. Pero hablaban y caminaban, tenían sensibilidad y movimiento y eran muy corteses. No se limitaban a decir «buenos días» o «buenas noches», sino que también lo deseaban, y de todo corazón. Tenía corazón aquella gente. Y eso que era gente de ciudad por los cuatro costados.
(Extraña ciudad. Robert Walser)

domingo, 1 de mayo de 2011

Descatalogados (VII)

Jorge Aloy


Viajes con mi tía

Autor: Graham Greene
Título original: Travels with my aunt
Editorial Sur *
Año: 1971

317 Páginas



Henry Pulling, bancario retirado que dedica su vida al cultivo de dalias, es un hombre soltero apenas mayor de cincuenta años. Su vida monótona y sin sobresaltos encuentra un notorio giro en el velatorio de su madre: conoce a su tía Augusta de 75 años.
Henry, lector de Walter Scott, fue toda su vida una persona manejada por las decisiones ajenas, y contenido en un mundo de apariencias. El encuentro con su tía alterará su pasiva (pasiva, no pacífica) rutina. En primer lugar surge un choque generacional donde se relativizará quién de los dos es el viejo en esa relación de parentesco. La tía Augusta lleva una vida de riesgos, realiza negocios de dudosa legalidad y tiene un joven amante negro. Ante la requisitoria de Henry, tía Augusta le va a declarar que “Nunca he planeado nada ilegal en mi vida. ¿Cómo podría hacerlo, si nunca he leído ninguna de las leyes ni tengo la menor idea de lo que son?”.
Cuando los dos mundos se cruzan, Henry cree que alcanzará con seguir por un breve tiempo los caprichos de su tía. El tiempo no es breve, pero tampoco el proceder de tía Augusta es un capricho. Henry se transforma en un iniciado, sin saberlo. La lucha por intentar encauzar a su tía va a marcar su propio periplo interior.
Graham Greene es reconocido por haber escrito unas cuatro o cinco obras “serias”: El factor humano, El revés de la trama, El fin de la aventura, El poder y la gloria, Un caso acabado. Al resto de su obra, él mismo llamó entertainments. Esta declarada visión de su propia experiencia pone de relieve el favoritismo de los lectores por una o por otra. Viajes con mi tía pertenece al segundo grupo. No quiere decir nada, sólo podemos expresar que es una novela donde la risa, el amor y la tristeza conviven de un modo singular. En Viajes con mi tía hay lugar para todo, incluso para la novela de viajes y la novela de aprendizaje, donde podemos emerger con una sensación esperanzadora.
Henry ingresará a un nuevo mundo, que no es otro que el mundo de su tía. En este mundo hay posibilidades de sufrir y gozar. Es un mundo más cercano, menos evasivo. ¿Cómo podemos prolongar estas sensaciones? Tía Augusta nos lo dice: “Si te quedas en un solo lugar, el día de fiesta pasa como un relámpago. Pero si vas a tres lugares, parece durar por lo menos tres veces más”.
Seguimos el consejo y no hay dudas: Viajes con mi tía es como un día de fiesta en tres lugares.


* En días más cercanos a los nuestros, la editorial De bolsillo también editó Viajes con mi tía, y ocasionalmente se la puede ver en alguna librería.

viernes, 15 de abril de 2011

Incipit XXII (Cuentos)

La gente no debería dejar espejos colgados en las habitaciones, como tampoco debería dejar abiertos talonarios de cheques o cartas en las que se confiese algún horrible delito. Era imposible no mirar, aquella tarde de verano, el gran espejo que había fuera, en el vestíbulo. El azar así lo había dispuesto. Desde las profundidades del sofá, en la sala de estar, se veía reflejado en el espejo italiano no sólo la mesa de mármol que había enfrente, sino también un trozo de jardín. Se veía un largo sendero de hierba que discurría entre macizos de altas flores hasta que el marco dorado del espejo lo cortaba en una esquina.

(La mujer ante el espejo: un reflejo, Virginia Wolf)


Hace de esto once años. Viajaba por la región agrícola que se dividen las provincias de Córdoba y de Santa Fe, provisto de las recomendaciones indispensables para escapar a las horribles posadas de aquellas colonias en formación. Mi estómago, derrotado por los invariables salpicones con hinojo y las fatales nueces del postre, exigía fundamentales refacciones. Mi última peregrinación debía efectuarse bajo los peores auspicios. Nadie sabía indicarme un albergue en la población hacia donde iba a dirigirme. Sin embargo, las circunstancias apremiaban, cuando el juez de paz que me profesaba cierta simpatía, vino en mi auxilio.

(Un fenómeno inexplicable. Leopoldo Lugones)


Las tres volvemos a casa empolvadas, yo, la pequeña doga y la perra de pastor flamenca. Ha nevado en los pliegues de nuestras ropas. Yo llevo charreteras blancas; en la cara chata de Poucette se funde un azúcar impalpable, y la perra de pastor centellea toda, desde su puntiagudo hocico a su cola semejante a una cachiporra. Salimos para contemplar la nieve, la verdadera nieve y el verdadero frío, rarezas parisienses, ocasiones, casi imposibles de encontrar, de final de año. En mi barrio desierto, corrimos como tres locas, y las fortificaciones hospitalarias, las calumniadas «fortis» presenciaron, desde la avenida de Ternes al bulevar Malesherbes, nuestra jadeante alegría de perros en libertad.

(Ensueño de año nuevo. Colette)


¡La había amado desesperadamente! ¿Por qué se ama? Cuán extraño es ver un solo ser en el mundo, tener un solo pensamiento en el cerebro, un solo deseo en el corazón y un solo nombre en los labios... un nombre que asciende continuamente, como el agua de un manantial, desde las profundidades del alma hasta los labios, un nombre que se repite una y otra vez, que se susurra incesantemente, en todas partes, como una plegaria. Voy a contarles nuestra historia, ya que el amor sólo tiene una, que es siempre la misma. La conocí y viví de su ternura, de sus caricias, de sus palabras, en sus brazos tan absolutamente envuelto, atado y absorbido por todo lo que procedía de ella, que no me importaba ya si era de día o de noche, ni si estaba muerto o vivo, en este nuestro antiguo mundo. Y luego ella murió.

(La muerta. Guy de Maupassant)


No recuerdo por qué mi hijo me reprochó en cierta ocasión: -A vos todo te sale bien. El muchacho vivía en casa, con su mujer y cuatro niños, el mayor de once años, la menor, Margarita, de dos. Porque las palabras aquellas traslucían resentimiento, quedé preocupado. De vez en cuando conversaba del asunto con mi nuera. Le decía: -No me negarás que en todo triunfo hay algo repelente. -El triunfo es el resultado natural de un trabajo bien hecho -contestaba. -Siempre lleva mezclada alguna vanidad, alguna vulgaridad. -No el triunfo -me interrumpía- sino el deseo de triunfar. Condenar el triunfo me parece un exceso de romanticismo, conveniente sin duda para los chambones.

(Margarita o el poder de la farmacopea. Adolfo Bioy Casares)

viernes, 1 de abril de 2011

Kafka: dudas y sospechas

Jorge Aloy









Franz Kafka, ficciones y mistificaciones

Josef Cermak

Emecé Editores, 2008. 227 páginas Traducido del checo por Jitka Mljnkova y Alberto Ortiz.


El escritor checo Josef Cermák (1928), uno de los fundadores de la "Sociedad de Franz Kafka" de Praga y especialista en literatura comparada, publicó un libro en donde intenta revelar que el conocimiento de la obra de Kafka está mediado por una buena cantidad de datos falsificados. Propone un acercamiento a Kafka a partir del rechazo a la mirada mecánica que se posó durante los últimos cincuenta años sobre la obra del autor de El castillo. Decir “mirada mecánica” implica desechar muchas cuestiones que dábamos por sentadas alrededor de la obra de Kafka. Hagamos un poco de memoria: ¿cómo nos llega la literatura de Kafka? Gracias a la famosa traición de su amigo Max Brod que desoyó el pedido de destrucción de todos los manuscritos. Brod se encargó de recopilar, ordenar y corregir los textos de su amigo. Pero no faltaron los que lo acusaron de modificar algunas páginas, vaya uno a saber el motivo puntual. Lo cierto es que el reconocimiento post mortem de Franz Kafka se va a extender por toda Europa y va a traspasar el continente. Hasta aquí, entonces, lo que podríamos denominar con cierta malicia “el sesgo de Brod”. Lo que no podemos dejar de reconocer es que gracias a su “traición” (ahora le puse comillas) nosotros podemos disfrutar de los libros de Kafka. Lo que Josef Cermák analiza vino un tiempo después… Cermák sostiene que los agujeros que dejó la obra de Kafka fueron cubiertos con la biografía. Quizá lo sostenga porque, en un principio, pareciera que fuese más sencillo reconstruir una biografía que un texto. Y para Cermák esas lagunas fueron tapadas con grandes engaños, y se centra en dos mistificadores: Michal Mares y Gustav Janouch. Ambos conocieron efectivamente a Kafka, pero Cermák se empeña en demostrar que no fue del modo profundo que ellos pretenden. Mares sostiene que, gracias a sus invitaciones, Kafka participaba en mítines anarquistas. La insistencia por convencernos es tan fuerte como la insistencia de Cermák para desenmascararlo. Cermák llega al punto de buscar datos policiales sobre la vida de Kafka: consigue cuatro certificados de buena conducta del escritor de El proceso y, por transitividad, anula el postulado de ideales libertarios que nos ofrece Mares. No sólo eso, nos enteramos otras dos cosas: Mares era un escritor mediocre y, por otro lado, tuvo una vida apasionante. Cermák, en un correcto afán de verosimilitud, refiere ambas cuestiones. En cuanto a Gustav Janouch el asunto es más delicado: Janouch fue la fuente de partida para casi cualquier investigación sobre Kafka. Sin ir más lejos, Marthe Robert, una de las más destacadas kafkólogas, utilizó algunas citas del libro Conversaciones con Kafka (1951), de Janouch, para su inconseguible Kafka (Editorial Paidos, 1969). Cermák nos cuenta que Janouch era, en cierto modo, una persona desmedida: en la primera versión del libro que reproduce sus diálogos con Kafka hay unas ciento treinta charlas. Tiempo después, a instancias de un nuevo contrato con la editorial, amplía el número a doscientas. Los setenta diálogos que se anexaron eran más jugosos que los anteriores y triplicaron el volumen del libro. Lo que más le llama la atención a Josef Cermák es la memoria de Janouch para reproducir los diálogos con tanta precisión: dice que hubiera necesitado de un magnetófono para que eso pueda suceder. Cermák marca una diferencia entre Mares y Janouch: el talento en la prosa del segundo. Y lo podemos corroborar porque se reproducen unas cuantas conversaciones en donde vemos brillar su ingenio. Dice Cermák que Janouch “siempre prestó atención a la apariencia de verosimilitud, al tiempo que procuraba que sus afirmaciones fueran imposibles de verificar”. En una palabra, Janouch escribía dentro de las lagunas de la vida de Kafka. Franz Kafka, ficciones y mistificaciones es un libro que ejerce el libre albedrío de la sospecha. Con prólogo sugerente de María Kodama, en donde traza un paralelismo entre las obras de Kafka y Borges en cuanto a cierto “vampirismo” del que son objeto, se busca legitimar por estas latitudes a un ensayista checo que nos es completamente desconocido. Franz Kafka, ficciones y mistificaciones es un libro que pretende cierta rigurosidad investigativa, llevar luz hacia una problemática irresuelta de la literatura del siglo XX y desenmascarar impostores. Cermák lo hace indudablemente con una prosa atrapante, llevadera, convincente. Pero… ¿la finalidad de Josef Cermak no será la misma que él denuncia en Mares y Janouch? ¿Será la fama? Permítame sospechar a mí también.

miércoles, 16 de marzo de 2011

De los adivinos mitológicos al siglo XX

Jorge Aloy

Refiere la mitología griega que Tiresias, en cierta oportunidad, intervino al ver a dos serpientes en cópula. Distintas versiones dicen que las separó o las hirió o mató a la hembra. Esta confusa intervención le valió un cambio de sexo: se convirtió en mujer. Siete años después se entrometió en una situación similar y recuperó su sexo original. Tiresias, como podemos imaginar, se hizo célebre por conocer los secretos de los dos sexos. Entonces Zeus, el más grande de los dioses del Olimpo, lo convocó para dirimir una discusión con Hera, su esposa. Deseaban saber si era el hombre o la mujer quién sentía mayor placer en el amor. Según el multicitado Diccionario de Mitología Griega y Romana de Pierre Grimal, Tiresias respondió que “si el goce del amor se componía de diez partes, la mujer se quedaba con nueve, y el hombre, con una sola”. Enfurecida ante tal revelación, Hera dejó ciego a Tiresias. Para compensarlo, Zeus le otorgó el don del vaticinio, además de darle una larga vida.
Grimal nos recuerda, además, que Tiresias tanto para la poesía helenística como para la romana, es el “adivino universal” de Tebas.
En el siglo XX, los dictadores también buscaron a sus hechiceros. Hitler, en 1935, tenía a su propio adivino. Se llamaba Eric Jan Nauseen. Hitler seguía al pie de la letra a las indicaciones de su vidente. Jan Nauseen dentro del régimen tenía reservado un lugar privilegiado, pero no poco peligroso. Los colaboradores del dictador insistían en que el adivino era judío. Hitler dejó de lado por un momento su superstición y lo envió a un campo de concentración. En poco tiempo Jan Nauseen fue fusilado.
Inmediatamente Hitler solicitó un reemplazante. El nuevo adivino se llamaba Kraft, pero la paranoia de los nazis se imponía sobre cualquier anuncio sobrenatural. Kraft también fue asesinado. Esta vez la elección recayó en la cámara de gas.
Dejamos para otros el estudio sobre el arte de la adivinación y su inherencia
al ser humano. Lo cierto es que los griegos vivieron pendientes de los mensajes de los oráculos. La modernidad reemplazó a la pitonisa por un médium. Recordemos que la pitonisa era poseída por un dios para hablar a través de su boca.
Volvamos a Tiresias. Zeus le permitió conservar su arte aún después de muerto. En el Canto XI de la Odisea, Odiseo (Ulises) desciende al mundo subterráneo de los muertos. Su finalidad era consultarle al adivino sobre su destino. El héroe llevaba ya mucho tiempo intentando el regreso a su patria y necesitaba las indicaciones de Tiresias. Finalmente el retorno al hogar se produjo de acuerdo a los pronósticos del vidente.
Lo último: Tiresias tuvo la suerte de no ser del siglo XX y caer en manos de algún dictador. Y Zeus demostró de qué manera debe actuar un dios.

martes, 1 de marzo de 2011

¿Libros de verano? No. Verdades de Perogrullo (III)

Jorge Aloy
Continuamos con unos breves comentarios de libros conocidos, aprovechando el verano para decir verdades de Perogrullo. Disfrutemos, entonces, esta última entrada estival.

La bestia debe morir (1938). Nicholas Blake.
El poeta y dramaturgo irlandés Cecil Day Lewis (1904-1972) escribió algunos policiales bajo el enmascaramiento del seudónimo Nicholas Blake, y uno de ellos es La bestia debe morir. Un automóvil mata al hijo de un escritor de policiales y escapa. El padre del chico, erigido en investigador, se propone encontrar al asesino a través de métodos deductivos. Con maestría absoluta, Blake consigue hacer verosímil hasta los detalles imposibles. La altura literaria que consigue alcanzar este policial está marcada por la resolución: nos plantea un problema que debemos resolver en lo más hondo de la perspectiva humana.
La bestia debe morir conserva, además de sus méritos propios, otros reconocimientos: en 1952 fue filmada en Argentina por Román Viñoly Barreto, con la actuación protagónica de Narciso Ibáñez Menta. Pero no es todo, en 1969 también la filmó en Francia Claude Chabrol. Sólo resta agregar que en 1945 la editorial Emecé al lanzar la colección El séptimo círculo, dirigida por Bioy Casares y Borges, publicó a esta magnífica novela con el número uno.

Catedral (1983). Raymond Carver.
¿Qué no se dijo en los últimos años sobre Raymond Carver (1939-1988)? ¿Alguna vez a alguien se le ocurrió decir que es el Chejov norteamericano?
Hace muy poco tiempo se editaron algunos cuentos de Carver antes de
que pasen por la mano del editor. Mucho se dijo también de su editor Gordon Lish: que retocaba los cuentos, cambiaba finales, etc. Creo que muchos creen que los escritores geniales son considerados geniales también por sus editores. Debemos tener en cuenta que en algunos lugares, aún, sobreviven editores que saben de literatura y no sólo de marketing. Cabe recordar que a William Faulkner de modo permanente su editor le corregía implacablemente sus originales, y no sólo eso, muchas veces los rechazaba (uno de ellos es el cuento llamado “Nieve”). Así funciona parte del mundo editorial.
Catedral reúne doce relatos cargados de tensión. Carver sabe involucrar al lector en lo que él quiere y desde la primera línea. Los relatos “La casa de Chef”, “Parece una tontería” y “Catedral” quedan impregnados en la memoria de quien los absorba.

La naranja mecánica (1962). Anthony Burgess.
Alex, Pete, Georgie y el Lerdo hablan nadsat, un argot mezcla de inglés y ruso. El nadsat, en boca de estos adolescentes, funciona como un ingrediente a la caracterización de la violencia que enmarca La naranja mecánica. La violencia de la sociedad británica luce exasperante, paradójica y ridícula en sí misma. Alex, a la sazón el protagonista, es atrapado después de cometer un crimen con su banda. Encarcelado ya, es tratado con una cura experimental cuyos resultados lo van a dejar convertido en una persona destruida. A partir de este momento surgen algunos planteos éticos (pero no morales) en el contexto de la trama.
En 1971 Stanley
Kubrick la llevó al cine, pero Anthony Burgess quedó muy disgustado: a la película le faltaba el último capítulo. Sucedió que Kubrich, inexplicablemente, tomó la versión tal como se había publicado la novela en Norteamérica, sin el capítulo 21. Burgess, en ocasión de presentar la edición completa en EE.UU., sostuvo que tan sólo al 0,00000001 de la población americana le importa esas cuestiones.
Más de un lector desfalleció ante el fatigoso trabajo de atravesar la lectura del nadsat (cualquier edición trae un glosario), otros lo disfrutaron. Viene a colación el cierre que dio Anthony Burgess al prólogo de 1986: “Coman esta porción dulce o escúpanla. Son libres”.

martes, 15 de febrero de 2011

Incipit XXI (Cuentos)

El duque del Pergamino, marqués de Numancia, conde de Peñasarriba, consejero de ferrocarriles de vía ancha y de vía estrecha, ex ministro de Estado y de Ultramar... está que bufa y coge el cielo... raso del coche de primera con las manos; y a su juicio tiene razón que le sobra. Figúrense ustedes que él viene desde Madrid solo, tumbado cuan largo es en un reservado, con que ha tenido que contentarse, porque no hubo a su disposición, por torpeza de los empleados, ni coche-cama, ni cosa parecida. Y ahora, a lo mejor del sueño, a media noche, en mitad de Castilla, le abren la puerta de su departamento y le piden mil perdones... porque tiene que admitir la compañía de dos viajeros nada menos: una señora enlutada, cubierta con un velo espeso, y un teniente de artillería.
(En el tren. Leopoldo Alas Clarín)

Cuando murió la señorita Emilia Grierson, casi toda la ciudad asistió a su funeral; los hombres, con esa especie de respetuosa devoción ante un monumento que desaparece; las mu­jeres, en su mayoría, animadas de un sentimiento de curiosidad por ver por dentro la casa en la que nadie había entrado en los últimos diez años, salvo un viejo sirviente, que hacía de cocinero y jardinero a la vez.
(Una rosa para Emilia. William Faulkner)

Corrió la voz de que por el malecón se había visto pasear a un nuevo personaje: La dama del perrito.
Dmitrii Dmitrich Gurov, residente en Yalta hacía dos semanas y habituado ya a aquella vida, empezaba también a interesarse por las caras nuevas. Desde el pabellón Verne, en que solía sentarse, veía pasar a una dama joven, de mediana estatura, rubia y tocada con una boina. Tras ella corría un blanco lulú.
Después, varias veces al día, se la encontraba en el parque y en los jardinillos públicos. Paseaba sola, llevaba siempre la misma boina y se acompañaba del blanco lulú. Nadie sabía quién era y todos la llamaban La dama del perrito.
(La dama del perrito. Antón Chéjov)

¿Hay que contar algo? ¿Aunque no sepa nada? Bueno, en este caso, voy a contar algo. Una vez -de esto hace ya dos años- estuve presente en un accidente ferroviario. Todos sus pormenores parecen estar ante mis ojos.
No fue un accidente de primera categoría, uno de estos clásicos “acordeones” con “docenas de personas desfiguradas” entre los hierros, etc., etc. No. Sin embargo, fue un accidente ferroviario auténtico, con todos sus requisitos circunstanciales, y, por añadidura, durante la noche. No todos han vivido un suceso como éste, y por esto quiero contarlo lo mejor posible.
(Accidente ferroviario, Thomas Mann)

No creo que haya sido un sastre.
Ante el juez, dijo: "quiero ir a la cárcel, señor, en ninguna otra parte me siento mej
or. Mi madre ha muerto, perdí a mis amigos; ah, nunca fui tan agresivo con mi madre como debería haber sido. ¿Qué valor tiene la vida? Téngame lástima. Téngame lástima, señor Juez, enciérreme para siempre. Si lo hace, yo sería feliz; allí podría trabajar como sastre, no necesitaré salir al mundo. El juez, sin embargo, no se conmovió: lo sentenció a una semana de arresto.
El condenado protestó pidiendo la revisión de su proceso, porque la sentencia le parecía demasiado breve.
(El sastre, Robert Musil)

martes, 1 de febrero de 2011

¿Libros de verano? No. Verdades de Perogrullo (II)

Jorge Aloy

Continuamos con unas breves reseñas de los libros que en algún momento El perro leyó con rabioso fervor, y que los creía "obvios" como para mencionarlos. So pretexto del verano hoy seguimos presentando algunas novelas con brevísimos comentarios. No es preciso aclarar más sobre verdades de Perogrullo.

Los tipos duros no bailan (1984). Norman Mailer.

Tim Madden es un escritor desconocido, y un hombre abandonado por su mujer a tan sólo veinticuatro días del momento en que comienza el relato. Madden no recuerda qué sucedió, precisamente, ese día número veinticuatro. Se despertó con resaca y amnesia absoluta, pero decidió que lo necesario debía ser recordar. Comenzó a reconstruir el día: supo cuál fue el bar al que asistió, con quién estuvo, el momento en el que se acostó. Pero había un hueco en el recuerdo ¿qué había sucedido? Imposible recordar. Una llamada telefónica va a complicarle el panorama, y va a dar el marco necesario para que la historia crezca con fuerza brutal.
No en vano Los tipos duros no bailan es un clásico de la novela norteamericana del siglo XX. Solapadamente conviven en ella el consumo de drogas y alcohol, los policías corruptos y los asesinatos. Tim Madden no recuerda qué pasó aquel día 24 y se verá más complicado, aún más, cuando aparezca la cabeza de una rubia que, supuestamente, él mató. ¿Puede un hombre esforzar su memoria para recordar si es o no es el asesino?
El ambiente de la novela es el ambiente típico de la novela de Norteamérica, un mundo que, aún repleto de situaciones humorísticas, siempre está en permanente amenaza de eclosión.

Groucho y yo (1959). Groucho Marx.

“Aunque es del dominio público, creo que puedo anunciar que nací a muy temprana edad. Antes de tener tiempo para lamentarlo, había alcanzado los cuatro años y medio. Ahora que nos ocupamos de las edades, olvidémoslo. Carece de importancia. Lo que importa, sin embargo, es saber si este libro será comprado por suficientes personas para justificar el derroche del resto de mi vitalidad, rápidamente decreciente, que he gastado para escribirlo”.
Groucho es aquel tipo que se ríe de sí mismo, todo el tiempo. Recuerda los negocios que se perdió, su ambición desmedida por el dinero, las mujeres que lo ignoraron, su inserción en el mundo teatral y sus películas eternas. Groucho domina la palabra con un don maravilloso. En Groucho y yo, su primer libro, su autobiografía, encontramos la mayoría de las frases suyas que circulan por el mundo. Aquí tenemos la posibilidad de encuadrarlas en su contexto.
El ingenio de Groucho vale por mil. A nadie le interesa si lo que cuenta ocurrió realmente. Lo cierto es que sus anécdotas nos convencen de lo que dijo su amigo Charles Chaplin: "La vida es demasiado importante como para tomársela en serio”.

Respiración artificial (1980). Ricardo Piglia.

No hay nada nuevo u original para agregar sobre esta novela, obra fundamental de la literatura argentina. Novela que trata de desencuentros en todos los ámbitos: el sociológico, el político e, inclusive, el literario. Por lo tanto, hay una búsqueda, o varias búsquedas centradas en una sola, y está a cargo de Emilio Renzi.
En Respiración artificial, vale la pena destacar, no importa si se revela algún enigma, lo que verdaderamente perdura es el trayecto que recorre la narración.
Muchas veces se dijo que Respiración artificial es una novela de tesis. Nosotros, tan sólo, podemos afirmar que las historias dentro de la historia, los juegos temporales y los diálogos ingeniosos hacen de esta obra una pieza que merece la eternidad.
Como detalle final es de destacar el planteamiento que propone la novela acerca de Hitler y su influencia en la literatura de Kafka. Es una pesadilla monstruosa.