miércoles, 20 de mayo de 2009

Daniel Moyano: El vuelo del tigre. Por Carlos Mamonde (*)

Daniel Moyano es un escritor argentino que debemos leer, si es posible ya mismo. Nació en Buenos Aires en 1930, vivió en Córdoba y La Rioja. En esta provincia fue detenido ilegalmente el día siguiente al golpe militar del ’76. Después de dos meses, una vez liberado se exilió en Madrid, donde murió en 1992. Escribió Artista de variedades (1960), La lombriz (1964) (Cuentos), El trino del diablo (1975), El vuelo del tigre (Novelas), entre otras publicaciones. Precisamente es El vuelo del tigre (adrede no está fechada, se publicó en 1981) quien nos convoca. Esta novela tiene una historia que El perro elocuente deseaba contar. Pero la nota vino desde España, contada por el escritor Carlos Mamonde, amigo de Daniel Moyano y compañero en la cárcel y en el exilio español.
El Perro agradece infinitamente a Carlos Mamonde por esta nota, creada exclusivamente para el blog, así como a Elena Vinelli, el nexo para que esto fuera posible.
Todo empieza con una anécdota narrada por Daniel Moyano en una entrevista a fines de los años ochenta, que reproducimos:

“Los primeros siete años de exilio no pude escribir nada. Había perdido toda capacidad expresiva. Lo que intentaba escribir era visceral, patológico, mezclado con pesadillas... que terminaban en un cuartel, no podía escribir porque todo lo que escribía estaba prendido a esta desesperación. Hasta que intenté la re-escritura de El vuelo del tigre, que yo había escrito en La Rioja. Cuando me detuvieron, Irma enterró el original en la huerta, porque si los militares leían además de saquear no me soltaban más. Un cura amigo le dijo a Irma: Hagan desaparecer ese manuscrito. No había copia. Hice una reconstrucción del manuscrito. Cuando volví a La Rioja, los que vivían en la casa habían volteado la higuera, pusieron césped, una pileta de natación... Andá a saber qué pasó con el original".
Viejos tiempos:Daniel Moyano, Carlos Mamonde, Juan Gelman

En la novela El vuelo del Tigre hay una poderosa intuición, un "foreshadowing" estremecedor, que refleja cómo la inteligencia poética de Daniel le permitía leer entretelas de la Historia que muchos analistas hegelianos no veían...y ahora parece "fácil" encomiarlo, pero debemos enfatizar que comienza a escribirla unos 20 meses antes del golpe de 1976. Y en la intrahistoria del utópico Hualacato -metáfora de la Argentina toda- está descripto, en un tono minimalista y aterrador en sus detalles, el efecto de la entrada de "los salvadores de la Patria" en el espacio político nacional y -más perversamente aún- adentro del espacio espiritual y moral del imaginario de todos; de toda esa generación argentina y de varias otras que han quedado afectadas, a un lado y otro de la tristes trincheras. Pero no quiero acotar demasiado la lectura de esta novela en su registro político, que es muy rico, y ha sido ya sobradamente releído por varios críticos. Me interesa enfatizar en cambio la capacidad de Moyano para una autoironía y humor negro muy propios del ser argentino y universal, hoy, en la posmodernidad. El espacio de Hualacato, como el del praguense Castillo kafkiano, es una tierra devastada donde no se avizora ninguna sorpresa ante el nuevo absurdo que destructura todo...y más aún no hay espacio, ni una miaja, para aquel "Principio Esperanza" del que nos habla Bloch (para no derivar hacia zonas religiosas, que no eran de la preferencia moyanesca; aunque si lo fuera la cuestión del debate teológico, muy matizado por esa mirada suya tan apta para valor la inestabilidad de lo real, la ambigüedad de lo real, la inhumanidad de lo real). No hay sitio en la iluminación del "Vuelo..." para la esperanza ni para ninguna especie de "salvación"...sólo resta el deterioro cotidiano y minucioso del ser en el campo experimental de la sevicia; su abismarse en los laberintos cotidianos de la materia (y no precisamente de un materialismo marxiano, sino de un materialismo grosero del dolor de los cuerpos y de la miseria de la interacción de hombres muy rebajados a bestias).
Este era el contenido de aquella primera escritura del Vuelo... enterrada en el jardín de su casa por la familia de Moyano cuando él estaba preso ("secuestrado" es el término correcto por la ilegalidad en que se producían aquellas detenciones dictatoriales) en la carcel riojana.Y no hay contradicción entre el valor de un espíritu que se atreve a ver cara a cara al terror y el miedo positivo por la seguridad de su mujer e hijos (y la suya propia) que Moyano siente. Los testimonios, la letra residual, de sus visiones tienen que ser soterrados.No hay poder en la sociedad civil para sostener aquellas palabras, qué sólo pueden atraer la malicie de los inquisidores criollos; aquellos que en su estolidez llegaron incluso a censurar al Principito de Saint Exupery.Y Moyano prefiere matar al texto. Un texto ilegible y -en su pequeña tumba- cegado por el humus y la arena, es un texto muerto. Se vuelve a cumplir la percepción de Walter Benjamín: sólo un cuerpo muerto es inaccesible al Poder.
Mucho tiempo después, en la luz de Castilla, Moyano se enfrenta a la necesaria tarea de resucitar aquel texto, que ya sólo pervive en su memoria. Y cómo es escritor y no taumaturgo , la resurrección resulta difícil y costosa. Porque también Moyano había entrado en el silencio de un largo duelo.Años de duelo hasta poder recuperar la capacidad de sostener la enunciación de una frase; mutilado como estaba incluso de los hipertextos del entorno histórico,material, de los niveles de su habla linguïstica rioplatense...que habían quedado no enterrados pero si ahogados por miles y miles de millas marítimas y miles de lágrimas.Y tengo para mi que, nuevo Pierre Menard, Moyano no "recuerda" mecánicamente esta novela sino que vuelve a escribirla sobre el 'pattern' que atesora en su alma. Y esa escritura le permite varias felices correcciones y addendas.He leído los dos textos, el perdido y el reconstruído, y en mi imaginación los veo como sosias...pero se (y es una alternativa mejor) que la escritura española es superadora, para suerte de sus lectores y la historia de la literatura argentina.
Como una vez dijo Romeo frente al cadáver imaginario de Julieta Capuleto, aquella única vez Daniel pudo decir: ¡Oh, Muerte...dónde están tus banderas!. Y reconfirmó la mirada nietzscheana que descubre que el lenguaje es la cadena de oro que nos permite, a través del ser de la literaturiedad, entrar y salir del no ser de la muerte. Miguitas en el malvado bosque de Hansel y Gretel...hilo del oro de las guedejas de Ariadna entre las piedras circulares de Minos
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Horacio Salas , Nelson Marra, Carlos Mamonde, Daniel Moyano, Mario Trejo, Ricardo Carpani y Ariel Ferraro

(*) Carlos Mamonde es argentino, nació en Córdoba en 1950. Su vida osciló entre Córdoba, Buenos Aires y La Rioja. Actualmente reside en Madrid, es psicoanalista y profesor de Literatura en el Instituto Universitario FOG de Toledo. Publicó Gestos en los ojos de un perro, La vida como era, El Largo Viaje del Angel (Cuentos), Objetos, residuos y agonías, Una rosa tumbada por el polvo (Poesía), Borges:el castigo de la imaginación (Ensayo), José de San Martín y el plan continental (Ensayo histórico), entre otros. Fue traducido al sueco y al italiano.

domingo, 10 de mayo de 2009

Descatalogados (I)

Jorge Aloy




Trampa 22
Joseph Heller
Plaza y Janes, 1961
Traducción Francisco Elias
541 Páginas
Detengámonos un momento y preguntemos a quien tengamos cerca ¿cómo se fabrica el olvido?
Trampa 22, editada en 1961, vendió 20 millones de ejemplares (desparramados en América) y hoy es un título desconocido.
Criticada por algunos y reivindicada con un cita tomada por Umberto Eco en El péndulo de Foucault, Trampa 22 plantea una idea circular insólita: para conseguir la baja militar en la guerra basta con presentar una nota declarándose loco, pero existe una norma —precisamente la número 22— que dice que sólo un cuerdo puede suponerse loco, ya que un loco no reconoce su situación y jamás presentaría tal nota. Por añadidura se sabe que quien cumpla con misiones de vuelo no puede estar en sus cabales para realizarlas. La lógica es apabullante y paradojal: solamente un cuerdo querrá escapar de la guerra, y por ende solamente un loco podrá combatir.
En un diálogo con el doctor Daneeka, Yossarian —el protagonista— le suplica la baja y encuentra una respuesta displicente:

—Te estoy pidiendo que me salves la vida.
—No es mi oficio salvar vidas —replicó el doctor Daneeka, malhumorado.
— ¿Cuál es tu oficio?
—No sé cuál puede ser. Todo lo que me dijeron fue a propósito de la ética profesional y que no hablara mal de los colegas. (…).

Una novela antibélica, trágica y cubierta de humor negro que inscribió su impronta a una generación. En 1970 Mike Nichols la transformó en película, donde trabajaron entre otros Anthony Perkins y Orson Welles.
En su momento decir “trampa 22” (“Catch 22”, en inglés) se hizo tan popular que el Oxford English Dictionary lo incluyó a partir de su edición de 1993, como aquella circunstancia en la que alguien se encuentra afectado por una norma que ofrece distintas opciones y termina perjudicado sin importar cuál haya elegido.
¿Ya hubo respuesta? ¿Cómo se fabrica el olvido?

Incipit VIII (Cuentos)

Presentamos una nueva selección de comienzos de cuentos. Ojalá te quedes con ganas de seguir.



Nunca llegaré a saber del todo si el Vikingo intentaba contarme lo que realmente sucedió esa madrugada en el club Atenas, o se quería sacar de encima la culpa o estaba loco. La historia de cualquier modo era confusa, deshilvanada: pedazos de su vida, el desconsolado saludo de guerra de los escandinavos y un estropeado recorte de El Gráfico, envuelto en trapos, con la finísima y luminosa cara del Vikingo mirando la cámara de frente.
(El laucha Benítez cantaba boleros. Ricardo Piglia)

La noche era fría y húmeda, pero en la pequeña sala de Laburnum Villa los postigos estaban cerrados y el fuego ardía vivamente. Padre e hijo jugaban al ajedrez. El primero tenía ideas personales sobre el juego y ponía al rey en tan desesperados e inútiles peligros que provocaba el comentario de la vieja señora que tejía plácidamente junto a la chimenea.
-Oigan el viento -dijo el señor White; había cometido un error fatal y trataba de que su hijo no lo advirtiera.
-Lo oigo -dijo éste moviendo implacablemente la reina-. Jaque.
(La pata de mono. W. W. Jacobs)

Compró un bote, lo calafateó y después lo pintó de verde.
—Es para entretenerme los fines de semana…—explicaba, apoyándose en el mostrador.
El dueño del bar asintió guiñando los ojos. No había nada que comentar, necesario, por lo menos. Pero un cliente exige charla.
— ¿Grande? —preguntó el dueño.
(El bote. Enrique Wernicke)

Que trueno extraordinario, pensé, parado junto a mi hogar, en medio de los montes Acroceraunianos, mientras los rayos dispersos retumbaban sobre mi cabeza, y se estrellaban entre los valles, cada uno de ellos seguido por irradiaciones zigzagueantes y ráfagas de cortante lluvia sesgada, que sonaban como descargas de puntas de venablos sobre mi bajo tejado. Supongo, me dije, que amortiguan y repelen el trueno, de modo que es mucho más espléndido estar aquí que en la llanura.
¡Atención! Hay alguien a la puerta.
(El vendedor de pararrayos. Herman Melville)

Annixter sintió por el hombrecillo un cariño de hermano. Le puso un brazo sobre sus hombros, un poco por cariño y otro poco para no caerse.
Había estado bebiendo concienzudamente desde las siete de la tarde anterior. Era casi medianoche, y las cosas estaban medio confusas. En el vestíbulo no cabía el estruendo de la caliente música; dos escalones más abajo, había muchas mesas, mucha gente, y mucho ruido.Annixter no tenía la menor idea de cómo se llamaba ese lugar, ni cuándo, ni cómo había ido. Desde las siete de la víspera había estado en tantos lugares…
(Punto muerto. Barry Perowne)

Agonizaba un alto funcionario. Era ya un hombre viejo, poderoso, y amaba profundamente la vida. Le daba una gran tristeza saber que iba a morir. No creía en Dios ni podía comprender por qué habría de marcharse de este mundo; estaba aterrorizado y daba pena verlo sumido en tal sufrimiento.
(La nada. Leónidas Andreiev)

Nunca conté esto antes, y ahora mismo no sabría explicar por qué. Creo que fue a fines de 1980, durante un vuelo entre la Ciudad de México y Nueva York. En el mismo avión viajaba Jorge Luis Borges, aunque él lo hacía en primera clase, por supuesto. En algún momento me atreví y le pedí a la comisario de a bordo que me permitiera sentar al lado de él durante unos minutos. Accedió con esa proverbial simpatía de las mexicanas, y hasta me convidó una copa de vino.
(El libro perdido de Jorge Luis Borges. Mempo Giardinelli)

viernes, 1 de mayo de 2009

Robert Walser: Jakob Von Gunten

Jorge Aloy






Siruela. Año 2007
Traducción Juan José del Solar
126 Páginas






Robert Walser (Suiza 1878-1956) comprendió y practicó el arte de la narración. Jakob Von Gunten es su primera novela (1909) y en ella, aparentemente, no pasa absolutamente nada, no hay acción en el sentido estricto del verbo. Pero la hay, es parsimoniosa y envolvente. Es un enjambre de detalles que describe una situación general a través de la percepción de Jakob, un joven estudiante del Instituto Benjamenta. El narrador, ubicado desde esta perspectiva, desarrolla en un diario personal su apreciación sobre el Instituto y los escasos alumnos y profesores, en oposición o analogía —de acuerdo a cada situación particular— con el mundo exterior.
El instituto Benjamenta sólo enseña disciplina y sumisión, prepara a sus muchachos para enfrentar el mundo laboral e integrarlos a la sociedad, y en consecuencia los ofrecen a la orden de algún amo. Uno de los lemas de la escuela es Poco, pero a fondo sobre el cual dirá Jacob, sin resentimientos: “Nos quieren formar y modelar, ya me doy cuenta, no atiborrarnos de conocimientos”.
Sobre la cabeza de los alumnos aletea perpetuamente el reglamento del Instituto, pieza fundamental ya no de la enseñanza sino del control absoluto de las vidas: “La ley que ordena, la coacción que obliga y las numerosas e inexorables reglas que nos prescriben la orientación y el gusto: eso es lo grande y no nosotros, los alumnos”.
Robert Walser prefiguró la literatura de Kafka. El cruce de ambas cosmovisiones no es azaroso. El agrimensor en El castillo cree que alguna vez puede llegar y acceder al castillo, a pesar de que el lector sospecha que es infructuoso y sin sentido intentarlo. En cambio, Jakob sabe desde un principio que está destinado a formar parte de un grupo que no hallará jamás salida por si mismo: “someterse es muchísimo más refinado que pensar. Quien piensa se subleva, y esto es siempre tan feo, tan nocivo… ¡Si los pensadores supieran cuántas cosas echan a perder!”.
El alumno Jakob Von Gunten forma parte de dos mundos, uno onírico y otro cotidiano. Walser consigue presentarlos en un discurso interior alejado de toda fuerza psicológica y moral, los expone como quien ofrece algo a la venta, como algo natural. De ese modo, lo cotidiano pierde su fuerza ordinaria y el sueño se confunde con la vigilia.
Jacob, al igual que todos los alumnos del Instituto Benjamenta, se deja llevar por el reglamento y la disciplina. Prefiere obedecer antes que cuestionar. El respeto está sustentado en el temor. “Cuando un alumno del Instituto Benjamenta, por ejemplo, no sabe que es juicioso, lo es. Y si en cambio lo sabe, perderá toda su gracia y buen juicio, y acabará cometiendo alguna falta”.
Jakob Von Gunten es un libro clásico, quizá oculto, pero clásico. Robert Walser fue la fuente de donde abrevaron significativos mundos ficcionales del siglo XX, de modo reconocido o no: Franz Kafka, Elías Canetti, Herman Hesse, Robert Musil. Walser se refugiaba en la Cámara de Escritura para Desocupados de Zúrich (el nombre no es ficticio) y sobrevivía escribiendo. Los últimos veinte años de su vida, por decisión propia y a raíz de una enfermedad congénita, se internó en el manicomio de Herisau. Periódicamente recibía la visita de su amigo Carl Seelig con quien daba paseos por los alrededores del hospital.
Su poder de observación y su capacidad como caminante signó el conjunto de su obra. Walser murió el día de navidad de 1956 en uno de sus paseos habituales: lo encontraron tapado por la nieve unos niños que pasaban por ahí.
Internado se negó a escribir y a que lo traten como escritor, a pesar de la insistencia de su amigo Carl Seelig. Llegó a confesarle que “no vine acá para escribir, vine acá para estar loco”.