lunes, 15 de noviembre de 2010

Lo irresuelto que vuelve

Daniel Goñi

Las relaciones entre literatura y política suelen tensarse en épocas que podríamos denominar como pico
o cumbre, para otorgarles un sesgo topográfico, en las que la conflictividad social y el devenir histórico calan hondo en el lenguaje de escritores e historiadores que algunas veces aceptan el desafío de saltar al vacío de lo lleno y otras optan por ceñirse al viejo principio de que “el verdadero compromiso del autor es para con su propia obra”.
Echadas estas cartas sobre la mesa y tratando de no entrar en nuestro análisis en una lógica binaria y reduccionista que podría resultar infértil y poco esclarecedora (y con los ecos de los hechos recientes que son de público conocimiento) es que nos permitimos hacer punto de inflexión en aquellos autores que plantearon sacar a la luz la problemática postergada e irresuelta de la grandes mayorías populares. Y por eso hacemos hincapié en la línea de pensamiento de algunos “malditos” de la literatura del peronismo proscripto de los 50 y los 60, como Juan José Hernández Arregui (*) que, vigente como observarán quienes se animen al desafío de sus páginas, pretende articularse con la actualidad del Movimiento Nacional a la luz del reciente fallecimiento del ex presidente Néstor Kirchner y su enorme trascendencia como emblema de un cambio político conceptual y cultural.
Suerte de minuciosa disección coloquial de la labor y del rol de los intelectuales argentinos a través de la historia política del país, Imperialismo y Cultura (1960) es susceptible hoy (y en la coyuntura política que se abrió y viene consoli
dándose desde 2003) de ser releído, cotejado, reformulado y discutido con la invalorable escena del inédito presente comunicacional y las voces de los protagonistas cotidianos en la vorágine mediática y editorial de este especial momento en el país y la región.
Compañero de ruta de Raúl Scalabrini Ortiz y con gruesos puntos de contacto y afinidad con Arturo Jauretche, lejos de las veleidades y los alardes a que son tan afectos algunos miembros del staff de la tilinguería mediática y literaria autóctona, Hernández Arregui deja planteada en esta obra, entre otras premisas, el grado de compromiso y arraigo de un escritor e historiador con el campo popular a la hora de la honestidad intelectual.
Pasan por aquí momentos como el golpe de Estado de 1930 (imperdibles los ecos de la prensa cómplice de entonces en las postrimerías del luctuoso suceso) y la autodenominada “revolución libertadora” de 1955, con el cúmulo de resonancias en el campo de las letras, sus amanuenses y perseguidos; los movimientos literarios de Florida y Boedo y la pusilánime perme
abilidad de muchos “próceres” del pensamiento, acomplejadamente arrodillados ante la mirada ubicua del Viejo Continente y los centros de poder.
Revisitar Imperialismo y Cultura puede funcionar en estos días como un interesante caleidoscopio por el que asomarse a la búsqueda del armado de nuevas miradas y lecturas de configuraciones de representaciones sociales saliendo a superficie y sus envergaduras como sujeto político. Casi como retomar un cordel tijereteado y difuso, perdido en la noche del desencuentro del campo popular, montado sobre un encadenado de represión y traiciones.
Imposible no traer a los inolvidables Rodolfo Walsh, John William Cooke y Rodolfo Puigrós como contemporáneos y continuadores de un entramado político imprescindible, que volvió a ser eje de la discusión en Argentina en el último lustro y medio, poniendo las cosas blanco sobre negro y provocando el sarpullido del escándalo en la susceptible piel del crispado medio pelo del país.

(*) Juan José Hernández Arregui (Pergamino, 29 de septiembre de 1913 - Mar del Plata, 22 de septiembre de 1974).

lunes, 1 de noviembre de 2010

La lectura y la música como aditivos o estímulos

Daniel Goñi
Dejo caer el manojo de llaves sobre la tabla y con él algo de mis vapuleados huesos devenidos alma, luego de cerrar la puerta y limpiar mis zapatos en el improvisado felpudo del pasillo y encender la luz. Y me fugo de la llovizna fría y también de la calle.
“Café de los Angelitos” lleva por título la página que dejé señalada en el reeditado “Manual de perdedores”, de Juancito Sasturain, al que le entro cada tanto, cuando el frío me puede y necesito cobijo, cuando el exterior se torna demencial y extremadamente agresivo como para bancarlo así, sin un aditivo. A él vuelvo, mientras pongo la pava al fuego y el vidrio de
la ventana de la cocina me devuelve mi imagen superpuesta de los malvones que la oscuridad del jardín dispara.
Y las palabras caminan cómodas sobre la textura del papel, con esa tibia blandura del pan horneado y la familiaridad que uno percibe en cada cabina de peaje libre y gratuita que Sasturain habilita en los recovecos de su narración. Y se siente el convite, el gesto bonachón de quien se compromete con el juego de hallar su manera y transitar el lenguaje por allí. Difícil no reconocerse en los escenarios que el gordo describe en un par de trazos y en la brevedad concisa de los diálogos, preñados de guiños, cargados de pistas, tiznados de porteñidad. O sea, universales. Es grato volver.
Como también regreso a “A love supreme”, de John Coltrane, que ya suena desde la habitación y me anuncia que puede venirse el mundo abajo esta noche pero que McCoy Tynner me espera sentado al piano, tirando grumitos de caramelo desde allí; que Elvin Jones desde los parches, escobillas en mano y un timming fulminante, y Jimmy Garrison empuñando el contrabajo prepararán la escena para que el bueno de John, con el saxo tenor como una extensión de su cuerpo y de su psiquis, me sople al oído que algunas de las cosas por las que vale la pena vivir están aquí y sólo hay que tomarlas.
Cuando escucho a Coltrane con esa formación de cuarteto, la que a mi más me gusta, creo que la mediocridad del mundo desaparece, o por lo menos se torna irrelevante. Y ahí vamos.
Las preguntas serían… ¿por qué leemos lo que leemos? ¿por qué escuchamos lo que escuchamos? ¿cómo elegimos?
Sasturain y Coltrane, narrativa y jazz, estímulos, aditivos que ingresan en uno para sentirse uno. ¿Hay una conexión? ¿cuánto de arbitrario y extremadamente subjetivo hay en estas expresiones de disciplinas distintas?
Juan Sasturain (Argentina , provincia de Buenos Aires, 1945) dueño de un vibrato literario sostenido y convencido:
-Sí, amigos… Es la voz y el sentir de Buenos Aires en la presencia estelar deee… ¡Alfredo Duggan y las Guitarras Argentinas!...
Y no aparecieron hasta bien avanzado el punteo introductorio de “Mano a mano”. Pero no entraron corriendo la cortina sino q
ue se levantaron de una mesa lateral con bastante ruido de sillas y subieron desmañadamente al escenario sin ocultar su perplejidad
.
¿Se entiende?
John Coltrane (EE.UU, Carolina del Norte., 1926 – Nueva York, 1967): desde fines de los 50 hasta su fallecimiento en 1967 no se detuvo en el camino experimental que lo llevó a ser un referente indiscutible del jazz, desde la composición hasta la interpretación, desde formaciones bien disímiles. Basta ponerle el oído a “Living space”, “Blue train”, “Ballads”, “Play the blues” o “My favorite things”.
Sasturain y Coltrane. Hoy pelé mis dotes de barman. Hemos sido recibidos. El Perro los reúne, noche de lluvia y divagueta mediantes.