miércoles, 15 de diciembre de 2010

Incipit XX (Cuentos)

Chejov. La noche del 22 de marzo de 1897, en Moscú, salió a cenar con su amigo y confidente Alexei Suvorin. Suvorin, editor y magnate de la prensa, era un reaccionario, un hombre hecho a sí mismo cuyo padre había sido soldado raso en Borodino. Al igual que Chejov, era nieto de un siervo. Tenían eso en común: sangre campesina en las venas. Pero tanto política como temperamentalmente se hallaban en las antípodas. Suvorin, sin embargo, era uno de los escasos íntimos de Chejov, y Chejov gustaba de su compañía.
(Tres rosas amarillas. Raymond Carver)

En marzo, el día 25, sucedió en San Petersburgo un hecho de lo más insólito. El barbero Iván Yákovlevich, domiciliado en la Avenida Voznesenski (su apellido no ha llegado hasta
nosotros y ni siquiera figura en el rótulo de la barbería, donde sólo aparece un caballero con la cara enjabonada y el aviso de «También se hacen sangrías»), el barbero Iván Yákovlevich se despertó bastante temprano y notó que olía a pan caliente. Al incorporarse un poco en el lecho vio que su esposa, señora muy respetable y gran amante del café, estaba sacando del horno unos panecillos recién cocidos.
-Hoy no tomaré café, Praskovia Osipovna -anunció Iván Yákovlevich-. Lo que sí me apetece es un panecillo caliente con cebolla.
(La verdad es que a Iván Yákovlevich le apetecían ambas cosas, pero sabía que era totalmente imposible pedir las dos a la vez, pues a Praskovia Osipovna no le gustaban nada tales caprichos.) «Que coma pan, el muy estúpido. Mejor para mí: así sobrará una taza de café», pensó la esposa. Y arrojó un panecillo sobre la mesa.
(La nariz. Nicolai Gogol)

Tan sólo el alba se movía en la quietud de aquel pequeño patio de la prisión española -un alba anunciadora de muerte- mientras aquel joven gubernamental se erguía frente a un piquete de Ejecución. Los preliminares habían terminado. El grupito de las autoridades se había situado a un lado para asistir a la ejecución y ahora la escena se cuajaba en un penoso silencio.
Desde el primero hasta el último, los rebeldes habían conservado la esperanza de que su Estado Mayor enviaría la orden para sobreseer la ejecución. Pues el condenado era adversario de su causa, pero había sido popular en España. Era un brillante escritor humorístico que había sabido
regocijar ampliamente a sus compatriotas.
(Ritmo. Charles Chaplin)

Tan pronto como hube terminado mis estudios, mis padres consideraron útil hacerme comparecer ante una mesa cubierta de paño verde y rematada por bustos de viejos señores que se preocuparon por saber si yo había aprendido suficientes lenguas muertas como para ser promovido al grado de bachiller. La prueba fue satisfactoria. En una cena a la que toda mi parentela fue invitada, celebraron mis éxitos, se inquietaron acerca de mi porvenir y resolvieron, por fin, que yo estudiaría derecho.
(Con el petate a cuestas. Joris-Karl Huysmans)

Conocí a un chico, fallecido el año pasado, cuya vida fue un prolongado martirio. Desde que tuvo uso de razón, Claude se había hecho este razonamiento: «El plan de mi existencia está trazado. No tengo más que aceptar las ventajas de mi tiempo. Para marchar con el progreso y vivir totalmente feliz, me bastará con leer los periódicos y los carteles publicitarios, mañana y tarde, y hacer exactamente lo que esos soberanos guías me aconsejen. En ello radica la verdadera sabiduría, la única felicidad posible». A partir de aquel día, Claude adoptó los anuncios de los periódicos y de los carteles como código de vida. Éstos se convirtieron en el guía infalible que le ayudaba a decidirlo todo; no compró nada, no emprendió nada que no le hubiera sido recomendado por la voz de la publicidad. Así fue como el desventurado vivió en un auténtico infierno.
(Una víctima de la publicidad. Emile Zola)

miércoles, 1 de diciembre de 2010

¿Folletín televisivo?

Irene Farias

El folletín nació a mediados del siglo XIX con la aparición de una novela de Eugène Sue titulada Los misterios de París que se publicaba por entregas en un diario parisino. Su éxito fue muy grande
. Se había creado una estrategia de lectura cuyo rasgo principal era la brevedad de un argumento que generaba intrigas y sembraba un misterio que sería develado en la siguiente edición.
El género fue bastante discutido por los críticos literarios. Algunos lo consideraron menor debido a su estructura y a sus personajes y temáticas sensibleros. Otros, en cambio, le reconocieron la virtud de captar la atención de un lector que se identificaba con sus protagonistas.
De esta manera, la novela en “dosis” trajo grandes ventajas al mundo editorial: los diarios ganaron muchos adeptos puesto que los lectores de prensa se convirtieron en lectores de literatura y viceversa. A mayor cantidad de público, mayores dividendos logrados. De este modo, el género se convirtió en una herramienta para aumentar la venta de los periódicos y también para dar a conocer a nuevos escritores.
En nuestro país, en el medio televisivo, se está dando un fenómeno que comparte algunas características de las nombradas. Todas las noches, una gran masa de audiencia asiste a un espectáculo cuyos protagonistas generan situaciones de enredos, “dimes y diretes”, agresiones verbales, y dejan sin resolver cuestiones de enfrentamientos personales cuyo desenlace quizá suceda a la noche siguiente, en la próxima edición del programa. Al igual que la novela en entregas, si bien no deja instalada una intriga o crea una instancia de suspenso, sí, crea expectativas que invitan (o “enganchan”) al telespectador a volver a presenciar el espectáculo el que de manera cíclica volverá a repetir la misma fórmula-estímulo a un público que seguirá respondiendo de la misma manera, en actitud recurrente.
Así como el folletín generó atractivas ganancias a las editoriales de prensa en su época de surgimiento, este tipo de formato audiovisual también genera incalculables dividendos a las empresas que lo ponen al aire. El folletín promovió a escritores desconocidos; el actual formato permite sacar del anonimato a figuras de escasa o pobre trayectoria. El suspenso que generaba el primero circulaba en el “boca a boca” de los lectores, fomentaba su avidez por conseguir una siguiente edición, y su contenido ficcional se perpetuaba en la esfera de la literatura; el segundo, como estrategia para abarcar mayor audiencia, se difunde y circula en múltiples emisiones de muchos otros programas que lo repiten de manera especular. Pero no logra perpetuarse: su existencia es fugaz y efímera, sólo dura hasta la siguiente emisión y su único anclaje es el olvido.