viernes, 15 de abril de 2011

Incipit XXII (Cuentos)

La gente no debería dejar espejos colgados en las habitaciones, como tampoco debería dejar abiertos talonarios de cheques o cartas en las que se confiese algún horrible delito. Era imposible no mirar, aquella tarde de verano, el gran espejo que había fuera, en el vestíbulo. El azar así lo había dispuesto. Desde las profundidades del sofá, en la sala de estar, se veía reflejado en el espejo italiano no sólo la mesa de mármol que había enfrente, sino también un trozo de jardín. Se veía un largo sendero de hierba que discurría entre macizos de altas flores hasta que el marco dorado del espejo lo cortaba en una esquina.

(La mujer ante el espejo: un reflejo, Virginia Wolf)


Hace de esto once años. Viajaba por la región agrícola que se dividen las provincias de Córdoba y de Santa Fe, provisto de las recomendaciones indispensables para escapar a las horribles posadas de aquellas colonias en formación. Mi estómago, derrotado por los invariables salpicones con hinojo y las fatales nueces del postre, exigía fundamentales refacciones. Mi última peregrinación debía efectuarse bajo los peores auspicios. Nadie sabía indicarme un albergue en la población hacia donde iba a dirigirme. Sin embargo, las circunstancias apremiaban, cuando el juez de paz que me profesaba cierta simpatía, vino en mi auxilio.

(Un fenómeno inexplicable. Leopoldo Lugones)


Las tres volvemos a casa empolvadas, yo, la pequeña doga y la perra de pastor flamenca. Ha nevado en los pliegues de nuestras ropas. Yo llevo charreteras blancas; en la cara chata de Poucette se funde un azúcar impalpable, y la perra de pastor centellea toda, desde su puntiagudo hocico a su cola semejante a una cachiporra. Salimos para contemplar la nieve, la verdadera nieve y el verdadero frío, rarezas parisienses, ocasiones, casi imposibles de encontrar, de final de año. En mi barrio desierto, corrimos como tres locas, y las fortificaciones hospitalarias, las calumniadas «fortis» presenciaron, desde la avenida de Ternes al bulevar Malesherbes, nuestra jadeante alegría de perros en libertad.

(Ensueño de año nuevo. Colette)


¡La había amado desesperadamente! ¿Por qué se ama? Cuán extraño es ver un solo ser en el mundo, tener un solo pensamiento en el cerebro, un solo deseo en el corazón y un solo nombre en los labios... un nombre que asciende continuamente, como el agua de un manantial, desde las profundidades del alma hasta los labios, un nombre que se repite una y otra vez, que se susurra incesantemente, en todas partes, como una plegaria. Voy a contarles nuestra historia, ya que el amor sólo tiene una, que es siempre la misma. La conocí y viví de su ternura, de sus caricias, de sus palabras, en sus brazos tan absolutamente envuelto, atado y absorbido por todo lo que procedía de ella, que no me importaba ya si era de día o de noche, ni si estaba muerto o vivo, en este nuestro antiguo mundo. Y luego ella murió.

(La muerta. Guy de Maupassant)


No recuerdo por qué mi hijo me reprochó en cierta ocasión: -A vos todo te sale bien. El muchacho vivía en casa, con su mujer y cuatro niños, el mayor de once años, la menor, Margarita, de dos. Porque las palabras aquellas traslucían resentimiento, quedé preocupado. De vez en cuando conversaba del asunto con mi nuera. Le decía: -No me negarás que en todo triunfo hay algo repelente. -El triunfo es el resultado natural de un trabajo bien hecho -contestaba. -Siempre lleva mezclada alguna vanidad, alguna vulgaridad. -No el triunfo -me interrumpía- sino el deseo de triunfar. Condenar el triunfo me parece un exceso de romanticismo, conveniente sin duda para los chambones.

(Margarita o el poder de la farmacopea. Adolfo Bioy Casares)

viernes, 1 de abril de 2011

Kafka: dudas y sospechas

Jorge Aloy









Franz Kafka, ficciones y mistificaciones

Josef Cermak

Emecé Editores, 2008. 227 páginas Traducido del checo por Jitka Mljnkova y Alberto Ortiz.


El escritor checo Josef Cermák (1928), uno de los fundadores de la "Sociedad de Franz Kafka" de Praga y especialista en literatura comparada, publicó un libro en donde intenta revelar que el conocimiento de la obra de Kafka está mediado por una buena cantidad de datos falsificados. Propone un acercamiento a Kafka a partir del rechazo a la mirada mecánica que se posó durante los últimos cincuenta años sobre la obra del autor de El castillo. Decir “mirada mecánica” implica desechar muchas cuestiones que dábamos por sentadas alrededor de la obra de Kafka. Hagamos un poco de memoria: ¿cómo nos llega la literatura de Kafka? Gracias a la famosa traición de su amigo Max Brod que desoyó el pedido de destrucción de todos los manuscritos. Brod se encargó de recopilar, ordenar y corregir los textos de su amigo. Pero no faltaron los que lo acusaron de modificar algunas páginas, vaya uno a saber el motivo puntual. Lo cierto es que el reconocimiento post mortem de Franz Kafka se va a extender por toda Europa y va a traspasar el continente. Hasta aquí, entonces, lo que podríamos denominar con cierta malicia “el sesgo de Brod”. Lo que no podemos dejar de reconocer es que gracias a su “traición” (ahora le puse comillas) nosotros podemos disfrutar de los libros de Kafka. Lo que Josef Cermák analiza vino un tiempo después… Cermák sostiene que los agujeros que dejó la obra de Kafka fueron cubiertos con la biografía. Quizá lo sostenga porque, en un principio, pareciera que fuese más sencillo reconstruir una biografía que un texto. Y para Cermák esas lagunas fueron tapadas con grandes engaños, y se centra en dos mistificadores: Michal Mares y Gustav Janouch. Ambos conocieron efectivamente a Kafka, pero Cermák se empeña en demostrar que no fue del modo profundo que ellos pretenden. Mares sostiene que, gracias a sus invitaciones, Kafka participaba en mítines anarquistas. La insistencia por convencernos es tan fuerte como la insistencia de Cermák para desenmascararlo. Cermák llega al punto de buscar datos policiales sobre la vida de Kafka: consigue cuatro certificados de buena conducta del escritor de El proceso y, por transitividad, anula el postulado de ideales libertarios que nos ofrece Mares. No sólo eso, nos enteramos otras dos cosas: Mares era un escritor mediocre y, por otro lado, tuvo una vida apasionante. Cermák, en un correcto afán de verosimilitud, refiere ambas cuestiones. En cuanto a Gustav Janouch el asunto es más delicado: Janouch fue la fuente de partida para casi cualquier investigación sobre Kafka. Sin ir más lejos, Marthe Robert, una de las más destacadas kafkólogas, utilizó algunas citas del libro Conversaciones con Kafka (1951), de Janouch, para su inconseguible Kafka (Editorial Paidos, 1969). Cermák nos cuenta que Janouch era, en cierto modo, una persona desmedida: en la primera versión del libro que reproduce sus diálogos con Kafka hay unas ciento treinta charlas. Tiempo después, a instancias de un nuevo contrato con la editorial, amplía el número a doscientas. Los setenta diálogos que se anexaron eran más jugosos que los anteriores y triplicaron el volumen del libro. Lo que más le llama la atención a Josef Cermák es la memoria de Janouch para reproducir los diálogos con tanta precisión: dice que hubiera necesitado de un magnetófono para que eso pueda suceder. Cermák marca una diferencia entre Mares y Janouch: el talento en la prosa del segundo. Y lo podemos corroborar porque se reproducen unas cuantas conversaciones en donde vemos brillar su ingenio. Dice Cermák que Janouch “siempre prestó atención a la apariencia de verosimilitud, al tiempo que procuraba que sus afirmaciones fueran imposibles de verificar”. En una palabra, Janouch escribía dentro de las lagunas de la vida de Kafka. Franz Kafka, ficciones y mistificaciones es un libro que ejerce el libre albedrío de la sospecha. Con prólogo sugerente de María Kodama, en donde traza un paralelismo entre las obras de Kafka y Borges en cuanto a cierto “vampirismo” del que son objeto, se busca legitimar por estas latitudes a un ensayista checo que nos es completamente desconocido. Franz Kafka, ficciones y mistificaciones es un libro que pretende cierta rigurosidad investigativa, llevar luz hacia una problemática irresuelta de la literatura del siglo XX y desenmascarar impostores. Cermák lo hace indudablemente con una prosa atrapante, llevadera, convincente. Pero… ¿la finalidad de Josef Cermak no será la misma que él denuncia en Mares y Janouch? ¿Será la fama? Permítame sospechar a mí también.