miércoles, 1 de agosto de 2012

Incipit XXIX (Cuentos)


Un día el Hombre llamó al Perro.
-Perro –le dijo, y frunció las cejas-. Te prohíbo que muevas la cola.
El Perro se quedó mudo de estupor.
-Pero Amo –articuló, articuló al fin, sospechando que todo fuese una broma- ¿por qué no quieres que la mueva?
-Porque he decidido eliminar de mi casa todo lo que sea gratuito.
(La cola del perro. Marco Denevi)

El forastero llegó sin aliento a la estación desierta. Su gran valija, que nadie quiso cargar, le había fatigado en extremo. Se enjugó el rostro con un pañuelo, y con la mano en visera miró los rieles que se perdían en el horizonte. Desalentado y pensativo consultó su reloj: la hora justa en que el tren debía partir.
(El guardagujas. Juan José Arreola)

Allí está, en la Penitenciaria, asomando por entre las rejas su cabeza grande y oscilante, el antropófago.Todos lo conocen. Las gentes caen allí como llovidas por ver al antropófago. Dicen que en estos tiempos es un fenómeno. Le tienen recelo. Van de tres en tres, por lo menos, armados de cuchillas, y cuando divisan su cabeza grande se quedan temblando, estremeciéndose al sentir el imaginario mordisco que les hace poner carne de gallina. Después le van teniendo confianza; los más valientes han llegado hasta provocarle, introduciendo por un instante un dedo tembloroso por entre los hierros. Así repetidas veces como se hace con las aves enjauladas que dan picotazos.
(El antropófago. Pablo Palacio)

Pocos árboles, grandes, quietos. Troncos oscuros como de roca estriada.
Comienza el mundo a desteñirse con el alborea.
Muge una vaca que no se ve, como si el mugido se diluyera en la penumbra.
Al pie de uno de aquellos árboles tan solos, hay un bulto, como protuberancia del tronco, más oscuro que el color de la corteza. Pero aquel bulto es suave, tibio. Es Tata José, envuelto en su cobija de lana, y encuclillado junto al tronco. Viejo madrugador, de esos que se levantan antes que los gallos, y despiertan a las gallinas dormilonas.
Antes de sentarse allí, junto al tronco, ya había ido a echar rastrojos a un buey.
(Hombres en tempestad. Jorge Ferretis)

 
Atento a cuanto se decía de Villa y el villismo, y a cuanto veía a mi alrededor, a menudo me preguntaba yo en Ciudad Juárez qué hazañas serían las que pintaban más a fondo la División del Norte: si las que se suponían estrictamente históricas, o las que se calificaban de legendarias; si las que se contaban como algo visto dentro de la más escueta realidad, o las que traían ya tangibles, con el toque de la exaltación poética, las revelaciones esenciales. Y siempre eran las proezas de este segundo orden las que se me antojaban más verídicas, las que, a mi juicio, eran más dignas de hacer Historia.
(La fiesta de las balas. Martín Luis Guzman)