sábado, 1 de diciembre de 2012

La mala suerte de Daniel Moyano y su timbal de oro (Parte I)

Carlos Mamonde

Mi inolvidable amigo Daniel fue uno de los seres humanos con más mala suerte que he conocido. Bien es cierto que lo digo casi como provocación al debate, porque no creo demasiado en el destino, fasto o nefasto… y esas cosas de las supersticiones. Pero ahora mismo recuerdo una reflexión central de  una película del gran Woody Allen (¡antes de que  algún cínico se ría de esta alusión… que se vea toda la filmografía de Woody y especialmente la película a la que me refiero y que se titula Match Point!). Allen viene a decir que ¡la suerte…es más importante que el talento, que la belleza, que el sentido del valor ético…y todos los etcéteras de esas virtudes tan viejas que ya los griegos –del helenismo clásico- meditaban sobre ellas. Entres otras aretes y parresias y heroísmos insondables, que sólo se lograban tras intensas askesis…!
El mismo Allen entiende que su tesis es inmoral. Porque la vida es inmoral. Amoral.
Y Daniel ha sido también –posiblemente- el ser humano más lleno de talento que yo he conocido como amigo  (y por su intermedio, que no por mis “méritos”, he conocido una veintena de otros grandes escritores que admiraban unánimes  y profundamente la obra de Moyano: Cortázar, Rulfo, Onetti, Tizón, Di Benedetto, Conti, Carlos Fuentes, Bioy, Herbert Francis, Sábato…y así, una pléyade.  Con esta gente he mantenido amistades literarias; lo que me ha alegrado y enriquecido, pero no he sido amigo íntimo, como es el caso de Daniel…o lo he sido,  pero no hasta ese sumo grado). Pero pese a ese talento de Moyano,  a  su tenaz y lúcido trabajo de toda una vida, intentando salir del dolor de su biografía infantil y juvenil para crearse a sí mismo como un hombre extraordinario y escritor relevante…crearse a sí mismo…encontrar un padre, en el sentido nietzschiano (escribió el de Sils María que “(…) quien no tiene un buen padre, debe inventarse uno”; al menos simbólico e imaginario). Y esto es muy serio, porque creando el padre –o “deconstruyendo” al padre, como su admirado Kafka- uno se resucita desde la miseria de las familias de origen, de los malos amigos, de las malas patrias…de toda la ”mishiadura” de que habla el tango y más…para volverse un hombre bueno…hasta poder generar y merecer a los buenos amigos (Daniel tenía legión) y más aún a la luminosa familia personal que Daniel creó, en La Rioja o en España…para permitirle incluso que la bondadosa Blanca, su querida hermana, renaciese con él…y toda esa familia cordobesa tan valiosa de sus sobrinos de Cosquín. Creo que él nunca tuvo más parientes amados que toda esta maravillosa gente que recuerdo…además de que fue pétreamente histórico lo así ocurrido (la Muerte no es literatura)…porque Blanca y él se quedaron huérfanos de una orfandad aterradora, cuando su padre cortó –con  filo mellado- todos los nudos que atan el alma ¿existe el alma?  a la bondad eventual de la vida ¿existe la bondad?...hiriendo, ensangrentando, el cuello más amado.
Como saben todos aquellos que hayan leído a este extraordinario escritor, Daniel nació incidentalmente en Buenos Aires; pero su infancia y juventud (momentos tan influyentes que “la infancia es destino”, como decía Winnicot) los vivió en Córdoba y su madurez adulta en La Rioja; la comunidad que él eligió para la vida madura y para tener sus hijos con Irma.
 En este laberinto, Córdoba –duro es decirlo- fue (valga la expresión) una mala madrastra porque nunca lo reconoció como suyo, lo ninguneó bastante. Excepción hecha de algunos -muy escaso número- de artistas amigos que tanto lo pusieron en valor, como Sosa López, Larrea, José Alberto Santiago, Juan Croce, Dalmacio Rojas, Ramón Romilio Ribeiro, Quique Revol…
La Rioja, en cambio, fue generosa con él, a raudales. Y no le negó amistad ni amor y algún reconocimiento. Aunque también dolor y traición, cuando cayó el hacha del “videlismo”. Pero lo trató igual que a muchos de sus hijos nativos.

domingo, 2 de septiembre de 2012

Pere Calders: casi un desconocido


Jorge Aloy


Pere Calders
   
Exploración de islas conocidas
   
Libros del Umbral

México, 2004







Pere Calders (Barcelona, 1912-1994) en 1939 se exilió en México, pero nunca dejó de escribir en catalán. Exploración de islas conocidas es una obra que permite un amplio acercamiento a su literatura, ya que realiza un recorrido de su obra desde 1936. La narrativa de Pere Calders es directa, rápida, breve. Aún más: es irónica. Calders parte, en general, de situaciones cotidianas y se deja llevar por situaciones absurdas. El problema que nos generan sus relatos es que lo absurdo es casi posible, y cuando reímos lo hacemos, también, de nosotros mismos.
Calders también incursionó en la microficción. En “Nota biográfica” dice así:

Me llamo Pere y dos apellidos más. Nací anteayer y ya estamos a pasado mañana. Ahora sólo pienso en qué haré el fin de semana.

Es el momento de buscar los libros que haya publicado Calders. Son un acercamiento a historias generosas, que nos provocarán leerlas con una sonrisa.
 Les ofrecemos el microcuento “Historia castrense”:

Si les hubiera ordenado saltar por la ventana, lo habrían hecho casi con alegría, porque confiaban ciegamente en él.
Hasta que un día les ordenó que saltaran por la ventana, y entonces desertaron todos, porque un hombre que dispone algo así no es de fiar.

miércoles, 1 de agosto de 2012

Incipit XXIX (Cuentos)


Un día el Hombre llamó al Perro.
-Perro –le dijo, y frunció las cejas-. Te prohíbo que muevas la cola.
El Perro se quedó mudo de estupor.
-Pero Amo –articuló, articuló al fin, sospechando que todo fuese una broma- ¿por qué no quieres que la mueva?
-Porque he decidido eliminar de mi casa todo lo que sea gratuito.
(La cola del perro. Marco Denevi)

El forastero llegó sin aliento a la estación desierta. Su gran valija, que nadie quiso cargar, le había fatigado en extremo. Se enjugó el rostro con un pañuelo, y con la mano en visera miró los rieles que se perdían en el horizonte. Desalentado y pensativo consultó su reloj: la hora justa en que el tren debía partir.
(El guardagujas. Juan José Arreola)

Allí está, en la Penitenciaria, asomando por entre las rejas su cabeza grande y oscilante, el antropófago.Todos lo conocen. Las gentes caen allí como llovidas por ver al antropófago. Dicen que en estos tiempos es un fenómeno. Le tienen recelo. Van de tres en tres, por lo menos, armados de cuchillas, y cuando divisan su cabeza grande se quedan temblando, estremeciéndose al sentir el imaginario mordisco que les hace poner carne de gallina. Después le van teniendo confianza; los más valientes han llegado hasta provocarle, introduciendo por un instante un dedo tembloroso por entre los hierros. Así repetidas veces como se hace con las aves enjauladas que dan picotazos.
(El antropófago. Pablo Palacio)

Pocos árboles, grandes, quietos. Troncos oscuros como de roca estriada.
Comienza el mundo a desteñirse con el alborea.
Muge una vaca que no se ve, como si el mugido se diluyera en la penumbra.
Al pie de uno de aquellos árboles tan solos, hay un bulto, como protuberancia del tronco, más oscuro que el color de la corteza. Pero aquel bulto es suave, tibio. Es Tata José, envuelto en su cobija de lana, y encuclillado junto al tronco. Viejo madrugador, de esos que se levantan antes que los gallos, y despiertan a las gallinas dormilonas.
Antes de sentarse allí, junto al tronco, ya había ido a echar rastrojos a un buey.
(Hombres en tempestad. Jorge Ferretis)

 
Atento a cuanto se decía de Villa y el villismo, y a cuanto veía a mi alrededor, a menudo me preguntaba yo en Ciudad Juárez qué hazañas serían las que pintaban más a fondo la División del Norte: si las que se suponían estrictamente históricas, o las que se calificaban de legendarias; si las que se contaban como algo visto dentro de la más escueta realidad, o las que traían ya tangibles, con el toque de la exaltación poética, las revelaciones esenciales. Y siempre eran las proezas de este segundo orden las que se me antojaban más verídicas, las que, a mi juicio, eran más dignas de hacer Historia.
(La fiesta de las balas. Martín Luis Guzman)

lunes, 2 de julio de 2012

La misma aldea

Irene Farias

La literatura del Siglo de Oro español nos presenta un hidalgo, a quien de tanto leer novelas de caballerías “se le secó el celebro y  perdió el juicio”. Agrega: “Llenósele la fantasía de todo aquello que leía en los libros […] y asentósele de tal modo en la imaginación que era verdad toda aquella máquina de aquellas soñadas invenciones que leía, que para él no había otra historia más cierta en el mundo. […] y fue que le pareció convenible y necesario […] irse por todo el mundo con sus armas y caballo a buscar las aventuras y a ejercitarse en todo aquello que él había leído que los caballeros andantes se ejercitaban...”
Obviamente, nos estamos refiriendo al protagonista de El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha, la inmortal obra de Miguel de Cervantes Saavedra. Si tenemos en cuenta cuán escasos eran los medios que llegaban a “algún lugar de la Mancha” y cómo influyeron en su estilo de vida podemos decir que esta ficción anticipa lo que siglos más tarde llamaríamos la influencia mass mediaEn nuestros días, hay quienes están atentos y pueden sustraerse –relativamente- a su influjo. Pero también están aquellos cuyas vidas se convierten en una fiel repetición e imitación del modelo que les ofrecen las tiras televisivas, los programas de chimentos, los filmes, las publicidades, etc.  No es raro hoy encontrar un compañero de trabajo, vecino, o amigo cuya realidad está tan teñida de todos los componentes mediáticos que ha olvidado su propia identidad y se ha metido en las botas de un intérprete de alguna historia inventada.
Fue Marshal McLuhan  quien  a principio de los ’60 acuñó el término de “aldea global” al referirse a la fuerza cada vez más invasora de los medios en los hogares y en la vida cotidiana. Casi bombardeados hasta el aturdimiento por la gran cantidad de noticias e información se va perdiendo de a poco la certeza de cuál es la frontera entre ficciones y realidades personales (una suerte de metalepsis vivencial).  
Por lo tanto, “no hay nada nuevo bajo el sol”. Si bien esta temática es considerada un acontecimiento que surge en el siglo XX con la aparición de innumerables soportes comunicacionales, podemos, sin embargo, encontrar algunos elementos germinales en el siglo XVII.

viernes, 1 de junio de 2012

Prisiones terrestres. Nicolás Correa *

Carolina Bugnone

Prisiones terrestres 
Nicolás Correa 
Edulp (Estudios de la Universidad de La Plata)
Marzo de 2010.






Prisiones terrestres, de Nicolás Correa, subsume a quien lo lee en un laberinto de guapos y acuchillados, en diversos escenarios. Se agrupan aquí una serie de relatos entre los que puede verse el hilo que los subtiende: la repetición, la negación de las nuevas posibilidades históricas, la violencia, la muerte, los cuchillos, las cicatrices, la hombría.
Un muerto en una pelea maleva indica el nacimiento del lugar de hombre de Rosas Gamarra, uno de los personajes que protagoniza varios de los cuentos ("Hombre que llega y no muere"). Las cicatrices en el torso, en la cara, en diversos momentos de Rosas y en distintos pasajes de los diferentes cuentos, nos hacen palpar las marcas de la violencia como forma de ubicarse en el mundo, de pararse en posición de ataque frente a los otros y frente a la historia. El dolor y la muerte se articulan de modo natural con el surgimiento de otras cosas, morirse no sólo es dejar de vivir sino pasar a la historia, a otra configuración, inaugurar situaciones y existencias. La doble cara de la muerte está pintorescamente pintada en estos relatos, donde el final implica casi siempre algún principio. Como cuando el Marciano Correa muere en manos de Rosas, y entonces Rosas nace como héroe del cuchillo ("Hombre que llega y no muere"). O: “Imagínese que la muerte, en lugar del ser el fin, el silencio, la ausencia, es lo contrario, un comienzo, la completud universal. Las únicas prisiones que existen son las terrestres” dice Hu Yiao en "La historia que Enzo Aguirre no quiso escuchar".
El tono campero y caudillesco de los primeros cuentos se topa de pronto, en los últimos, con la voz de la sabiduría oriental. Si bien el discurso de Oriente aparece disruptivamente, cuando uno sigue la línea de las narraciones, se encuentra con un lazo entre los primeros y los últimos: la incesante idea de sino, de destino. La pesada y sólida idea de que las vivencias que parecen nuevas no lo son, más bien están atrapadas en una repetición de la que no es posible salvarse en algunos casos, y de un destino escrito de antemano en otros. Como piensa un muchacho justo antes de ser asesinado ("El cálculo inútil"): “Pensó en que toda su familia había corrido la misma suerte o la correría. Pensó que así había sido tantos siglos atrás y que no iba a cambiar”. O Rosas ("El Fusilamiento"): “La oscuridad que había en la pulpería, el olor de los hombres y las mujeres, el griterío, lo aturdieron, por un momento. Observó dentro del vaso y le pareció que todas las noches eran la misma noche, algo repetitivo que nunca lo dejaba libre”.
Prisiones terrestres es cosa de hombres, el elemento femenino está ausente, borrado, suspendido en un espacio de vacío. Se asoman algunas mujeres pero casi como hombres, trabajadoras y fuertes (la Dominga, madre de Rosas; la morena en "Una casa vieja y sólida"), tal vez excepto la “hermana” de uno de los personajes evocada en un recuerdo: ya adolescente, bañándose en el río, moja sus formas de mujer ante los ojos del hermano. Un destello mínimo de lo femenino que fulgura, precisamente, por hacer notar su ausencia.
Prisiones terrestres es un inexacto cruce de pasillos con marcas y muertos en el que uno se pierde gustosamente, y lo bien que hace si disfruta de no encontrar la salida.
                                                                 
* Nicolás Correa. Escritor nacido el 5 de septiembre de 1983, en Morón. Está finalizando la licenciatura en Letras en la Universidad de Buenos Aires. Tiene editados los libros de cuentos Made in China en el 2007, por la editorial El Escriba, Engranajes de sangre, en el 2008, por la editorial Milena Caserola y Prisiones terrestres, por la Universidad de La Plata y varios cuentos editados en distintas antologías. A fines de 2012 saldrá publicado el primer poemario Virgencita de los muertos, por La talita dorada.
Nicolás Correa ha participado de diferentes revistas literarias como: Oliverio, Los asesinos tímidos, Lilith, No-Retornable, Como Loca Mala, Lenguaraz (México), Culturamas (España), entre otras, y fue director de la revista literaria y de interés cultural Gatillo y coordinador del Grupo Interdisciplinario Cruce y es parte de lo que se dio a llamar la Nueva Nueva Narrativa Argentina.
 Realiza correcciones teatrales y administra el blog: www.engranajesdesangre.blogspot.com. Se desempeñó como productor general del teatro El Cubo y de la muestra Cosmópolis. Borges y Buenos Aires, que se expuso en la Casa de la Cultura del GCBA. Participa de la cátedra de Literatura Latinoamericana I (Tieffemberg) en la Universidad de Buenos Aires. Filosofía y Letras. 

martes, 1 de mayo de 2012

Las circunstancias adecuadas


Julián E. Giambelluca (*)

En una nota publicada en este blog el día jueves 15 de diciembre de 2011, Luisa Ugueto dice: “Leer en el metro, incluso de pie, es una de las mejores decisiones que puedes tomar, te permite redituar tu tiempo, usarlo para ‘algo’.”
He sido, durante mucho tiempo, un “lector rodante del mundo”, como dice Luisa. Sin embargo, hoy entiendo que no sólo es imposible disfrutar de un buen libro en el subte (metro), sino que además es una tarea poco ética frente al trabajo que el escritor se ha tomado (junto con los cafés y tés de tilo, claro) para escribir su texto.
Recuerdo un cuento que reflexiona sobre este tema: “Las circunstancias adecuadas”, del escritor y periodista norteamericano Ambrose Bierce. En ese texto, un escritor se encuentra en el tranvía con un amigo, quien está leyendo un cuento suyo. El escritor se siente ofendido por su amigo, puesto que entiende que su cuento mal puede ser disfrutado en un transporte público. Se plantea, entonces, una discusión entre ambos personajes, entre el escritor y el lector:
“-[…]¿En qué depende de mí el placer que obtengo o puedo obtener de su obra? [Pregunta el lector].
-Depende de usted, muchísimo. Yo ahora le pregunto: Si lo tomara en este tranvía, ¿le agradaría el desayuno? Pongamos otro ejemplo, supongamos un fonógrafo tan perfecto que pudiera transmitir una ópera entera: canto, orquestación y todo lo demás; ¿cree usted que le procuraría un gran placer si la oyera en la oficina, durante sus horas de trabajo?”
Pero el problema no abarca sólo la cuestión del placer de la lectura, sino una reflexión sobre la moral del lector:
“-[…] Un escritor tiene derechos que el lector está obligado a respetar. [Dice el escritor a su amigo].
-¿Por ejemplo?
-El derecho a la total atención del lector. Negársela es inmoral. Obligarlo a compartirla con el traqueteo del tranvía, con el fluctuante panorama de la muchedumbre por las aceras y los edificios detrás […] es tratarlo con grosera injusticia. ¡Es infame, por Dios!”
Son palabras de ese personaje de Bierce que hago mías.
Quizás,la fuerza centrípeta de este mundo que nos sofoca a millones en un par de vagones rechinantes, nos convierta a todos, en un futuro no muy lejano, en “lectores rodantes del mundo”, lectores capaces de abstraernos por completo de los aullidos ferrosos que surgen de entre los rieles y las ruedas del subte al tomar una curva y, tal vez, podamos serlos más respetuosos lectores frente al trabajo del escritor. Yo, mientras tanto, seguiré buscando las circunstancias adecuadas para leer literatura.

(*) Julián E. Giambelluca ha cursado estudios de dirección cinematográfica y actualmente es estudiante de Letras en la Universidad Nacional de Lomas de Zamora. Se desempeña como profesor de Literatura y es coordinador de un Taller Literario y de un Taller de Análisis Cinematográfico. Autor de varios cuentos inéditos, en la actualidad se encuentra embarcado en la escritura de su primera novela.

domingo, 1 de abril de 2012

Poesia y prosa en la cultura de masas


Daniel Goñi

Cuando la inspiración poética o el precipitado empeño de la narrativa vienen condensándose desde el terreno de la música popular, suele dejar sólidos mojones en la memoria colectiva, ineludibles a la hora del resumen. Quizás este hecho se vea facilitado en el detalle de que las puertas de acceso de tales manifestaciones, sobre todo en las grandes ciudades, están en continuo y cotidiano contacto con nuestra percepción (galerías comerciales, hipermercados, colectivos, trenes, subtes, cine, radio, TV, Internet, mp3…).
Es por esas puertas (giratorias, la mayoría de las veces) por donde ingresa  y se produce el fenómeno en el cual nuestra sensibilidad suele ser rebasada por ese intenso flujo sensorial que termina componiendo nuestra personal hoja de ruta, nuestro videoclip diseñado a la carta, el pulso vivo de la vieja agenda que nos acompaña.

► Inspiración poética. Desde los exquisitos bocados del poemario Guitarra negra (1978), Luis Alberto Spinetta dejó sobre el papel esa intimidad pulida de la palabra desnuda en la angustiante soledad del silencio interpelante. Un encuentro imperdible con uno de los artistas más originales y genuinos del rock en castellano.
Convite en épocas oscuras que era también desafío, indagación y prueba cabal de que la belleza es cosmos latiendo, este testamento es resignificado y adquiere hoy peso propio llevado por la pluma de quien, desde la música, la cobijase como pocos desde estas latitudes. Guitarra negra contiene, a no dudarlo, el núcleo duro de lo vasto que con posterioridad desarrollaría Spinetta desde su personal lírica a través de las diversas bandas que integró (quizás el álbum “Artaud” -1973- constituya el más cercano a esa idea).

► Inspiración poética again.  Nihilista consumado, el trovador canadiense  Leonard Cohen desmenuza en El libro del anhelo (Libro de la longevidad en el original) su ovillo existencial con textos rescatados desde 1970 para este lado, en los que de cuando en cuando la desolación y la ternura copulan alegre y  plácidamente. El Cohen de la voz cálida, cavernosa y grave, el que jamás necesitó perder la elegancia para dejar su poética al alcance de la mano de todos nosotros (pasar por su álbum doble “Live in London”, de 2008), viene aquí a sentarse a nuestra mesa para situarnos en las precisas coordenadas en las que el amor, el desencanto, el dolor, los cruces generacionales y el camino del arte y la creación hacen tope y vibran haciéndonos partícipes activos de la entrañable conexión.

► Empeño de la narrativa. Escritura en piloto automático, estilo afiebrado, travesía de ensoñación… y podríamos sumar más referencias para acercarnos a  Tarántula, la consabida novela de Bob Dylan de 1966 que vio la luz recién años después. Contemporánea de “Blonde on blonde”, el álbum doble vinilo que puso al rock testimonial en las ligas mayores de aquella década, el crédito de Minnesota deja aquí un objeto más para apuntalar su mito. Muy en sintonía con los bastiones de la llamada “beat generation” (Allen Ginsberg, Jack Kerouac, William Burroughs), el creador de “Blood on the tracks” destila aquí lo más duro y cuasi lisérgico de su otrora concepción del lenguaje, cerrando para El Perro Elocuente  una trilogía de opciones que, desde la contracultura de los últimos 50 años, sacuden con lucidez la hoy dócil y domesticada escena del rock globalizado.   

jueves, 1 de marzo de 2012

Entrerrianos. Damián Ríos


Carolina Bugnone (*)

Entrerrianos

Damián Ríos

Editorial Mansalva
2010


“Ahora se cuenta la historia de Damián, el playero que atiende el turno noche de la Esso que queda enfrente de la terminal, y la más linda, la de la mejor de las guachas que viven del otro lado de la ruta. Es una historia de amor. No hay amor, no hay historia que no se complique con otras historias, otros amores: de una que voy a contar lo que pasó entre ellos dos y alguna gente más y lo que venía pasando y lo que aún hoy sigue pasando. Esta es, entonces, en un sentido, “el” amor, “la” historia. De última, estamos todos solos.”
Está anunciado de entrada. Las historias de amor se complican con otras historias donde, en definitiva, siempre gana la soledad. Melancolía y estricta sencillez en el relato lo mantienen a uno cautivado en la “historia de Damián”, amor y desasosiego.
Damián Ríos, oriundo de Concepción del Uruguay, provincia de Entre Ríos, cuenta los días de un chico que disfrutó y padeció de una vida dura y hermosa a la vez. Sin apelar a la nostalgia como bastión ni caer en el exceso de dulzura, es sin embargo tanto una cosa como la otra. El agua que inunda todo, avanzando implacable sobre las calles ancianas, los gurises en la zanja mojados y asombrados por el poder del río. Los amigos del barrio, los vecinos, los conocidos en un pueblo chico donde siempre se sabe más de lo que conviene. El amor. La muerte demasiado pronto, descripta con frescura y bellísima simpleza, la de un nene que mira como puede ese gran acontecimiento que lo agujerea. Crecer, irse a Buenos Aires. No terminar de irse. Intentar irse escribiendo una novela sobre eso.
Las palabras trasladan al lector hacia ese tiempo subjetivo, los detalles de un discurrir que conjuga una intensa carga emocional transmitida como sin querer, con un lenguaje claro y coloquial, austero y modesto. Ríos tira las palabras, las suelta frente a la cara del lector como si fueran piedritas inofensivas. Como si no pesaran por entramar los más profundos sentimientos del personaje, del narrador, del autor, de cualquiera que lo lea.
“El velorio estuvo divertido: se juntaron todos los tíos y se pusieron a contar cuentos. Al otro día la enterramos y esa fue la última vez que vi llorar a papá. Antes de que el cura diera el responso, en la entrada del cementerio, en una sala que hay frente a la administración. Papá había contado cuentos toda la noche y cuando llegó el cajón se fue atrás de unas columnas y estuvo un ratito ahí. Cuando volvió tenía los ojos rojos y me dijo ya cumplí. Y me preguntó si tenía cigarrillos.”
El relato va y viene desde la infancia y adolescencia en Concepción a la actualidad del narrador en Buenos Aires, con su cigarrillo, su computadora, su soledad y sus amores. Durante el relato nunca  se pierde la sensación de ajenidad del entrerriano emigrado a la gran ciudad, la ambigüedad de situarse como un escritor entre la gente y la vida de los porteños, y al mismo tiempo no soltarse nunca del origen.
“Cuando digo nosotros pienso en un montón de gente y me doy cuenta de que con ese montón de gente no tengo casi nada que ver. Pero yo voy a parar por un tiempo con el cigarro y, pasado el pico de la crisis, voy a seguir escribiéndote esta novela, y pasándotela por debajo de la puerta y lo único que exijo es un silencio absoluto de tu parte. Ah, en la correspondencia íntima de Flaubert solamente hay alusiones al sexo y la más fuerte es: “te pido que pases esta carta por tus labios y también por ya sabes dónde”. No me mal entiendas, pero el otro día me lo preguntaste, histérica”.
Como dijo el autor que dijo su amiga y escritora Inés Acevedo, comentando su obra, Entrerrianos debería llamarse Enterranos. Enterrar a los muertos y a lo que está perdido, enterrar lo que se dejó, despedirse, dar sepultura y quedarse de una vez por todas en paz. Enterrar para que nosotros los lectores nos metamos en esa tierra, respiremos esa historia y nos dejemos tocar por esas imágenes, a través de una escritura que nos deja con ganas de más.
Finalmente, triunfa una daga de ternura filosa, el placer de lo leído como si fuera escuchado, la profundidad del cuento de una vida cualquiera, pura poesía disfrazada de novela.

(*) Carolina Bugnone es multifacética: Es psicóloga por la Universidad de La Plata, es flautista y escritora. Recientemente obtuvo el primer puesto en el concurso de cuentos "Osvaldo Soriano" de Mar del Plata. En breve saldrá su libro de cuentos.

miércoles, 15 de febrero de 2012

Incipit XXVIII (Cuentos)


Ya está. Sería inútil ahora cualquier protesta, cualquier intención de volverme atrás. Me he despojado del Hamlet privado que me ha perseguido durante cuarenta minutos, de los monólogos con lo mejor de mí mismo, me he transformado en un ser neutro, algo fuera de este mundo de cálculos utilitarios y mezquinos y he mantenido una conversación íntima con Dios y he tenido por un momento la sensación de ser el elegido, el que todo lo sabe, no la chispa divina sino el incendio devastador, la hecatombe flamígera de Dios.
(Si viene el cinco. Bernardo Jonson)

No, no del último carnaval. Pero éste, no sé por qué, me transportó a mi infancia y a los miércoles de ceniza en las calles muertas donde revoloteaban despojos de serpentinas y confeti. Una que otra beata, con la cabeza cubierta por un velo, iba a la iglesia, atravesando la calle tan extremadamente vacía que sigue al carnaval. Hasta que llegase el próximo año. Y cuando se acercaba la fiesta, ¿cómo explicar la agitación íntima que me invadía? Como si al fin el mundo, de retoño que era, se abriese en gran rosa escarlata. Como si las calles y las plazas de Recife explicasen al fin para qué las habían construido. Como si voces humanas cantasen finalmente la capacidad de placer que se mantenía secreta en mí. El carnaval era mío, mío.
(Restos del carnaval. Clarice Lispector)

Se iba allá, cada noche, alrededor de las once, como se va a un café, simplemente.
Se encontraban seis a ocho, siempre los mismos, no eran juerguistas sino hombres honorables, comerciantes, jóvenes funcionarios de gobierno; tomaban su chartreuse alegremente con alguna de las muchachas, o bien charlaban seriamente con "Madame", a quien todos respetaban.
Luego se recogían a dormir antes de la media noche. Los jóvenes algunas veces se quedaban.
(La casa Tellier. Guy de Maupassant)

Víctor oyó la puerta del ascensor, los rápidos pasos de su madre en el pasillo y cerró el libro de un golpe. Lo escondió debajo del almohadón del sofá y maldijo por lo bajo cuando oyó que el libro se resbalaba entre el sofá y la pared y caía al piso con un ruido sordo. La llave ya giraba en la cerradura.
(La tortuga. Patricia Highsmith)

Hace muchos años tuve un amigo que se llamaba Jim y desde entonces nunca he vuelto a ver a un norteamericano más triste. Desesperados he visto muchos. Tristes, como Jim, ninguno. Una vez se marchó a Perú, en un viaje que debía durar más de seis meses, pero al cabo de poco tiempo volví a verlo. ¿En qué consiste la poesía, Jim?, le preguntaban los niños mendigos de México. Jim los escuchaba mirando las nubes y luego se ponía a vomitar. Léxico, elocuencia, búsqueda de la verdad. Epifanía.
                                    (Jim. Roberto Bolaño)

miércoles, 1 de febrero de 2012

Una sombra ya pronto serás

Jorge Aloy
Título: Una sombra ya pronto serás


Autor: Osvaldo Soriano


Seix Barral (2010)


222 Páginas


“Nunca me había pasado de andar sin un peso en el bolsillo. No podía comprar nada y no me quedaba nada por vender. Mientras iba en el tren me gustaba mirar el atardecer en la llanura pero ahora me era indiferente y hacía tanto calor que esperaba con ansiedad que llegara la noche para echarme a dormir debajo de un puente”. ¿Qué podemos esperar después de un comienzo ágil y espeluznante como éste? Una sombra ya pronto serás (1990) es producto de la oscuridad que estaba engendrando el neoliberalismo en Argentina: preanuncia la catástrofe de la última década del siglo XX.
Una sombra ya pronto serás (1990) roza todos los géneros y es muy difícil encasillarla en alguno. Quizá se la pueda definir como una novela triste, al punto que Guillermo Saccomanno dice en el prólogo que “Leerla es como consultar al médico que nos diagnosticó una enfermedad incurable”. La tristeza no es algo que se estaciona y se queda a vivir con el lector, sino que la tristeza habita las páginas de la novela, y la tristeza es eso que miramos con desdén, y en algún momento nos acostumbramos. Llegados a este punto, nos reímos de nosotros mismos porque ya no hay escalones para descender.
La miseria en la novela prefigura nuestro destino hacia el siglo XXI. La tristeza es un tango de fondo, pero la anécdota de la novela está atravesada por circunstancias fantásticas al viejo estilo del realismo mágico. Osvaldo Soriano incorpora en la narración todo lo que tiene a su alcance porque, inclusive, está haciendo literatura de anticipación. La miseria y el rebusque de los personajes funcionan como una metonimia de lo que nos deparará el año 2001.
Osvaldo Soriano tampoco olvida que en el fondo hay una trama para desenredar. Cuando nos damos cuenta de eso, ya es demasiado tarde para extrañar a los personajes. El protagonista es un ingeniero que volvió de Europa: “Tantas veces empecé de nuevo que por momentos sentía la tentación de abandonarme. ¿Por qué si una vez conseguí salir del pozo volví a caer como un estúpido, ‘Porque es tu pozo’, me respondí, ‘porque lo cavaste con tus propias manos’”. A él se le va a sumar Coluccini, un tano de 120 kilos que grita “L’avventura è finita”, en franca alusión al fin de la historia propuesto por el neoliberalismo, y que no va a dejar de hablar nunca de su ex socio, un tal Zárate que se llevó todo para Australia. Y a ellos dos se les irán sumando personajes vagabundos salidos de un mundo real, un millonario, una mujer fatal, una bruja, un duchador de trabajadores golondrina, una pareja hippie, un ejército de dos locos, curas sátrapas… y toda clase de seres que habitualmente no encontramos con voz propia en la literatura. Finalmente el mundo que conforman estos personajes es desopilante y menos subterráneo de lo que podamos imaginar. Se mueven en la superficie y para verlos sólo hay que observar.
Una sombra ya pronto serás es una tragedia posmoderna en donde la seriedad queda de lado, y la tristeza se conjura con la parodia y la risa.