sábado, 1 de diciembre de 2012

La mala suerte de Daniel Moyano y su timbal de oro (Parte I)

Carlos Mamonde

Mi inolvidable amigo Daniel fue uno de los seres humanos con más mala suerte que he conocido. Bien es cierto que lo digo casi como provocación al debate, porque no creo demasiado en el destino, fasto o nefasto… y esas cosas de las supersticiones. Pero ahora mismo recuerdo una reflexión central de  una película del gran Woody Allen (¡antes de que  algún cínico se ría de esta alusión… que se vea toda la filmografía de Woody y especialmente la película a la que me refiero y que se titula Match Point!). Allen viene a decir que ¡la suerte…es más importante que el talento, que la belleza, que el sentido del valor ético…y todos los etcéteras de esas virtudes tan viejas que ya los griegos –del helenismo clásico- meditaban sobre ellas. Entres otras aretes y parresias y heroísmos insondables, que sólo se lograban tras intensas askesis…!
El mismo Allen entiende que su tesis es inmoral. Porque la vida es inmoral. Amoral.
Y Daniel ha sido también –posiblemente- el ser humano más lleno de talento que yo he conocido como amigo  (y por su intermedio, que no por mis “méritos”, he conocido una veintena de otros grandes escritores que admiraban unánimes  y profundamente la obra de Moyano: Cortázar, Rulfo, Onetti, Tizón, Di Benedetto, Conti, Carlos Fuentes, Bioy, Herbert Francis, Sábato…y así, una pléyade.  Con esta gente he mantenido amistades literarias; lo que me ha alegrado y enriquecido, pero no he sido amigo íntimo, como es el caso de Daniel…o lo he sido,  pero no hasta ese sumo grado). Pero pese a ese talento de Moyano,  a  su tenaz y lúcido trabajo de toda una vida, intentando salir del dolor de su biografía infantil y juvenil para crearse a sí mismo como un hombre extraordinario y escritor relevante…crearse a sí mismo…encontrar un padre, en el sentido nietzschiano (escribió el de Sils María que “(…) quien no tiene un buen padre, debe inventarse uno”; al menos simbólico e imaginario). Y esto es muy serio, porque creando el padre –o “deconstruyendo” al padre, como su admirado Kafka- uno se resucita desde la miseria de las familias de origen, de los malos amigos, de las malas patrias…de toda la ”mishiadura” de que habla el tango y más…para volverse un hombre bueno…hasta poder generar y merecer a los buenos amigos (Daniel tenía legión) y más aún a la luminosa familia personal que Daniel creó, en La Rioja o en España…para permitirle incluso que la bondadosa Blanca, su querida hermana, renaciese con él…y toda esa familia cordobesa tan valiosa de sus sobrinos de Cosquín. Creo que él nunca tuvo más parientes amados que toda esta maravillosa gente que recuerdo…además de que fue pétreamente histórico lo así ocurrido (la Muerte no es literatura)…porque Blanca y él se quedaron huérfanos de una orfandad aterradora, cuando su padre cortó –con  filo mellado- todos los nudos que atan el alma ¿existe el alma?  a la bondad eventual de la vida ¿existe la bondad?...hiriendo, ensangrentando, el cuello más amado.
Como saben todos aquellos que hayan leído a este extraordinario escritor, Daniel nació incidentalmente en Buenos Aires; pero su infancia y juventud (momentos tan influyentes que “la infancia es destino”, como decía Winnicot) los vivió en Córdoba y su madurez adulta en La Rioja; la comunidad que él eligió para la vida madura y para tener sus hijos con Irma.
 En este laberinto, Córdoba –duro es decirlo- fue (valga la expresión) una mala madrastra porque nunca lo reconoció como suyo, lo ninguneó bastante. Excepción hecha de algunos -muy escaso número- de artistas amigos que tanto lo pusieron en valor, como Sosa López, Larrea, José Alberto Santiago, Juan Croce, Dalmacio Rojas, Ramón Romilio Ribeiro, Quique Revol…
La Rioja, en cambio, fue generosa con él, a raudales. Y no le negó amistad ni amor y algún reconocimiento. Aunque también dolor y traición, cuando cayó el hacha del “videlismo”. Pero lo trató igual que a muchos de sus hijos nativos.