martes, 27 de mayo de 2008

La representación del mundo

Jorge Aloy

Cuando en 1857 Flaubert publica Madame Bouvary, desconocía seguramente que estaba abriendo la puerta hacia la literatura moderna. Incluso, ante las repercusiones, debió enfrentar un juicio respondiendo por la actitud inmoral de la protagonista. Fue absuelto y la defensa dejó establecida la diferencia existente entre autor y narrador. La misma que más tarde adoptaría la crítica literaria.
La modificación que esta novela produce en la literatura mundial se debe a la utilización de elementos tomados de campos lejanos a la alta cultura. Flaubert reconoció haberse nutrido en su juventud de la lectura de folletines sentimentales. En una carta a Colet le confesó que “todo el valor de mi libro, si tiene alguno, estará en haber sabido andar derecho sobre un cabello suspendido entre el doble abismo del lirismo y lo vulgar”.
En nuestro medio, Manuel Puig dijo que sus modelos no provenían de la literatura sino del cine de Hollywood. Y Roberto Arlt se apropiaba de términos españoles de las traducciones arbitrarias de las novelas rusas y construía, con la mezcla, un lenguaje nuevo.
También recordamos al francés Blaise Cendrars (1887-1961). De muy joven una frase de Schopenhauer le reveló el camino a seguir: “el mundo es mi representación”. Y se apegó a esa idea.
Si bien es amigo de Apollinaire, Modigliani, Chagall… ¿quién es uno de sus escritores favoritos? Un tal Gustave Le Rouge (1867-1938), oscuro autor que escribió entre otras cosas La Guerra de los Vampiros, Como Expresar sus Sentimientos con Estampillas, y la más admirada por Cendrars 100 Recetas para la Preparación de Restos.
En 1910 en Meldois, Cendrars paseaba en un auto viejo con Antoinette, una señorita a la que deseaba seducir. El vehículo se rompió y el chofer intentó repararlo a latigazos y maldiciones. Apenas a unos metros se encontraba observando la ridícula escena Gustave le Rouge: era la puerta de su casa. Cendrars y Le Rouge congeniaron inmediatamente. En cuanto a la esposa, Marthe, sedujo a la joven Antoinette y huyeron de la casa. A partir de ese momento en la vivienda de Le Rouge suceden las cosas más extrañas: se le escapa el tucán, mueren los peces del estanque y en dos días se seca por completo el jardín.
Poco tiempo después, Cendrars encontró a las dos mujeres en un cabaret de Londres. Realizaban un sensual acto sadomasoquista. Era el mismo cabaret donde actuaba un humorista llamado Charles Chaplin.
Lo último: Cendrars, con su muerte, dejó 30 novelas inconclusas.

1 comentario:

  1. Qusiera dejar algunas consideraciones acerca de la idea del mundo como voluntad y representación de Schopenahuer, que pueden aclarar el excelente texto de Jorge.

    Al monismo y al racionalismo, propios del idealismo alemán en general y de Hegel en particular, contrapone Schopenhauer su filosofía dualista y voluntarista. Schopenhauer reconoce tres influjos fundamentales en su pensamiento: Platón, Kant y la filosofía india. Estas tres tendencias coinciden en considerar que en la realidad existen dos dimensiones. Platón distingue entre el mundo sensible, aparente, y el mundo inteligible o de las Ideas, mundo real del que el otro es una mera copia. Kant diferencia el fenómeno, que puede ser objeto de la experiencia, de la cosa en sí, que no puede conocerse pero que es el fundamento del fenómeno. La filosofía india, que empezaba a introducirse entonces en Europa, afirmaba que la realidad percibida por los sentidos es ficticia y encubre una realidad más esencial.

    Schopenhauer también considera que en el mundo hay que distinguir dos dimensiones: la voluntad y la representación. El mundo que se percibe todos los días, “con sus soles y galaxias”, es el mundo de la representación. Se trata de un mundo sujeto al principio de razón suficiente, a la ley de causalidad, que explica la relación entre todos los fenómenos de la naturaleza. Pero ese mundo como representación es sólo una manifestación, o, como diría Schopenhauer, una objetivación, de una realidad más originaria: la voluntad. Una voluntad, un deseo cósmico único, es lo que se manifiesta en la pluralidad de los fenómenos observables. En cada ser se afirma una misma voluntad de existir. El voluntarismo es el fundamento de la filosofía de Schopenhauer.

    El mundo como representación, el que puede ser conocido por la ciencia, es, según Schopenhauer, una mera apariencia, una ficción. Un “velo de Maya”, por utilizar un término de la filosofía hindú muy apreciado por Schopenhauer, que encubre la verdadera esencia del mundo. O un sueño, como indicó Calderón, a quien Schopenhauer leía y citaba en castellano. El fundamento último de ese mundo de pluralidades e individualidades, de fenómenos, es la voluntad, la cosa en sí, que, como en Kant, no puede ser conocida científicamente pero que es un supuesto ineludible del mundo.

    La voluntad única y ciega, es decir, no orientada hacia ningún fin, desea, y la expresión y objetivación de esos deseos son las cosas del mundo como representación. En todos los seres de la naturaleza, incluso en los inanimados, y en cada ser humano, desea esa voluntad cósmica. Y en el caso de los seres humanos, ese deseo es tanto el fundamento del conocimiento como de la acción. Nuestra facultad de conocer está determinada por nuestra facultad de desear, nuestra inteligencia es un instrumento, casi un juguete, de nuestros deseos. Es ilusorio, por lo tanto, pensar que podemos decidir libremente nuestras acciones de acuerdo con una capacidad de deliberación autónoma. La libertad no existe, pues el ser humano está sometido siempre a los motivos de su voluntad.

    Ahora bien, la voluntad que obra en cada sujeto particular sólo puede conducir al dolor o al aburrimiento. Si los deseos no se cumplen el sujeto sufre, si se cumplen, se aburre. Por eso, señala irónicamente Schopenhauer, la religión cristiana sólo ha podido representarse la vida eterna como una alternativa entre el dolor infinito del infierno y el aburrimiento infinito del cielo. Como en el budismo que tanto admiraba, en Schopenhauer, el deseo conduce necesariamente a la frustración.

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