La pequeña que tenía el pupitre delante del mío en el 5º A se llamaba Millie Adams. No recuerdo mucho acerca de ella, porque yo tenía nueve años en ese entonces; ahora voy a cumplir doce. Lo que recuerdo con toda claridad son aquellas sus golosinas y que, de pronto, no la volvimos a ver. Mis compañeros y yo acostumbrábamos molestarla mucho; más adelante, cuando ya fue tarde, deseé que no lo hubiéramos hecho.
(Si muriera antes de despertar. William Irish)
Mucho después —no en el momento en que Fulvio Morel se había puesto intensamente pálido al mirar hacia arriba— comprendí que ciertas mutaciones del tiempo no son caprichosas.
(La tumba viva. Augusto Roa Bastos)
—Es un pedido que se sale de lo corriente —dijo el Dr. Wagner, procurando disimular su desconcierto—. Que yo sepa, es la primera vez que alguien encarga una Computadora Automática para un monasterio tibetano. No quisiera parecer curioso, pero nunca se me hubiese ocurrido que su… ejem… establecimiento podía utilizar una máquina semejante. ¿Podría explicarme lo que pretenden hacer con ella?
(Los nueve billones de nombres de Dios. Arthur C. Clarke)
Una mosca no muy grande se abrió paso por la nariz de Gagin, asistente del procurador. Quizá la inspiró la curiosidad, o quizá llegó hasta allí por atolondrada o a causa de un accidente en medio de la noche; sea como fuere, la nariz advirtió la presencia de un cuerpo extraño e hizo ademán de estornudar. Gagin estornudó, estornudó de manera impresionante, con tal descarga y tal ruido que la cama se sacudió y los resortes traquetearon.
(En la oscuridad. Antón Chéjov)
Nunca pude entender la conversación que tuve con una señora, hace muchos años. Yo tenía diecisiete años, y ella treinta. Fue en la víspera de navidad. Como me había citado con un amigo para encontrarnos en la misa de gallo, preferí no dormir, así que acordamos que yo iría a despertarlo a la medianoche.
(Misa de gallo. Joaquim Maria Machado de Assis)
A primeras horas del día la vieja rata de agua sacó la cabeza por el agujero del escondrijo. Sus ojos eran redondos y vivarachos, los bigotes grises y tupidos; la cola parecía un largo elástico negro.
Unos patitos amarillos nadaban en el estanque dando la impresión de una bandada de canarios. Su madre, toda blanca y con patas rojas, esforzábase en enseñarles a hundir la cabeza en el agua.
—Si no aprendéis a sumergir la cabeza —les decía—, jamás os será brindada la ocasión de codearos con la buena sociedad.
(El amigo fiel. Oscar Wilde)
No va a venir. Son mentiras lo de la enfermedad y que va a tardar unos meses; eso me lo dijo tía, pero yo sé que no va a venir. A vos te lo puedo decir porque vos entendés las cosas. Siempre entendiste las cosas. Al principio me parecía que eras como un tren, o como los patines; un juguete, digo, y a lo mejor ni siquiera tan bueno como los patines, que un conejo de trapo, al final, es parecido a las muñecas, que son para las chicas. Pero vos no. Vos sos el mejor conejo del mundo, y mucho mejor que los patines.
(Conejo. Abelardo castillo)
(Si muriera antes de despertar. William Irish)
Mucho después —no en el momento en que Fulvio Morel se había puesto intensamente pálido al mirar hacia arriba— comprendí que ciertas mutaciones del tiempo no son caprichosas.
(La tumba viva. Augusto Roa Bastos)
—Es un pedido que se sale de lo corriente —dijo el Dr. Wagner, procurando disimular su desconcierto—. Que yo sepa, es la primera vez que alguien encarga una Computadora Automática para un monasterio tibetano. No quisiera parecer curioso, pero nunca se me hubiese ocurrido que su… ejem… establecimiento podía utilizar una máquina semejante. ¿Podría explicarme lo que pretenden hacer con ella?
(Los nueve billones de nombres de Dios. Arthur C. Clarke)
Una mosca no muy grande se abrió paso por la nariz de Gagin, asistente del procurador. Quizá la inspiró la curiosidad, o quizá llegó hasta allí por atolondrada o a causa de un accidente en medio de la noche; sea como fuere, la nariz advirtió la presencia de un cuerpo extraño e hizo ademán de estornudar. Gagin estornudó, estornudó de manera impresionante, con tal descarga y tal ruido que la cama se sacudió y los resortes traquetearon.
(En la oscuridad. Antón Chéjov)
Nunca pude entender la conversación que tuve con una señora, hace muchos años. Yo tenía diecisiete años, y ella treinta. Fue en la víspera de navidad. Como me había citado con un amigo para encontrarnos en la misa de gallo, preferí no dormir, así que acordamos que yo iría a despertarlo a la medianoche.
(Misa de gallo. Joaquim Maria Machado de Assis)
A primeras horas del día la vieja rata de agua sacó la cabeza por el agujero del escondrijo. Sus ojos eran redondos y vivarachos, los bigotes grises y tupidos; la cola parecía un largo elástico negro.
Unos patitos amarillos nadaban en el estanque dando la impresión de una bandada de canarios. Su madre, toda blanca y con patas rojas, esforzábase en enseñarles a hundir la cabeza en el agua.
—Si no aprendéis a sumergir la cabeza —les decía—, jamás os será brindada la ocasión de codearos con la buena sociedad.
(El amigo fiel. Oscar Wilde)
No va a venir. Son mentiras lo de la enfermedad y que va a tardar unos meses; eso me lo dijo tía, pero yo sé que no va a venir. A vos te lo puedo decir porque vos entendés las cosas. Siempre entendiste las cosas. Al principio me parecía que eras como un tren, o como los patines; un juguete, digo, y a lo mejor ni siquiera tan bueno como los patines, que un conejo de trapo, al final, es parecido a las muñecas, que son para las chicas. Pero vos no. Vos sos el mejor conejo del mundo, y mucho mejor que los patines.
(Conejo. Abelardo castillo)
Jorge:
ResponderEliminarNuevamente el seleccionado me impresiona. Espero que Maradona te convoque para que le ayudes en sus elecciones...
Y la camiseta 10 se la damos al de A. Castillo (te aclaro que hay varios que no conozco). Ese cuento te modifica la altura a medida que lo vas leyendo. Empezás todo normalito y te vas achicando, achicando, hasta cuando llegás a la edad del protagonista y si lo leés en voz alta, terminás haciendo "pucheros".
Por otro lado, el escribió menos de la mitad: lo tenés que completar vos, porque en realidad no dice nada. Nada más que lo que vos creés que dice.
Ladridos afectuosos.
Fernando