martes, 2 de diciembre de 2008

Jim Thompson: reivindicación de lo que no parece

Jorge Aloy

Si la ficción no es una idea trasnochada y aislada de la vida, la podríamos interpretar como una posibilidad de la realidad. Tomando esta premisa intentamos abordar a Jim Thompson: en sus novelas ahondó en la conducta y la conciencia de los que viven al margen de la ley. Y es justo decir que no es casual la descripción de una sociedad esquizofrénica en su obra: es la sociedad en la que nació y creció. Sin ir muy lejos, su padre fue un sheriff corrupto de Andarko que abandonó su puesto por malversar fondos. Toda la familia debió huir y ganarse la vida como sea.
Jim Thompson nació en la reserva india de Oklahoma en 1906. Su madre era cherokee y su padre de ascendencia escocesa. No era, sino, hijo de la mezcla que concibió a toda América.
Jim Thompson comienza a reelaborar para una revista reseñas policiales verídicas a partir de artículos que le consiguen su madre y su hermana, mientras sufre las burlas del padre por llevar adelante una profesión impropia. Paralelamente consigue un trabajo nocturno de botones en un hotel en decadencia, en Texas, y conocerá un mundo complementario al suyo, donde a cambio de interesantes propinas hará mandados oscuros para prostitutas y gángsteres. Es ahí donde comienza su incursión en el alcohol y la cocaína. Luego de llevar durante dos años un ritmo vertiginoso de vida, termina hospitalizado con tuberculosis. En ese lapso su padre muere en un internado para locos después de ahogarse comiendo el colchón de su cama. Previamente había robado y vaciado la cuenta bancaria de Jim.
Recuperado, a duras penas, comienza un peregrinaje por diversos oficios: obrero de la construcción, vendedor callejero, empleado en una panificadora, vendedor de alcohol durante la ley seca y escritor.
En 1949 llega la publicación de Sólo un asesinato, novela que vende la insospechada suma de 750.000 ejemplares. En 1952 es contratado por la Lion Book y le publican en un año y medio once novelas con un tiraje de 150.000 unidades cada una. Este es un período de abstinencia alcohólica donde Thompson consigue escribir entre diez y veinte páginas diarias. Pero no vivía en la abundancia económica, ya que por cada original cobraba sólo 2.000 dólares. Los títulos que sobresalieron en esta etapa fueron El asesino dentro de mí, Los alcohólicos, En bruto. Su editor, Arnold Hano, consideró a Noche salvaje como la mejor de esta serie (“Creo que vivir es recordar. Si uno pierde interés, si todo le parece igual de sombrío y gris, como ocurre cuando miras a la luz con los ojos cerrados, si para ti carece de valor almacenar, lo bueno o lo malo, las recompensas o los castigos, entonces podrás seguir adelante cierto tiempo. Pero no vives. Ni recuerdas".).
Jim Thompson incursionó, profundizó y le dio vida al policial negro narrando en primera persona, haciéndonos caer en la trampa de la ingenuidad de los personajes a través de la subjetividad que implica ese modo de contar. La ironía y el sarcasmo lanzados en dosis administradas por sus manos hábiles hacen imposible olvidar a Una mujer endemoniada (por ejemplo cuando Dillon dice “la muchacha estaba muy lejos de ser una belleza como yo. Pero algo en ella me atrajo”.), y la obra maestra por excelencia, 1280 almas, que la editorial Gallimard de Francia concedió el privilegio de publicarla con el número mil de su Serie Noire (“Lo único que había hecho en mi vida era trabajar de comisario. Era todo cuanto podía hacer. Lo que es otra forma de decir que todo cuanto podía hacer se reducía a cero. Y si dejaba de ser comisario, no tendría ni sería nada”.).
Durante la caza de brujas del senador MacCarthy pasó a integrar las listas negras y trabajó de corrector en un diario. Fue en ese entonces cuando lo contactó el director de cine Stanley Kubritck y realizaron conjuntamente los guiones de Casta de malditos (1956) y Senderos de gloria (1957). Más tarde, Sam Peckinpah filmó su novela La huida (1972), con el protagónico de Steve McQueen. Los timadores, novela que muestra el mundo de los embaucadores, fue filmada por Stephen Frears. Y Burt Kennedy, El asesino dentro de mí (1975).
Muchas otras novelas de Jim Thompson fueron filmadas con nombres distintos a los originales o incluso sin reconocerles su autoría. En sus últimos días ya no encontró fuerzas para enjuiciar a los responsables de la película El golpe, donde se sintió plagiado.
Su modo de narrar recorrió todos los bordes posibles, los de la literatura y el lenguaje mismo. La frialdad de sus palabras, lejos de toda compasión, quedó confirmada cuando aseveró que “hay treinta y dos maneras de escribir una historia, y yo he utilizado todas y cada una de ellas; pero sólo hay una trama posible: las cosas nunca son lo que parecen”.
Jim Thompson en los últimos años de vida, enfermo de cataratas ya no podía leer ni escribir y, al contrario de su padre, decidió un día cerrar la boca y dejar de comer para morir de hambre. Cosa que sucedió, finalmente, el 7 de abril de 1977. Unos días antes le había pedido a su mujer que guardara bien sus manuscritos porque vaticinaba que en diez años lo iban a valorar como escritor.
Lo último: En una encuesta de la legendaria revista española “El viejo topo”, 1280 almas de Jim Thompson fue distinguida como la tercera novela negra del siglo XX, detrás de El largo Adiós de Chandler y Cosecha roja de Hammett. Codo a codo con las grandes obras del género.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Comentarios a este artículo: