lunes, 15 de septiembre de 2008

Incipit (Cuentos)


No nos quedan más comienzos.
George Steiner


El perro, en un nuevo ataque de arbitrariedad, seleccionó algunos comienzos de cuentos que alguna vez lo hicieron jadear. No conforme con ello dice que el incipit (lo pronuncia ínquipit) es el momento inicial del relato donde el narrador convence al lector para que siga leyendo.
Y promete ampliar la lista.


Aquí todo va de mal en peor. La semana pasada se murió mi tía Jacinta, y el sábado cuando ya la habíamos enterrado y comenzaba a bajársenos la tristeza, comenzó a llover como nunca.
(Es que somos muy pobres. Juan Rulfo)

Más ocurrió en este pueblo en los últimos días que en el resto de su historia.
(El calamar opta por su tinta. A. B. Casares)

Wang vio dos zorros parados en las patas traseras y apoyados contra un árbol. Uno de ellos tenía una hoja de papel en la mano y se reían como compartiendo una broma.
(Historia de zorros. Niu Chiao --China, siglo IX--)

Uno piensa que los días de un árbol son todos iguales. Sobre todo si es un árbol viejo. No. Un día de un viejo árbol es un día del mundo.
(La balada del álamo carolina. Haroldo Conti)

Soy un hombre de cierta edad. En los últimos treinta años, mis actividades me han puesto en íntimo contacto con un gremio interesante y hasta singular, del cual, entiendo, nada se ha escrito hasta ahora: el de los amanuenses o copistas judiciales.
(Bartleby, el escribiente. Herman Melville).

No vamos por el anís ni porque hay que ir. Ya se habrá sospechado: vamos porque no soportamos las formas más solapadas de la hipocresía.
(Conducta en los velorios. Julio Cortázar)

Usted abría el orificio cuadrado que había en la puerta de la celda a la altura de mi cabeza y por allí me pasaba el plato de comida, un poco inclinado para que pudiera entrar, a veces volcando la sopa.
(Desde los parques. Daniel Moyano)

Ustedes no anden diciendo que lo conocieron al flaco Sanabria porque a mí me costa que no. El flaco empezó conmigo, y cuando dio el chicharrazo lo tuve escondido en casa. Ahora el hombre se paró y lo buscan hasta en Brasil.
(La máquina del bien y del mal. Rodolfo Walsh)

Desde un puente ferroviario, al norte de Alabama, un hombre contemplaba el rápido discurrir del agua seis metros más abajo. Tenía las manos detrás de la espalda, las muñecas sujetas con una soga; otra, colgada al cuello y atada a un grueso tirante por encima de la cabeza, pendía hasta la altura de sus rodillas.
(El puente sobre el río del Buho. Ambroce Bierce)

Wade Astheler ha muerto… ha muerto por mano propia. Decir que esto era inesperado para el reducido grupo de amigos, no sería la verdad; sin embargo, ni una vez siquiera, nosotros, sus íntimos, llegamos a concebir esa idea.
(Las muertes concéntricas. Jack London)

--Mi tía bajará enseguida, señor Nuttel --dijo con mucho aplomo una señorita de quince años--; mientras tanto debe hacer lo posible por soportarme.
(La ventana abierta. Saki)

Cuando el niño me miró y guiñó los ojos desde su cesto de mimbre, depositado en el asiento frente al mío y en algún lugar entre Reading y Slough, me sentí incómodo. Era como si hubiera descubierto mi oculto interés.
(Terrible, cuando piensa uno en ello. Graham Greene)

El año cobraba un mal aspecto. Muy pocos se daban cuenta de ello, pero la ciudad no era la misma. No estaba demostrado que los objetos pintaran en los pisos un cabal equivalente en sombras.
(Oficio de tinieblas. Alejo Carpentier)

La puerta oscilante se abrió. A esa hora no había nadie en el restaurante de José. Acababan de dar las seis y el hombre sabía que sólo a las seis y media empezarían a llegar los parroquianos habituales.
(La mujer que llegaba a las seis. G. G. Márquez)

La cortesía no es mi fuerte. En los autobuses suelo disimular esta carencia con la lectura o el abatimiento. Pero hoy me levanté de mi asiento automáticamente, ante una mujer que estaba de pie, con un vago aspecto de ángel anunciador.
(Una reputación. Juan José Arreola)

En una noche de otoño hacía un calor húmedo y yo fui a una ciudad que me era casi desconocida; la poca luz de las calles estaba atenuada por la humedad y por algunas hojas de los árboles. Entré a un café que estaba cerca de una iglesia, me senté a una mesa del fondo y pensé en mi vida.
(El cocodrilo. Felisberto Hernández)

El hombre pisó algo blanduzco, y en seguida sintió la mordedura en el pie. Saltó adelante, y al volverse con un juramento, vio una yararacusú que, arrollada sobre sí misma, esperaba otro ataque.
(A la deriva. Horacio Quiroga)

Nadie lo vio desembarcar en la unánime noche, nadie vio la canoa de bambú sumiéndose en el fango sagrado, pero a los pocos días nadie ignoraba que el hombre taciturno venía del sur y que su patria era una de las infinitas aldeas que están aguas arriba, en el flanco violento de la montaña, donde el idioma zend no está contaminado de griego y donde es infrecuente la lepra.
(Las ruinas circulares. J. L. Borges)

Me llamo Johnny Hake. Tengo treinta y seis años, y descalzo mido un metro setenta, desnudo peso setenta kilogramos, y por así decirlo ahora estoy desnudo y hablando a la oscuridad.
(El ladrón de Shady Hill. John Cheever)

2 comentarios:

  1. Es completamente lógico que así sea. El "Perro" tiene la memoria del perro, que nunca olvida adonde come. Lo que lo hace especial es el recuerdo de los primeros mordiscos...

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  2. Tus ladridos me llevaron a recordar a Julito, uno de los màs grandes.
    Gracias.

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