martes, 3 de junio de 2008

Aguadébil

Daniel Goñi

“Por más que quise bendecirme
y más, purificarme,
yo era carne,
yo era yo…”
Silvio Rodríguez

Me dijo que vivía ahí nomás, detrás de la vía, que ya volvía a la casa, que tenía dos pibes y la mujer padecía una enfermedad que la tenía postrada, que era la primera vez que lo hacía, que tenían que comer, que lo dejase ir…
“Ciudad Churrasco aguanta” estallaba uno de los grafittis desde la pared descascarada próxima a la fábrica o los restos de ella donde, entre otras cosas, los cartoneros se reunían a intercambiar parte de la recolección diaria y a prender fuego para tomar mate, comer algo o curtir tetra mientras reacomodaban los desajustes de los carros repletos.
La noche se había apoderado de la escena. Sobre el final de la calle, humo y ventisca mediantes, rodaban botellas de plástico y papeles que el viento llevaba de un lugar a otro. Pequeños fuegos residuales y bobos señalizaban la vista.
Que él también estaba enfermo, que mire vio, tengo jodida la sangre, usted sabe, yo iba al Muñiz y todo, y me daban los remedios vio, pero no tengo tiempo, tengo que andar de changas y ahora no tengo, que no podía viajar hasta allá…
En la esquina dos pendejos inhalaban tolueno y revolvían dos contenedores plásticos partidos al medio. Ya garuaba. Un portón metálico, estridente, se cerró abruptamente y metió presión al desenlace de la escena.
Tengo la sangre jodida, suelteme vio, yo me voy, no tengo nada vea, es una canilla, yo me voy…
Desencajado, le solté el brazo y luego le retiré el mío, que sujetaba su cuello. Mis cosas estaban sobre la vereda. Apenas zafó, trastabilló y ante el apuro se fue de rodillas al piso. Concha de tu madre, hijo de puta, dijo y se perdió en la noche no sin antes señalarme con el índice y luego deslizarlo en recta horizontal debajo de su barbilla.
Un olor penetrante a plástico quemado perfumaba la esquina por donde fui buscando la avenida. La salida de la galería abandonada que me había llevado hasta allí no solía estar abierta, me dijeron en la parada.
¿Qué?... ¡Noooo!… Por allí nunca, papá… No.
Despacio, terminé de acomodar mis cosas, tragué saliva, traté de ordenar mis vilipendiados principios y mis convicciones ideológicas e identitarias, que habían vuelto a sufrir una andanada de certezas selladas, dictámenes monolíticos y arrebatos unidireccionales en tropel y pretendíanse de otra comarca mental, de otras regiones, desconocidas, lejanas, difusas, imposibles…

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