
(Tres rosas amarillas. Raymond Carver)
En marzo, el día 25, sucedió en San Petersburgo un hecho de lo más insólito. El barbero Iván Yákovlevich, domiciliado en la Avenida Voznesenski (su apellido no ha llegado hasta

-Hoy no tomaré café, Praskovia Osipovna -anunció Iván Yákovlevich-. Lo que sí me apetece es un panecillo caliente con cebolla.
(La verdad es que a Iván Yákovlevich le apetecían ambas cosas, pero sabía que era totalmente imposible pedir las dos a la vez, pues a Praskovia Osipovna no le gustaban nada tales caprichos.) «Que coma pan, el muy estúpido. Mejor para mí: así sobrará una taza de café», pensó la esposa. Y arrojó un panecillo sobre la mesa.
(La nariz. Nicolai Gogol)

Tan sólo el alba se movía en la quietud de aquel pequeño patio de la prisión española -un alba anunciadora de muerte- mientras aquel joven gubernamental se erguía frente a un piquete de Ejecución. Los preliminares habían terminado. El grupito de las autoridades se había situado a un lado para asistir a la ejecución y ahora la escena se cuajaba en un penoso silencio.
Desde el primero hasta el último, los rebeldes habían conservado la esperanza de que su Estado Mayor enviaría la orden para sobreseer la ejecución. Pues el condenado era adversario de su causa, pero había sido popular en España. Era un brillante escritor humorístico que había sabido

(Ritmo. Charles Chaplin)
Tan pronto como hube terminado mis estudios, mis padres consideraron útil hacerme comparecer ante una mesa cubierta de paño verde y rematada por bustos de viejos señores que se preocuparon por saber si yo había aprendido suficientes lenguas muertas como para ser promovido al grado de bachiller. La prueba fue satisfactoria. En una cena a la que toda mi parentela fue invitada, celebraron mis éxitos, se inquietaron acerca de mi porvenir y resolvieron, por fin, que yo estudiaría derecho.
(Con el petate a cuestas. Joris-Karl Huysmans)

Conocí a un chico, fallecido el año pasado, cuya vida fue un prolongado martirio. Desde que tuvo uso de razón, Claude se había hecho este razonamiento: «El plan de mi existencia está trazado. No tengo más que aceptar las ventajas de mi tiempo. Para marchar con el progreso y vivir totalmente feliz, me bastará con leer los periódicos y los carteles publicitarios, mañana y tarde, y hacer exactamente lo que esos soberanos guías me aconsejen. En ello radica la verdadera sabiduría, la única felicidad posible». A partir de aquel día, Claude adoptó los anuncios de los periódicos y de los carteles como código de vida. Éstos se convirtieron en el guía infalible que le ayudaba a decidirlo todo; no compró nada, no emprendió nada que no le hubiera sido recomendado por la voz de la publicidad. Así fue como el desventurado vivió en un auténtico infierno.
(Una víctima de la publicidad. Emile Zola)
Excelente epílogo de año del Perro con estas joyitas.
ResponderEliminarCarver, Gógol y Zola para mi, y aceptaría un café para acompañar la lectura, pero el panecillo sin cebolla, por favor.
Imposible no detenerse en Gogol, que anuncia a Dostoievsky, creo.
Un abrazo a "El Perro Elocuente" en estos días de fin de año.
Dany
Un poco por el comienzo y otro por la curiosidad que me produjo el nombre de su autor busqué y leí "Ritmo", el cuento de Chaplin.
ResponderEliminarY me encontré con una joya.
Felicidades