martes, 15 de junio de 2010

Incipit XVI (Cuentos)


Quienquiera que fuese el que golpeaba la puerta, no se cansaba de hacerlo.
La señora Ttt abrió la puerta de par en par.
-¿Y bien?
-¡Habla usted inglés! -El hombre, de pie en el umbral, estaba asombrado.
-Hablo lo que hablo -dijo ella.
-¡Un inglés admirable!
El hombre vestía uniforme. Había otros tres con él, excitados, muy sonrientes y muy sucios.
-¿Qué desean?-preguntó la señora Ttt.
(Los hombres de la Tierra. Ray Bradbury)


Un hombre cansado, sin trabajo, desnutrido y con hambre —años de mala suerte tras de sí—, caminando por una calle de las afueras de su pueblo, luego de tropezar con un ladrillo cayó de bruces. Delante de sus ojos vio diez millones de pesos. Estaban sobre la tierra, depositados en el cruce de las imaginarias diagonales que podrían trazarse entre cuatro terrones que los rodeaban. Un billete nuevo, de banco, pero muy arrugado y maltratado. Como si en ese primer lapso de su vida por el mundo, fuera del vientre materno de la Casa de la Moneda o quizá de la bóveda del Tesoro Nacional, hubiese circulado entre varias manos.
Se apresuró a guardarlo, previo asegurarse de que nadie lo vigilaba.
(Fábula del pobre y la bolsa. Alberto Laiseca)

Bueno, a
quí estamos, y si lanzas una ojeada a la estancia, advertirás que el ferrocarril subterráneo y los tranvías y los autobuses, y no pocos automóviles privados, e, incluso me atrevería a decir, landos con caballos bayos, han estado trabajando para esta reunión, trazando líneas de un extremo de Londres al otro. Sin embargo, comienzo a albergar dudas...
(El cuarteto de cuerdas. Virginia Woolf)

En una choza, Juana, la mujer del pescador, se halla sentada junto a la ventana, remendando una vela vieja. Afuera aúlla el viento y las olas rugen, rompiéndose en la costa... La noche es fría y oscura, y el mar está tempestuoso; pero en la choza de los pescadores el ambiente es templado y acogedor. El suelo de tierra apisonada está cuidadosamente barrido; la estufa sigue encendida todavía; y los cacharros relucen, en el vasar. En la cama, tras de una cortina blanca, duermen cinco niños, arrullados por el bramido del mar agitado. El marido de Juana ha salido por la mañana, en su barca; y no ha vuelto todavía. La mujer oye el rugido de las olas y el aullar del viento, y tiene miedo.
(Pobres gentes. León Tolstoi).

Delineaba pensativamente la sombra circular y temblorosa del tintero. En una lejana habitación un reloj dio la hora mientras yo, soñador que soy, imaginaba que alguien llamaba a la puerta, suavemente al principio, luego más y más fuerte. Llamó doce veces y se detuvo, expectante.
-Sí, aquí estoy, pase...
(El Duende de la Madera. Vladimir Nabokov)

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