jueves, 15 de abril de 2010

Íncipit y Éxplicit

Fernando Terreno

En la siguiente nota el amigo Fernando desarrolla una posibilidad muy oportuna: enfrenta inicios y finales de algunas obras. En el caso de Don Segundo Sombra, aclara que se lo sugirió Leo Carballo.
1
Éxplicit
La silueta reducida de mi padrino apareció en la lomada. Pensé que era muy pronto. Sin embargo, era él, lo sentía porque a pesar de la distancia no estaba lejos. Mi vista se ceñía enérgicamente sobre aquel pequeño movimiento en la pampa somnoliente. Ya iba a llegar a lo alto del camino y desaparecer. Se fue reduciendo como si lo cortaran de abajo en repetidos tajos. Sobre el punto negro del chambergo, mis ojos se aferraron con afán de hacer perdurar aquel rezago. Inútil, algo nublaba mi vista, tal vez el esfuerzo, y una luz llena de pequeñas vibraciones se extendió sobre la llanura. No sé que extraña sugestión me proponía la presencia ilimitada de un alma.
"Sombra", me repetí. Después pensé casi violentamente en mi padre adoptivo. ¿Rezar? ¿Dejar sencillamente fluir mi tristeza? No sé cuántas cosas se amontonaron en mi soledad. Pero eran cosas que un hombre jamás se confiesa.
Centrando mi voluntad en la ejecución de los pequeños hechos, di vuelta a mi caballo y, lentamente, me fui para las casas.
Me fui, como quien se desangra.
Ricardo Güiraldes, Don Segundo Sombra.

2
Íncipit

Donde el zahorí lector oirá hablar de cierta celebérrima moneda.

Por la misma esquina de la plaza de Yanahuanca por donde, andando los tiempos, emergería la Guardia de Asalto para fundar el segundo cementerio de Chinche, un húmedo setiembre, el atardecer exhaló un traje negro. El traje, de seis botones, lucía un chaleco surcado por la leontina de oro de un Longines auténtico. Como todos los atardeceres de los últimos treinta años, el traje descendió a la plaza para iniciar los sesenta minutos de su imperturbable paseo.
Hacia las siete de ese friolento crepúsculo, el traje negro se detuvo, consultó el Longines y enfiló hacia un caserón de tres pisos. Mientras el pie izquierdo se demoraba en el aire y el derecho oprimía el segundo de los tres escalones que unen la plaza al sardinel, una moneda de bronce se deslizó del bolsillo izquierdo del pantalón, rodó tintineando y se detuvo en la primera grada. Don Herón de los Ríos, el Alcalde, que hacía rato esperaba lanzar respetuosamente un sombrerazo, gritó: “¡Don Paco, se le ha caído un sol!”
El traje negro no se volvió.

Éxplicit

La víspera de la fiesta de Santa Rosa, patrona de la Policía, descubridora de misterios, casi a la misma hora, en que un año antes, la extraviara, los ojos de ratón del doctor Montenegro sorprendieron una moneda. El traje negro se detuvo delante del celebérrimo escalón. Un murmullo escalofrió la plaza. El traje negro recogió el sol y se alejó. Contento de su buena suerte, esa noche reveló en el club: “¡Señores, me he encontrado un sol en la plaza!”
La provincia suspiró.
Manuel Scorza, Redoble por Rancas, Capítulo I, 1977, Monte Ávila Ediciones.

3
Íncipit

Belinda, trepada en la veleta, miraba distraída los techos de Hualacato, ese pueblo perdido entre la cordillera, el mar y las desgracias. Se distraía mirando cómo la luna cambiaba de color en los pedazos de botellas rotas que los Aballay habían puesto sobre las nuevas hiladas de ladrillos agregados a las tapias para evitar sorpresas.

Éxplicit

El tiempo tiene que poder ir y volver como los pájaros. Hay que hacer una puertita que no parezca puerta, por ahí entrará y saldrá el tiempo y las cosas que se ocultan. Y en una de esas capaz que entrampemos a esos dioses del monte que nos quedan, que se esconden miedosos todavía, que andan por ahí demorándose en el barro o en la nieve.
Daniel Moyano, El vuelo del Tigre, 1980, Editorial Legasa, Madrid, Buenos Aires.

4
Íncipit

Partí a explorar el reino de mi padre, pero día a día me alejo más de la ciudad y las noticias que me llegan se hacen cada vez más escasas.

Éxplicit

Mañana por la mañana una esperanza nueva me arrastrará todavía más adelante, hacia esas montañas inexploradas que las sombras de la noche están ocultando. Una vez más levantaré el campamento mientras por la parte opuesta Domingo desaparece en el horizonte llevando a la ciudad remotísima mi inútil mensaje.
Dino Buzzati, "Los siete mensajeros".

3 comentarios:

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