
Antes de la entrevista, Olga se preocupó de aleccionarla. No confiaba mucho en el incipiente amor de su hija y quería dejarle bien claro que, en aquella relación, lo que su corazón no le dictara, el interés debía sugerírselo.
Todo el día, sentados en el patio, en un banco estaban los cuatro hijos

El patio era de tierra, cerrado al oeste por un cerco de ladrillos. El banco quedaba paralelo a él, a cinco metros, y allí se mantenían inmóviles, fijos los ojos en los ladrillos. Como el sol se ocultaba tras el cerco, al declinar los idiotas tenían fiesta. La luz enceguecedora llamaba su atención al principio, poco a poco sus ojos se animaban; se reían al fin estrepitosamente, congestionados por la misma hilaridad ansiosa, mirando el sol con alegría bestial, como si fuera comida.
(La gallina degollada. Horacio Quiroga)
En el año 2081 todos los hombres eran al fin iguales. No sólo iguales ante Dios y ante la ley, sino iguales en todo

Algunas cosas en la vida aún no estaban del todo bien, sin embargo. Abril, por ejemplo, ya no era el mes de la primavera, y esto confundía a la gente. Y en este mismo mes, húmedo y frío, los hombres de la oficina de impedidos se llevaron a Harrison Bergeron, de catorce años, hijo de George y Hazel Bergeron.
(Harrison Bergeron. Kurt Vonnegut)
Entre tanto

(Los jardines de la guerra. Stefan Zweig)
En muchos documentos figuraban con el nombre Delle Catene, pero en otros como los señores Von Ketten. Procedentes del norte, se habían detenido en el umbral del Mediodía. Según sus conveniencias hacían valer la filiación alemana o la latina, pero la verdad era que sólo se sentían ligados a sí mismos.
(La portuguesa. Robert Musil)