Entrerrianos
Damián Ríos
Editorial Mansalva
2010
“Ahora se cuenta la historia de Damián, el
playero que atiende el turno noche de la Esso que queda enfrente de la
terminal, y la más linda, la de la mejor de las guachas que viven del otro lado
de la ruta. Es una historia de amor. No hay amor, no hay historia que no se
complique con otras historias, otros amores: de una que voy a contar lo que
pasó entre ellos dos y alguna gente más y lo que venía pasando y lo que aún hoy
sigue pasando. Esta es, entonces, en un sentido, “el” amor, “la” historia. De
última, estamos todos solos.”
Está anunciado de entrada. Las historias de
amor se complican con otras historias donde, en definitiva, siempre gana la
soledad. Melancolía y estricta sencillez en el relato lo mantienen a uno
cautivado en la “historia de Damián”, amor y desasosiego.
Damián Ríos, oriundo de Concepción del
Uruguay, provincia de Entre Ríos, cuenta los días de un chico que disfrutó y
padeció de una vida dura y hermosa a la vez. Sin apelar a la nostalgia como
bastión ni caer en el exceso de dulzura, es sin embargo tanto una cosa como la
otra. El agua que inunda todo, avanzando implacable sobre las calles ancianas,
los gurises en la zanja mojados y asombrados por el poder del río. Los amigos
del barrio, los vecinos, los conocidos en un pueblo chico donde siempre se sabe
más de lo que conviene. El amor. La muerte demasiado pronto, descripta con
frescura y bellísima simpleza, la de un nene que mira como puede ese gran
acontecimiento que lo agujerea. Crecer, irse a Buenos Aires. No terminar de
irse. Intentar irse escribiendo una novela sobre eso.
Las palabras trasladan al lector hacia ese
tiempo subjetivo, los detalles de un discurrir que conjuga una intensa carga
emocional transmitida como sin querer, con un lenguaje claro y coloquial,
austero y modesto. Ríos tira las palabras, las suelta frente a la cara del
lector como si fueran piedritas inofensivas. Como si no pesaran por entramar
los más profundos sentimientos del personaje, del narrador, del autor, de
cualquiera que lo lea.
“El velorio estuvo divertido: se juntaron
todos los tíos y se pusieron a contar cuentos. Al otro día la enterramos y esa
fue la última vez que vi llorar a papá. Antes de que el cura diera el responso,
en la entrada del cementerio, en una sala que hay frente a la administración.
Papá había contado cuentos toda la noche y cuando llegó el cajón se fue atrás
de unas columnas y estuvo un ratito ahí. Cuando volvió tenía los ojos rojos y me
dijo ya cumplí. Y me preguntó si tenía cigarrillos.”
El relato va y viene desde la infancia y
adolescencia en Concepción a la actualidad del narrador en Buenos Aires, con su
cigarrillo, su computadora, su soledad y sus amores. Durante el relato
nunca se pierde la sensación de ajenidad
del entrerriano emigrado a la gran ciudad, la ambigüedad de situarse como un
escritor entre la gente y la vida de los porteños, y al mismo tiempo no
soltarse nunca del origen.
“Cuando digo nosotros pienso en un montón
de gente y me doy cuenta de que con ese montón de gente no tengo casi nada que
ver. Pero yo voy a parar por un tiempo con el cigarro y, pasado el pico de la
crisis, voy a seguir escribiéndote esta novela, y pasándotela por debajo de la
puerta y lo único que exijo es un silencio absoluto de tu parte. Ah, en la
correspondencia íntima de Flaubert solamente hay alusiones al sexo y la más
fuerte es: “te pido que pases esta carta por tus labios y también por ya sabes
dónde”. No me mal entiendas, pero el otro día me lo preguntaste, histérica”.
Como dijo el autor que dijo su amiga y
escritora Inés Acevedo, comentando su obra, Entrerrianos debería llamarse Enterranos. Enterrar a los muertos y a lo que está perdido, enterrar lo que
se dejó, despedirse, dar sepultura y quedarse de una vez por todas en paz.
Enterrar para que nosotros los lectores nos metamos en esa tierra, respiremos
esa historia y nos dejemos tocar por esas imágenes, a través de una escritura
que nos deja con ganas de más.
Finalmente, triunfa una daga de ternura
filosa, el placer de lo leído como si fuera escuchado, la profundidad del
cuento de una vida cualquiera, pura poesía disfrazada de novela.
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