viernes, 1 de octubre de 2010

De comienzos y finales

Jorge Aloy

Tanto los inicios como los finales deben encontrar un verdadero lugar de estudio dentro de la literatura. En general, cualquier lector acepta la instancia de lectura de los comienzos, pero rechaza la lectura de finales. En cada comienzo una novela o un cuento nos interpela sobre ellos mismos: ¿Cómo sigo? ¿Cómo termino? Creo que es ahí cuando, si el principio es atrapante, podemos empezar a considerar que estamos ante una obra de arte. Sólo lo confirmaremos cuando prosigamos con la lectura. Pero… el final… ¿por qué existe la resistencia a conocer el final de una novela que no leímos?
Hay novelas que atestiguan que el final tiene más que ver con las primeras líneas que con la historia que narran. No creemos que sea muy buena una novela que espere hasta las últimas líneas para resolver su desarrollo. Muchas veces el final responde a una idea de circularidad que cierra con el inicio, y no con la anécdota que cuenta.
David Lodge dice: “¿Cuándo empieza una novela? La pregunta es casi tan difícil de contestar como la de cuándo un embrión humano se convierte en persona. Ciertamente la creación de una novela raramente empieza en el momento en que el autor traza con la pluma o teclea sus primeras palabras”.
La pregunta nuestra podría ser ¿cuándo termina una novela? La respuesta no es sencilla, porque exige una respuesta que generalice la situación.
En Matadero cinco, Kurt Vonnegut burla en el final del primer capítulo (que en realidad oficia de prólogo) estas convenciones. Dice, en referencia al inicio y al final de la novela: “(…) empieza así: Oíd: Billy Pilgrim ha volado fuera del tiempo… y termina así: ¿Pío-pío-pi?”. Y no miente el viejo zorro, empieza y termina como él
dice. Y nadie murió por ello.
James Joyce comienza el Finnegans Wake como si algo faltara: “Río que discurre, más allá de Adam and Eve, desde el recodo de la orilla a la ensenada de la bahía, nos trae por un comodius vicus de circunvalación de vuelta al castillo de Howth y Environs”. Pero lo sorprendente está en el final: “un camino solo al fin amado alumbra a lo largo del” y aquí necesitamos volver al principio porque la novela se hace circular.
En Rayuela de Cortázar tenemos un ejemplo de desestimación de los inicios y los finales: nada importa, la elección del orden de la historia está a cargo del lector. En Corre Conejo de John Updike nos encontramos con Harry que comienza corriendo y nadie se sorprende con que finalice también corriendo, especialmente porque nadie pretende que lo deje de hacer.
Podríamos ir más lejos aún: toda novela o cuento donde el protagonista es un condenado a muerte, se puede afirmar que siempre será ejecutado. ¿Conocer el final, acaso, le quita interés a la obra? Podríamos nombrar a los relatos “El puen
te sobre el río del Buho” de Ambrose Bierce, “El sueño” de O. Henry, “La esperanza” de Villiers de L’Isle Adam, o la novela El vagabundo de las estrellas de Jack London.
Creer que porque conozcamos el inicio y el fin de un texto, éste haya perdido sentido es equivalente a subestimar el placer que proporciona el juego lingüístico que atraviesa una obra en toda su integridad.
Lo último: Existen muchos ejemplos paradigmáticos que dejamos de lado. Sólo planteamos una inquietud: la búsqueda del inicio y del final de Si una noche de invierno un viajero de Italo Calvino. Comienzo y final que aquí, sin querer, casi queda dicho.

4 comentarios:

  1. La pucha, Perro, cuánto me perdí de leer estos últimos tiempos, pero estoy volviendo...Si yo nunca me fui

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  2. Anónimo23:35

    Jorge, te felicito. Otra forma de entrarle a un texto. En este caso una novela. Y las consideraciones al respecto que desarrollás nos ofrecen otra forma de sumergirnos en la lectura, una manera más de "bracear" en ese océano inconmensurable de la palabra.
    Suerte con el seminario que estás dando.

    Abrazo desde Mataderos.

    Dany

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  3. Interesantes reflexiones.
    Un saludo.

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  4. Anónimo10:32

    Este comentario ha sido eliminado por un administrador del blog.

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