Julián E. Giambelluca (*)
En una
nota publicada en este blog el día jueves 15 de diciembre de 2011, Luisa Ugueto
dice: “Leer en el metro, incluso de pie, es una de las mejores decisiones que
puedes tomar, te permite redituar tu tiempo, usarlo para ‘algo’.”
He sido, durante mucho tiempo, un “lector rodante del
mundo”, como dice Luisa. Sin embargo, hoy entiendo que no sólo es imposible
disfrutar de un buen libro en el subte (metro), sino que además es una tarea
poco ética frente al trabajo que el escritor se ha tomado (junto con los cafés
y tés de tilo, claro) para escribir su texto.
Recuerdo
un cuento que reflexiona sobre este tema: “Las circunstancias adecuadas”, del
escritor y periodista norteamericano Ambrose Bierce. En ese texto, un escritor
se encuentra en el tranvía con un amigo, quien está leyendo un cuento suyo. El
escritor se siente ofendido por su amigo, puesto que entiende que su cuento mal
puede ser disfrutado en un transporte público. Se plantea, entonces, una
discusión entre ambos personajes, entre el escritor y el lector:
“-[…]¿En qué depende de mí el placer que
obtengo o puedo obtener de su obra? [Pregunta el lector].
-Depende de usted, muchísimo. Yo ahora le
pregunto: Si lo tomara en este tranvía, ¿le agradaría el desayuno? Pongamos
otro ejemplo, supongamos un fonógrafo tan perfecto que pudiera transmitir una
ópera entera: canto, orquestación y todo lo demás; ¿cree usted que le
procuraría un gran placer si la oyera en la oficina, durante sus horas de
trabajo?”
Pero el
problema no abarca sólo la cuestión del placer de la lectura, sino una
reflexión sobre la moral del lector:
“-[…] Un escritor tiene derechos que el
lector está obligado a respetar. [Dice el escritor a su amigo].
-¿Por ejemplo?
-El derecho a la total atención del
lector. Negársela es inmoral. Obligarlo a compartirla con el traqueteo del
tranvía, con el fluctuante panorama de la muchedumbre por las aceras y los
edificios detrás […] es tratarlo con grosera injusticia. ¡Es infame, por Dios!”
Son palabras
de ese personaje de Bierce que hago mías.
Quizás,la
fuerza centrípeta de este mundo que nos sofoca a millones en un par de vagones
rechinantes, nos convierta a todos, en un futuro no muy lejano, en “lectores
rodantes del mundo”, lectores capaces de abstraernos por completo de los
aullidos ferrosos que surgen de entre los rieles y las ruedas del subte al tomar
una curva y, tal vez, podamos serlos más respetuosos lectores frente al trabajo
del escritor. Yo, mientras tanto, seguiré buscando las circunstancias adecuadas
para leer literatura.
(*) Julián E. Giambelluca ha cursado
estudios de dirección cinematográfica y actualmente es estudiante de Letras en
la Universidad Nacional de Lomas de Zamora. Se desempeña como profesor de
Literatura y es coordinador de un Taller Literario y de un Taller de Análisis
Cinematográfico. Autor de varios cuentos inéditos, en la actualidad se
encuentra embarcado en la escritura de su primera novela.