domingo, 3 de marzo de 2013

Alejandra (Por Daniel Moyano)

El siguiente texto es un texto privado y, hasta hoy, inédito del entrañable escritor argentino Daniel Moyano. Es una misiva de amor hacia Alejandra, de cinco meses. Ella es la hija de un conocido nuestro, Carlos Mamonde. Recordemos que ambos estuvieron detenidos en La Rioja durante la llegada de la dictadura de 1976. El perro elocuente, una vez más tiene el privilegio de presentar y difundir un nuevo texto del grandioso Daniel Moyano. Las imágenes son las páginas originales escaneadas.


            Cada vez que uno llama por teléfono a los Mamonde, lo primero que se oye es el llorar incisivo de su hijita Alejandra, que no está de acuerdo con la cuna ni con nada horizontal salvo cuando el sueño la vence. Y lo hace tan fuerte, que es casi imposible enterarse de lo conversado, especialmente con Carlos, que habla como los franceses, apenas se oye lo que dice.
            Los otros días lo llamé por una consulta sobre el curso que vamos a dar en la Uni de Oviedo, pero al oír, cuando él levantó el tubo, que estaba llorando Alejandra, colgué sin contestar a su “¿dígamé?” Esperé un rato, a ver si se callaba, y volví a llamar. Y fue peor. Porque cuando colgué, Carlos siguió con el tubo levantado preguntando quién llamaba, y su hija siguió con su trompetería wagneriana mezclada con rock duro. De modo que las orquestas de Alejandra seguían entrando por un extremo de la línea, mientras el otro, el de mi teléfono, estaba cerrado. Entonces los cables conductores empezaron a agrandarse por la carga sonora, a deformarse en distintos puntos de su recorrido buscando una salida violenta, menos mal que colgó si no hubieran reventado las veredas, aquí los cables pasan bajo tierra. Y claro, la línea estaba saturada, de modo que cuando levanté el auricular para volver a llamar, seguro de que la niña ya se había callado (era la hora exacta del biberón), como un chorro de manguera me cayeron los berridos encerrados, mientras ella, acababa su segunda teta, dormía como un ángel según dice su madre.
            Ayer llamé a casa del Teuco, por un asunto de periodismo, y cuando allá atienden me traspasa los oídos una Alejandra de cuarto contiguo y noventa decibelios. Sí, me dice Teuco, están en casa los Mamonde, lo que se oye es su hija y no la mía. Y ese día a Teuco lo llaman de varias provincias por asuntos de títeres, y Alejandra aparece en Barcelona y casi al mismo tiempo en Cádiz, no te oigo bien, le dicen desde Asturias, hasta que hay una llamada del otro lado del mar y allá las voces de Alejandra sacuden el satélite y aparecen campantes y sonantes en América Latina.
            Marián, acaso porque ha resuelto que los ángeles lloran siempre, dice que su hija es un ángel. Mientras tanto las perturbaciones en la Compañía Telefónica continúan, se alteran los números debido a las vibraciones, las confusiones cotidianas kafkeanas están a la orden del día, y al menos en el tema de las comunicaciones España desciende otra vez, cuando apenas había conseguido salir de él, hacia el nivel del Tercer Mundo.
            De modo que ahora, en cuanto alguien del grupo de amigos te llama, al levantar el tubo lo primero que te cae en el oído es un chorro de Alejandra. Advertidos, muchos de nosotros, antes de llevar el auricular al oído lo desviamos ligeramente hacia una ventana abierta, dejando que el chorro de chillido fluya libremente into thin air, como decía Shakespeare. Y como en el ruido infernal de Madrid los chillidos de un niño son arrullos, ahora, cada vez que orientamos hacia el exterior el tubo del teléfono con los Opus de Alexandra, Madrid se dulcifica finalmente, con lo cual Marián parece tener razón cuando dice que su hija es un ángel.
            Últimamente, debido a que acaba de cumplir sus cinco primeros meses, sus chillidos se están convirtiendo en unas sonrisas deliciosas, que regala a mandíbulas llenas. Unas sonrisas que tienen la misma fuerza que su anterior sistema operativo de comunicaciones. Pero por más que uno llame y llame por teléfono, las sonrisas, que no ocupan un lugar en el espacio y por consiguiente no pueden desplazarse, no aparecen por el auricular. Y es una lástima, claro, con lo que nos gusta la sonrisa de Alejandra.

El tío Daniel
(29/09/88)

viernes, 1 de febrero de 2013


Jorge Aloy

Conversaciones con el profesor Y
Louis-Ferdinand Céline
Editorial Caja Negra
Año 2011
Traductor Mariano DuPont
124 Páginas


Conversaciones con el profesor Y se puede leer como ficción o como teoría sobre la obra celiniana o como una entrevista. Tampoco va a faltar el que piense que se puede leer como panfleto… ni en Francia aún Céline es comprendido.
El libro es de 1953, es decir a la vuelta del exilio de Céline en Dinamarca. La editoral Gallimard, en 1952, había publicado Fantasía para otra ocasión sin el éxito editorial esperado, y Céline, que se siente el chivo expiatorio de los ataques colaboracionistas nazis, decide escribir un nuevo texto para defenderse a sí mismo: un texto que hable de sus obras.
Conversaciones con el profesor Y no es un libro para aquellos que nada conozcan de Céline, ya que en él se habla sobre el lenguaje fragmentado -repleto de signos de admiración y puntos suspensivos- y se explica el efecto que produce. A esto Céline lo define como un invento, pequeño pero invento al fin, que pudo torcer la literatura francesa, ya que gracias a ello consiguió devolver a la escritura la emoción del lenguaje hablado. Con el desarrollo de esta idea el libro ya estaría bien pagado, pero aún hay más.
Céline en Conversaciones con el profesor Y  crea un personaje que dialoga con él. El profesor es un energúmeno que necesita que le expliquen todo detalladamente, y ni así puede comprender. El final de este breve libro es un homenaje de Céline a todas sus obras: culmina escapando de un tumulto de  gente curiosa que lo persigue.

martes, 1 de enero de 2013

La mala suerte de Daniel Moyano y su timbal de oro (Parte II y última)

Carlos Mamonde

Este mes pasado se han cumplido 20 años de la muerte de Daniel, en la tristeza del exilio. Y es más que justo y reparador (y no sólo para él) que hablemos un poco de su herencia estética. Y volvamos a leerlo.
Por eso llegó a alegrarnos tanto que en Córdoba (con el apoyo del Centro de Investigación de Poitiers), en el entorno de su universidad, se fuera gestando, y al final publicando, la primera –esperemos que no la última- edición crítica de una novela suya. Tres golpes de timbal, en este caso. Obra que recién se está distribuyendo en estas semanas.
Varios cordobeses han trabajado críticamente en este proyecto y un par de riojanos -tal el caso de la laboriosa cronología trabajada por David Gabriel Gatica- . Y muy especialmente  Virginia Gil Amate,  Profesora Titular de la Cátedra de Filología Española de la Universidad de Oviedo y, a juicio de toda la crítica, la mayor especialista  actual sobre los textos moyanianos, junto con Rita Gnutzman,  catedrática de la Universidad del País Vasco, Ángeles Prieto Barba, escritora gaditana… o Sara Malvicini de Bonnardel, quien fuera catedrática en Francia; por citar los más conocidos.
Desde mi modesta opinión, creo que quien debió dirigir esta investigación –por su propia gravitación- es la doctora Gil Amate. Pero lo hizo el profesor Marcelo Casarín; con exiguo resultado, a mi respetuoso entender. Nuevo traspié de “la mala suerte” de Daniel. O desacertada elección de quienes aprobaron esta  propuesta de edición; dejándola en manos de este docente.
Muchas veces ocurre que un proyecto monumental se frustra porque no se eligen bien los gestores. Y creo que es lo que ha pasado en este caso. Y ello a pesar de que Casarín pasa por ser un buen gestor cultural. Pero se nota su debilidad crítica en la organización de la investigación, en la pobreza de su “Introducción”, muy menguada de ideas nuevas sobre los textos de Moyano; y es la repetición cansina, viejuna,  de ya muy conocidas tesis. Destaca sí, casi en solitario, el estudio del cordobés Rogelio Demarchi. Pero sobre todo hay –por parte de Casarín- un confuso aprovechamiento de los archivos manuscritos de Moyano; donde él vagabundeó sólo con la brújula de su arbitrio. No se han publicado fragmentos y textos preliminares importantes…y si se han publicado –caprichosamente-  cartas privadas, ¡recibos de pagos de ediciones¡ correspondencia privada de Moyano con algún editor (no sobre temas literarios sino de acuerdo comercial ¿qué pertinencia tiene esto?) y viejas entrevistas ya desechadas (con total desconocimiento de sus autores, que debieron autorizar o desautorizar su eventual inclusión; tal el caso de textos propiedad de doctora Gil Amate, traicionada en su buena fe por el Coordinador, que no ha respetado ni su deseo de privacidad ni el gran prestigio de esta investigadora. Algo inaudito. Lo menciono porque conozco este tema por referencia directa de la afectada…y tengo su acuerdo para citar este extremo).
En este libro, aunque no es un trabajo crítico, destaca hermosamente  el emocionado homenaje que escribe un gran poeta como Leopoldo Castilla. Suya es la frase que designa a esta novela como “un timbal de oro”. Lo mismo que el texto del cuentista cordobés Norberto Luis Romero; hoy residente en las Baleares y persona muy apreciada por Daniel.
Entre otras muchas visiones sobre Moyano, que se echan en falta, destaca poderosamente  la ausencia de las investigaciones de la  doctora Emilia Deffis, de la Universidad canadiense de Laval, quien recientemente ha publicado un esclarecedor –e inexcusable- estudio sobre las circunstancias y compromisos políticos de la vida y obra de escritores como Moyano, Haroldo Conti y Antonio Di Benedetto. Aquí, una vez, más se nos presenta a un Moyano “evanescente” no comprometido y que pareciera que vivió en una especie de nube naif. Nada más lejos de la realidad.
Y, ya anecdóticamente, aún en La Rioja…y en este aniversario, un excelente trabajo teatral sobre textos de Moyano, “Unos duraznos blancos y muy dulces”, ha chocado con intereses de un gestor cultural local que ha despreciado este trabajo de creación. Nos viene la tentación de exclamar: “Dios nos libre de los gestores culturales…ya sean de la universidad o de la política!. Y estoy ya por creer en la “mala suerte”, medio en broma, medio en serio.
Escribo en Madrid estas líneas, tras la lectura atenta  del ejemplar que me ha enviado generosamente Virginia. Y comienzo a trabajar en un ensayo sobre este libro (Tres golpes de timbal, edición crítica Colección Archivos CRLA, 2012)…que espero poder terminar en los próximos meses.

sábado, 1 de diciembre de 2012

La mala suerte de Daniel Moyano y su timbal de oro (Parte I)

Carlos Mamonde

Mi inolvidable amigo Daniel fue uno de los seres humanos con más mala suerte que he conocido. Bien es cierto que lo digo casi como provocación al debate, porque no creo demasiado en el destino, fasto o nefasto… y esas cosas de las supersticiones. Pero ahora mismo recuerdo una reflexión central de  una película del gran Woody Allen (¡antes de que  algún cínico se ría de esta alusión… que se vea toda la filmografía de Woody y especialmente la película a la que me refiero y que se titula Match Point!). Allen viene a decir que ¡la suerte…es más importante que el talento, que la belleza, que el sentido del valor ético…y todos los etcéteras de esas virtudes tan viejas que ya los griegos –del helenismo clásico- meditaban sobre ellas. Entres otras aretes y parresias y heroísmos insondables, que sólo se lograban tras intensas askesis…!
El mismo Allen entiende que su tesis es inmoral. Porque la vida es inmoral. Amoral.
Y Daniel ha sido también –posiblemente- el ser humano más lleno de talento que yo he conocido como amigo  (y por su intermedio, que no por mis “méritos”, he conocido una veintena de otros grandes escritores que admiraban unánimes  y profundamente la obra de Moyano: Cortázar, Rulfo, Onetti, Tizón, Di Benedetto, Conti, Carlos Fuentes, Bioy, Herbert Francis, Sábato…y así, una pléyade.  Con esta gente he mantenido amistades literarias; lo que me ha alegrado y enriquecido, pero no he sido amigo íntimo, como es el caso de Daniel…o lo he sido,  pero no hasta ese sumo grado). Pero pese a ese talento de Moyano,  a  su tenaz y lúcido trabajo de toda una vida, intentando salir del dolor de su biografía infantil y juvenil para crearse a sí mismo como un hombre extraordinario y escritor relevante…crearse a sí mismo…encontrar un padre, en el sentido nietzschiano (escribió el de Sils María que “(…) quien no tiene un buen padre, debe inventarse uno”; al menos simbólico e imaginario). Y esto es muy serio, porque creando el padre –o “deconstruyendo” al padre, como su admirado Kafka- uno se resucita desde la miseria de las familias de origen, de los malos amigos, de las malas patrias…de toda la ”mishiadura” de que habla el tango y más…para volverse un hombre bueno…hasta poder generar y merecer a los buenos amigos (Daniel tenía legión) y más aún a la luminosa familia personal que Daniel creó, en La Rioja o en España…para permitirle incluso que la bondadosa Blanca, su querida hermana, renaciese con él…y toda esa familia cordobesa tan valiosa de sus sobrinos de Cosquín. Creo que él nunca tuvo más parientes amados que toda esta maravillosa gente que recuerdo…además de que fue pétreamente histórico lo así ocurrido (la Muerte no es literatura)…porque Blanca y él se quedaron huérfanos de una orfandad aterradora, cuando su padre cortó –con  filo mellado- todos los nudos que atan el alma ¿existe el alma?  a la bondad eventual de la vida ¿existe la bondad?...hiriendo, ensangrentando, el cuello más amado.
Como saben todos aquellos que hayan leído a este extraordinario escritor, Daniel nació incidentalmente en Buenos Aires; pero su infancia y juventud (momentos tan influyentes que “la infancia es destino”, como decía Winnicot) los vivió en Córdoba y su madurez adulta en La Rioja; la comunidad que él eligió para la vida madura y para tener sus hijos con Irma.
 En este laberinto, Córdoba –duro es decirlo- fue (valga la expresión) una mala madrastra porque nunca lo reconoció como suyo, lo ninguneó bastante. Excepción hecha de algunos -muy escaso número- de artistas amigos que tanto lo pusieron en valor, como Sosa López, Larrea, José Alberto Santiago, Juan Croce, Dalmacio Rojas, Ramón Romilio Ribeiro, Quique Revol…
La Rioja, en cambio, fue generosa con él, a raudales. Y no le negó amistad ni amor y algún reconocimiento. Aunque también dolor y traición, cuando cayó el hacha del “videlismo”. Pero lo trató igual que a muchos de sus hijos nativos.

domingo, 2 de septiembre de 2012

Pere Calders: casi un desconocido


Jorge Aloy


Pere Calders
   
Exploración de islas conocidas
   
Libros del Umbral

México, 2004







Pere Calders (Barcelona, 1912-1994) en 1939 se exilió en México, pero nunca dejó de escribir en catalán. Exploración de islas conocidas es una obra que permite un amplio acercamiento a su literatura, ya que realiza un recorrido de su obra desde 1936. La narrativa de Pere Calders es directa, rápida, breve. Aún más: es irónica. Calders parte, en general, de situaciones cotidianas y se deja llevar por situaciones absurdas. El problema que nos generan sus relatos es que lo absurdo es casi posible, y cuando reímos lo hacemos, también, de nosotros mismos.
Calders también incursionó en la microficción. En “Nota biográfica” dice así:

Me llamo Pere y dos apellidos más. Nací anteayer y ya estamos a pasado mañana. Ahora sólo pienso en qué haré el fin de semana.

Es el momento de buscar los libros que haya publicado Calders. Son un acercamiento a historias generosas, que nos provocarán leerlas con una sonrisa.
 Les ofrecemos el microcuento “Historia castrense”:

Si les hubiera ordenado saltar por la ventana, lo habrían hecho casi con alegría, porque confiaban ciegamente en él.
Hasta que un día les ordenó que saltaran por la ventana, y entonces desertaron todos, porque un hombre que dispone algo así no es de fiar.

miércoles, 1 de agosto de 2012

Incipit XXIX (Cuentos)


Un día el Hombre llamó al Perro.
-Perro –le dijo, y frunció las cejas-. Te prohíbo que muevas la cola.
El Perro se quedó mudo de estupor.
-Pero Amo –articuló, articuló al fin, sospechando que todo fuese una broma- ¿por qué no quieres que la mueva?
-Porque he decidido eliminar de mi casa todo lo que sea gratuito.
(La cola del perro. Marco Denevi)

El forastero llegó sin aliento a la estación desierta. Su gran valija, que nadie quiso cargar, le había fatigado en extremo. Se enjugó el rostro con un pañuelo, y con la mano en visera miró los rieles que se perdían en el horizonte. Desalentado y pensativo consultó su reloj: la hora justa en que el tren debía partir.
(El guardagujas. Juan José Arreola)

Allí está, en la Penitenciaria, asomando por entre las rejas su cabeza grande y oscilante, el antropófago.Todos lo conocen. Las gentes caen allí como llovidas por ver al antropófago. Dicen que en estos tiempos es un fenómeno. Le tienen recelo. Van de tres en tres, por lo menos, armados de cuchillas, y cuando divisan su cabeza grande se quedan temblando, estremeciéndose al sentir el imaginario mordisco que les hace poner carne de gallina. Después le van teniendo confianza; los más valientes han llegado hasta provocarle, introduciendo por un instante un dedo tembloroso por entre los hierros. Así repetidas veces como se hace con las aves enjauladas que dan picotazos.
(El antropófago. Pablo Palacio)

Pocos árboles, grandes, quietos. Troncos oscuros como de roca estriada.
Comienza el mundo a desteñirse con el alborea.
Muge una vaca que no se ve, como si el mugido se diluyera en la penumbra.
Al pie de uno de aquellos árboles tan solos, hay un bulto, como protuberancia del tronco, más oscuro que el color de la corteza. Pero aquel bulto es suave, tibio. Es Tata José, envuelto en su cobija de lana, y encuclillado junto al tronco. Viejo madrugador, de esos que se levantan antes que los gallos, y despiertan a las gallinas dormilonas.
Antes de sentarse allí, junto al tronco, ya había ido a echar rastrojos a un buey.
(Hombres en tempestad. Jorge Ferretis)

 
Atento a cuanto se decía de Villa y el villismo, y a cuanto veía a mi alrededor, a menudo me preguntaba yo en Ciudad Juárez qué hazañas serían las que pintaban más a fondo la División del Norte: si las que se suponían estrictamente históricas, o las que se calificaban de legendarias; si las que se contaban como algo visto dentro de la más escueta realidad, o las que traían ya tangibles, con el toque de la exaltación poética, las revelaciones esenciales. Y siempre eran las proezas de este segundo orden las que se me antojaban más verídicas, las que, a mi juicio, eran más dignas de hacer Historia.
(La fiesta de las balas. Martín Luis Guzman)

lunes, 2 de julio de 2012

La misma aldea

Irene Farias

La literatura del Siglo de Oro español nos presenta un hidalgo, a quien de tanto leer novelas de caballerías “se le secó el celebro y  perdió el juicio”. Agrega: “Llenósele la fantasía de todo aquello que leía en los libros […] y asentósele de tal modo en la imaginación que era verdad toda aquella máquina de aquellas soñadas invenciones que leía, que para él no había otra historia más cierta en el mundo. […] y fue que le pareció convenible y necesario […] irse por todo el mundo con sus armas y caballo a buscar las aventuras y a ejercitarse en todo aquello que él había leído que los caballeros andantes se ejercitaban...”
Obviamente, nos estamos refiriendo al protagonista de El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha, la inmortal obra de Miguel de Cervantes Saavedra. Si tenemos en cuenta cuán escasos eran los medios que llegaban a “algún lugar de la Mancha” y cómo influyeron en su estilo de vida podemos decir que esta ficción anticipa lo que siglos más tarde llamaríamos la influencia mass mediaEn nuestros días, hay quienes están atentos y pueden sustraerse –relativamente- a su influjo. Pero también están aquellos cuyas vidas se convierten en una fiel repetición e imitación del modelo que les ofrecen las tiras televisivas, los programas de chimentos, los filmes, las publicidades, etc.  No es raro hoy encontrar un compañero de trabajo, vecino, o amigo cuya realidad está tan teñida de todos los componentes mediáticos que ha olvidado su propia identidad y se ha metido en las botas de un intérprete de alguna historia inventada.
Fue Marshal McLuhan  quien  a principio de los ’60 acuñó el término de “aldea global” al referirse a la fuerza cada vez más invasora de los medios en los hogares y en la vida cotidiana. Casi bombardeados hasta el aturdimiento por la gran cantidad de noticias e información se va perdiendo de a poco la certeza de cuál es la frontera entre ficciones y realidades personales (una suerte de metalepsis vivencial).  
Por lo tanto, “no hay nada nuevo bajo el sol”. Si bien esta temática es considerada un acontecimiento que surge en el siglo XX con la aparición de innumerables soportes comunicacionales, podemos, sin embargo, encontrar algunos elementos germinales en el siglo XVII.

viernes, 1 de junio de 2012

Prisiones terrestres. Nicolás Correa *

Carolina Bugnone

Prisiones terrestres 
Nicolás Correa 
Edulp (Estudios de la Universidad de La Plata)
Marzo de 2010.






Prisiones terrestres, de Nicolás Correa, subsume a quien lo lee en un laberinto de guapos y acuchillados, en diversos escenarios. Se agrupan aquí una serie de relatos entre los que puede verse el hilo que los subtiende: la repetición, la negación de las nuevas posibilidades históricas, la violencia, la muerte, los cuchillos, las cicatrices, la hombría.
Un muerto en una pelea maleva indica el nacimiento del lugar de hombre de Rosas Gamarra, uno de los personajes que protagoniza varios de los cuentos ("Hombre que llega y no muere"). Las cicatrices en el torso, en la cara, en diversos momentos de Rosas y en distintos pasajes de los diferentes cuentos, nos hacen palpar las marcas de la violencia como forma de ubicarse en el mundo, de pararse en posición de ataque frente a los otros y frente a la historia. El dolor y la muerte se articulan de modo natural con el surgimiento de otras cosas, morirse no sólo es dejar de vivir sino pasar a la historia, a otra configuración, inaugurar situaciones y existencias. La doble cara de la muerte está pintorescamente pintada en estos relatos, donde el final implica casi siempre algún principio. Como cuando el Marciano Correa muere en manos de Rosas, y entonces Rosas nace como héroe del cuchillo ("Hombre que llega y no muere"). O: “Imagínese que la muerte, en lugar del ser el fin, el silencio, la ausencia, es lo contrario, un comienzo, la completud universal. Las únicas prisiones que existen son las terrestres” dice Hu Yiao en "La historia que Enzo Aguirre no quiso escuchar".
El tono campero y caudillesco de los primeros cuentos se topa de pronto, en los últimos, con la voz de la sabiduría oriental. Si bien el discurso de Oriente aparece disruptivamente, cuando uno sigue la línea de las narraciones, se encuentra con un lazo entre los primeros y los últimos: la incesante idea de sino, de destino. La pesada y sólida idea de que las vivencias que parecen nuevas no lo son, más bien están atrapadas en una repetición de la que no es posible salvarse en algunos casos, y de un destino escrito de antemano en otros. Como piensa un muchacho justo antes de ser asesinado ("El cálculo inútil"): “Pensó en que toda su familia había corrido la misma suerte o la correría. Pensó que así había sido tantos siglos atrás y que no iba a cambiar”. O Rosas ("El Fusilamiento"): “La oscuridad que había en la pulpería, el olor de los hombres y las mujeres, el griterío, lo aturdieron, por un momento. Observó dentro del vaso y le pareció que todas las noches eran la misma noche, algo repetitivo que nunca lo dejaba libre”.
Prisiones terrestres es cosa de hombres, el elemento femenino está ausente, borrado, suspendido en un espacio de vacío. Se asoman algunas mujeres pero casi como hombres, trabajadoras y fuertes (la Dominga, madre de Rosas; la morena en "Una casa vieja y sólida"), tal vez excepto la “hermana” de uno de los personajes evocada en un recuerdo: ya adolescente, bañándose en el río, moja sus formas de mujer ante los ojos del hermano. Un destello mínimo de lo femenino que fulgura, precisamente, por hacer notar su ausencia.
Prisiones terrestres es un inexacto cruce de pasillos con marcas y muertos en el que uno se pierde gustosamente, y lo bien que hace si disfruta de no encontrar la salida.
                                                                 
* Nicolás Correa. Escritor nacido el 5 de septiembre de 1983, en Morón. Está finalizando la licenciatura en Letras en la Universidad de Buenos Aires. Tiene editados los libros de cuentos Made in China en el 2007, por la editorial El Escriba, Engranajes de sangre, en el 2008, por la editorial Milena Caserola y Prisiones terrestres, por la Universidad de La Plata y varios cuentos editados en distintas antologías. A fines de 2012 saldrá publicado el primer poemario Virgencita de los muertos, por La talita dorada.
Nicolás Correa ha participado de diferentes revistas literarias como: Oliverio, Los asesinos tímidos, Lilith, No-Retornable, Como Loca Mala, Lenguaraz (México), Culturamas (España), entre otras, y fue director de la revista literaria y de interés cultural Gatillo y coordinador del Grupo Interdisciplinario Cruce y es parte de lo que se dio a llamar la Nueva Nueva Narrativa Argentina.
 Realiza correcciones teatrales y administra el blog: www.engranajesdesangre.blogspot.com. Se desempeñó como productor general del teatro El Cubo y de la muestra Cosmópolis. Borges y Buenos Aires, que se expuso en la Casa de la Cultura del GCBA. Participa de la cátedra de Literatura Latinoamericana I (Tieffemberg) en la Universidad de Buenos Aires. Filosofía y Letras. 

martes, 1 de mayo de 2012

Las circunstancias adecuadas


Julián E. Giambelluca (*)

En una nota publicada en este blog el día jueves 15 de diciembre de 2011, Luisa Ugueto dice: “Leer en el metro, incluso de pie, es una de las mejores decisiones que puedes tomar, te permite redituar tu tiempo, usarlo para ‘algo’.”
He sido, durante mucho tiempo, un “lector rodante del mundo”, como dice Luisa. Sin embargo, hoy entiendo que no sólo es imposible disfrutar de un buen libro en el subte (metro), sino que además es una tarea poco ética frente al trabajo que el escritor se ha tomado (junto con los cafés y tés de tilo, claro) para escribir su texto.
Recuerdo un cuento que reflexiona sobre este tema: “Las circunstancias adecuadas”, del escritor y periodista norteamericano Ambrose Bierce. En ese texto, un escritor se encuentra en el tranvía con un amigo, quien está leyendo un cuento suyo. El escritor se siente ofendido por su amigo, puesto que entiende que su cuento mal puede ser disfrutado en un transporte público. Se plantea, entonces, una discusión entre ambos personajes, entre el escritor y el lector:
“-[…]¿En qué depende de mí el placer que obtengo o puedo obtener de su obra? [Pregunta el lector].
-Depende de usted, muchísimo. Yo ahora le pregunto: Si lo tomara en este tranvía, ¿le agradaría el desayuno? Pongamos otro ejemplo, supongamos un fonógrafo tan perfecto que pudiera transmitir una ópera entera: canto, orquestación y todo lo demás; ¿cree usted que le procuraría un gran placer si la oyera en la oficina, durante sus horas de trabajo?”
Pero el problema no abarca sólo la cuestión del placer de la lectura, sino una reflexión sobre la moral del lector:
“-[…] Un escritor tiene derechos que el lector está obligado a respetar. [Dice el escritor a su amigo].
-¿Por ejemplo?
-El derecho a la total atención del lector. Negársela es inmoral. Obligarlo a compartirla con el traqueteo del tranvía, con el fluctuante panorama de la muchedumbre por las aceras y los edificios detrás […] es tratarlo con grosera injusticia. ¡Es infame, por Dios!”
Son palabras de ese personaje de Bierce que hago mías.
Quizás,la fuerza centrípeta de este mundo que nos sofoca a millones en un par de vagones rechinantes, nos convierta a todos, en un futuro no muy lejano, en “lectores rodantes del mundo”, lectores capaces de abstraernos por completo de los aullidos ferrosos que surgen de entre los rieles y las ruedas del subte al tomar una curva y, tal vez, podamos serlos más respetuosos lectores frente al trabajo del escritor. Yo, mientras tanto, seguiré buscando las circunstancias adecuadas para leer literatura.

(*) Julián E. Giambelluca ha cursado estudios de dirección cinematográfica y actualmente es estudiante de Letras en la Universidad Nacional de Lomas de Zamora. Se desempeña como profesor de Literatura y es coordinador de un Taller Literario y de un Taller de Análisis Cinematográfico. Autor de varios cuentos inéditos, en la actualidad se encuentra embarcado en la escritura de su primera novela.

domingo, 1 de abril de 2012

Poesia y prosa en la cultura de masas


Daniel Goñi

Cuando la inspiración poética o el precipitado empeño de la narrativa vienen condensándose desde el terreno de la música popular, suele dejar sólidos mojones en la memoria colectiva, ineludibles a la hora del resumen. Quizás este hecho se vea facilitado en el detalle de que las puertas de acceso de tales manifestaciones, sobre todo en las grandes ciudades, están en continuo y cotidiano contacto con nuestra percepción (galerías comerciales, hipermercados, colectivos, trenes, subtes, cine, radio, TV, Internet, mp3…).
Es por esas puertas (giratorias, la mayoría de las veces) por donde ingresa  y se produce el fenómeno en el cual nuestra sensibilidad suele ser rebasada por ese intenso flujo sensorial que termina componiendo nuestra personal hoja de ruta, nuestro videoclip diseñado a la carta, el pulso vivo de la vieja agenda que nos acompaña.

► Inspiración poética. Desde los exquisitos bocados del poemario Guitarra negra (1978), Luis Alberto Spinetta dejó sobre el papel esa intimidad pulida de la palabra desnuda en la angustiante soledad del silencio interpelante. Un encuentro imperdible con uno de los artistas más originales y genuinos del rock en castellano.
Convite en épocas oscuras que era también desafío, indagación y prueba cabal de que la belleza es cosmos latiendo, este testamento es resignificado y adquiere hoy peso propio llevado por la pluma de quien, desde la música, la cobijase como pocos desde estas latitudes. Guitarra negra contiene, a no dudarlo, el núcleo duro de lo vasto que con posterioridad desarrollaría Spinetta desde su personal lírica a través de las diversas bandas que integró (quizás el álbum “Artaud” -1973- constituya el más cercano a esa idea).

► Inspiración poética again.  Nihilista consumado, el trovador canadiense  Leonard Cohen desmenuza en El libro del anhelo (Libro de la longevidad en el original) su ovillo existencial con textos rescatados desde 1970 para este lado, en los que de cuando en cuando la desolación y la ternura copulan alegre y  plácidamente. El Cohen de la voz cálida, cavernosa y grave, el que jamás necesitó perder la elegancia para dejar su poética al alcance de la mano de todos nosotros (pasar por su álbum doble “Live in London”, de 2008), viene aquí a sentarse a nuestra mesa para situarnos en las precisas coordenadas en las que el amor, el desencanto, el dolor, los cruces generacionales y el camino del arte y la creación hacen tope y vibran haciéndonos partícipes activos de la entrañable conexión.

► Empeño de la narrativa. Escritura en piloto automático, estilo afiebrado, travesía de ensoñación… y podríamos sumar más referencias para acercarnos a  Tarántula, la consabida novela de Bob Dylan de 1966 que vio la luz recién años después. Contemporánea de “Blonde on blonde”, el álbum doble vinilo que puso al rock testimonial en las ligas mayores de aquella década, el crédito de Minnesota deja aquí un objeto más para apuntalar su mito. Muy en sintonía con los bastiones de la llamada “beat generation” (Allen Ginsberg, Jack Kerouac, William Burroughs), el creador de “Blood on the tracks” destila aquí lo más duro y cuasi lisérgico de su otrora concepción del lenguaje, cerrando para El Perro Elocuente  una trilogía de opciones que, desde la contracultura de los últimos 50 años, sacuden con lucidez la hoy dócil y domesticada escena del rock globalizado.