El siguiente texto es un texto privado y, hasta hoy, inédito del entrañable escritor argentino Daniel Moyano. Es una misiva de amor hacia Alejandra, de cinco meses. Ella es la hija de un conocido nuestro, Carlos Mamonde. Recordemos que ambos estuvieron detenidos en La Rioja durante la llegada de la dictadura de 1976. El perro elocuente, una vez más tiene el privilegio de presentar y difundir un nuevo texto del grandioso Daniel Moyano. Las imágenes son las páginas originales escaneadas.
Cada vez que uno llama por teléfono a los
Mamonde, lo primero que se oye es el llorar incisivo de su hijita Alejandra,
que no está de acuerdo con la cuna ni con nada horizontal salvo cuando el sueño
la vence. Y lo hace tan fuerte, que es casi imposible enterarse de lo
conversado, especialmente con Carlos, que habla como los franceses, apenas se
oye lo que dice.
Los
otros días lo llamé por una consulta sobre el curso que vamos a dar en la Uni de Oviedo, pero al oír,
cuando él levantó el tubo, que estaba llorando Alejandra, colgué sin contestar
a su “¿dígamé?” Esperé un rato, a ver si se callaba, y volví a llamar. Y fue
peor. Porque cuando colgué, Carlos siguió con el tubo levantado preguntando
quién llamaba, y su hija siguió con su trompetería wagneriana mezclada con rock
duro. De modo que las orquestas de Alejandra seguían entrando por un extremo de
la línea, mientras el otro, el de mi teléfono, estaba cerrado. Entonces los
cables conductores empezaron a agrandarse por la carga sonora, a deformarse en
distintos puntos de su recorrido buscando una salida violenta, menos mal que
colgó si no hubieran reventado las veredas, aquí los cables pasan bajo tierra.
Y claro, la línea estaba saturada, de modo que cuando levanté el auricular para
volver a llamar, seguro de que la niña ya se había callado (era la hora exacta
del biberón), como un chorro de manguera me cayeron los berridos encerrados,
mientras ella, acababa su segunda teta, dormía como un ángel según dice su
madre.
Ayer
llamé a casa del Teuco, por un asunto de periodismo, y cuando allá atienden me
traspasa los oídos una Alejandra de cuarto contiguo y noventa decibelios. Sí,
me dice Teuco, están en casa los Mamonde, lo que se oye es su hija y no la mía.
Y ese día a Teuco lo llaman de varias provincias por asuntos de títeres, y
Alejandra aparece en Barcelona y casi al mismo tiempo en Cádiz, no te oigo
bien, le dicen desde Asturias, hasta que hay una llamada del otro lado del mar
y allá las voces de Alejandra sacuden el satélite y aparecen campantes y
sonantes en América Latina.
Marián,
acaso porque ha resuelto que los ángeles lloran siempre, dice que su hija es un
ángel. Mientras tanto las perturbaciones en la Compañía Telefónica
continúan, se alteran los números debido a las vibraciones, las confusiones
cotidianas kafkeanas están a la orden del día, y al menos en el tema de las
comunicaciones España desciende otra vez, cuando apenas había conseguido salir
de él, hacia el nivel del Tercer Mundo.
De
modo que ahora, en cuanto alguien del grupo de amigos te llama, al levantar el
tubo lo primero que te cae en el oído es un chorro de Alejandra. Advertidos,
muchos de nosotros, antes de llevar el auricular al oído lo desviamos
ligeramente hacia una ventana abierta, dejando que el chorro de chillido fluya
libremente into thin air, como decía Shakespeare. Y como en el ruido infernal
de Madrid los chillidos de un niño son arrullos, ahora, cada vez que orientamos
hacia el exterior el tubo del teléfono con los Opus de Alexandra, Madrid se
dulcifica finalmente, con lo cual Marián parece tener razón cuando dice que su
hija es un ángel.
Últimamente,
debido a que acaba de cumplir sus cinco primeros meses, sus chillidos se están
convirtiendo en unas sonrisas deliciosas, que regala a mandíbulas llenas. Unas
sonrisas que tienen la misma fuerza que su anterior sistema operativo de
comunicaciones. Pero por más que uno llame y llame por teléfono, las sonrisas,
que no ocupan un lugar en el espacio y por consiguiente no pueden desplazarse,
no aparecen por el auricular. Y es una lástima, claro, con lo que nos gusta la
sonrisa de Alejandra.
El tío Daniel
(29/09/88)